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           A diferencia de sus poemas, la prosa de Meira manifiesta cierto escepticismo ante el poder de la palabra, en general, pues ésta "nunca logra traducir con exactitud la realidad"; y, en particular, frente a la palabra que intenta aproximarse al hecho estético, pues "la plenitud del hecho plástico, dueño de su íntimo y singular idioma, rechaza el comentario, las palabras" o a la poesía, que "no necesita presentación ni reclamo, puesto que ella es palabra viva, que vale por sí misma". Para Meira "la poesía no es susceptible de esclarecimiento, y cuanto más se procura explicar su presencia o su vacío, tanto menos se alcanza la realidad de una respuesta. De la poesía conocemos el ser, el estar ahí, pero no las causas: en cualquier lugar donde se halle podemos reconocerla, descubrirla, presentirla. Puede asomar en unos versos, en la estrella de la tarde, en una frase oída al azar, en el son del mar  o en la mirada de alguien que sigue con los ojos el vuelo de un pájaro" ("Enrique Lamas II") Es una soberbia  verdad descomunal, la poesía no puede explicarse, por que en su intento simplemente se fracasa. En la prosa, el viaje es mas directo hacia la búsqueda de la representación de la realidad o de nuestros sueños...sin embargo la prosa puede estar también revestida de una factura poética, de un vuelo cruzado de imágenes.  Y  metáforas, que alumbren el desnudo corazón de la noche…

El camino de las analogías...

           Si el poeta, como lo veían los románticos y simbolistas europeos y los modernistas hispanoamericanos, es el instrumento musical en el que resuenan las correspondencias universales, la poesía es la traducción en palabras del lenguaje de la naturaleza, es decir, un medio de conocimiento de la realidad fundado en las analogías (afinidades y diferencias) entre el mundo exterior --material--, y el mundo interior espiritual--. Misión del poeta es entender el lenguaje de las alturas, traducir la voz del paisaje, interpretar el alma de las cosas, el mundo misterioso del silencio nocturno.            A partir de estos presupuestos que están en la base de la poesía moderna occidental,  construye Meira sus prosas y sus poemas, muchos de los cuales están preocupados por iluminar el proceso creador ligado al recuerdo que con una mínima ráfaga irrumpe para perdurar. Ceremonia de decantación, de purificación alquímica, búsqueda de lo esencial, el poeta filtra el recuerdo para hallar en su cedazo lo que permanece, lo que, de acuerdo con Novalis, fundan los poetas.

            Puente entre dos realidades, la natural y la del espíritu, la prosa contemplativa de Meira Del mar, para quien mirar (como para Roberto Juarroz) es contarse una historia, busca un acercamiento imaginativo al mundo, persigue el cordial encuentro con la realidad a través del tejido verbal de las analogías. Así la lluvia es "Frágil, trémula, doncella transparente que llegó cantando a la comarca de mi niñez voz de vidrio que desveló la noche hablándome de caminos y países ocultos tras el biombo fugaz del horizonte" ("La lluvia"); el Veranillo de San Juan, rapazuelo alocado ("El veranillo de San Juan"); los árboles, poetas ("Árboles"); las estaciones que llegan como naves que levan anclas y reinician un periplo pleno de caprichos y veleidades ("La otra primavera"; el inmaterial recuerdo es un bajorrelieve sepultado entre algodones de polvo al que una ráfaga refulgente revela ("Del ayer"); los libros, amigos fieles, incondicionales y siempre dispuestos, que dejaron su señal en nuestra vida, seres vivos que supieron tocarnos el corazón y nos acompañan los pasos y nos amansan la inquietud y nos vuelven deseable la soledad por el gozo de su presencia, maestros en la enseñanza, luz en la sombra, agua en la sed de claridad y de belleza ("La riqueza de los libros"). La analogía funde el mundo natural y humano cuyas correspondencias delatan la presencia de la divinidad.

Lealtades literarias

           Otra de las pautas, que nos aportan las prosas de Meira Del mar es la de sus lecturas, el panteón de sus autores, su biblioteca personal, básicamente en lengua española, coincidente, en gran medida, con la de los poetas piedracielista colombianos, la generación española del 36 ([[Dionisio Ridruejo]], [[Miguel Hernández]], [[Luis Rosales]]) y los poetas venezolanos de 1942 ([[Jean Aristeguieta]], [[Juan Beroes]], [[Pedro Pablo Paredes]], [[Aquiles Nazoa]], [[Luis Pastori]]). De la poesía universal, los libros y poetas canónicos: Biblia, Comedia,  Homero, Shakespeare, Dostoievski, Mann, El Pájaro Azul de Maeterlinck y  D'Annunzio. De la tradición hispánica: el Romancero, San Juan, Fray Luis, Garcilaso, Cervantes, Lope, Góngora, Bécquer, los Machado, Juan Ramón Jiménez y García Lorca. De la poesía hispanoamericana: Darío, Nervo,  Neruda y "el cuarteto de las grandes líricas de América", Delmira Agustini, Alfonsina Storni, Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou. De la poesía colombiana: Pombo, Silva, Porfirio, Rafael Maya, Guillermo Valencia, Amira de la Rosa y Jorge Rojas…huellas  que la conducían hacia su superación lirica y hacia un nuevo enfoque del quehacer poetico, hacia una sana renovación de la cultura, para entrar en la modernidad, dejando atrás los artificios  de las imágenes, el barroquismo de los versos y la mera y simple musicalidad.

             Los valores poéticos que aprecia Meira son el acento inconfundible, la sabiduría de las metáforas, la irisada sucesión de las imágenes, el sabio manejo de los enlaces musicales y de un idioma forjado en la fragua de la pasión, trabajo este que acometía con la precisión de un orfebre, la invención de giros y vocablos que truecan la lectura en un sorprendente acto de magia, el casticismo, la elegancia y los temas universales enraizados en el suelo natal del poeta.

 

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