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Dos de los agentes agarraron a José Carlos de los hombros y, pese a sus débiles intentos por zafarse, lo sacaron de la sala entre advertencias y maldiciones.

Ernesto Matos sacó de la solapa de su traje un habano y lo encendió. El aroma pronto impregnó toda la sala. Uno de los agentes, el agente Rodríguez se le acercó tímidamente por la espalda.

- ¿Qué creé Usted jefe?

- ¿Qué que creo? - Matos volteando a ver el delgado y pálido rostro del agente Rodríguez- Creo que es Usted muy sugestionable, agente, eso es lo que creo.

- El joven contó su historia igual que la primera vez. No la alteró en nada. La mayoría de los mitómanos cambian sus historias cada vez que las cuentan; les aumentan o les qui...

- Mire agente Rodríguez, lo que tenemos aquí es una nueva generación de mitómanos, como usted se molesta en catalogarlos. Estos cabrones son el producto de tanta telenovela . Ahora todos los jóvenes quieren ser estrellas de un canal o de una serie; se preparan desde muy pequeños y se ponen a actuar desde muy pequeños. Y a muchos, como este cabrón, les sale muy bien. Pero no es mas que eso... Mitómanos preparados. Actorcillos de mierda, producto de tanta mierda que hay en la jodida televisión.

¿Tenía sentido discutir con aquel hombre?

El agente Rodríguez pensaba que tal vez sí. Pero si no tuviera un rango jerárquico superior a de él. Incluso, de no ser por eso, valdría la pena una muy buena golpiza; entre varios, claro está.

Matos salió de la sala con su andar torpe y desgarbado, moviendo sus hombros de lado a lado como intentando conservar el equilibrio para no caer a cada paso que daba.

 

Su muñeca había engordado tanto que ya hasta el reloj le apretaba.

Ernesto Matos se llevó su mano a la bolsa del saco para sacar su Rolex. Antes de llegar a el, se encontró con unas llaves. Las sacó y sin despegar la vista del pobre idiota de enfrente, que aun no sabía manejar, las acercó a su rostro.

- Valla, valla - murmuró.

Eran las llaves del departamento del mocoso de mierda que había estado interrogando esa tarde. De ese que le había contado una historia de fantasmas bastante trabajada y que por un brevísimo momento estuvo a punto de creer.

Y curiosamente en el camino para llegar su casa, donde lo esperaba su regordeta esposa, con la cena preparada y un habano listo, tenía que pasar cerca por el edificio donde todo había ocurrido. ¡Qué gran mierda! Aunque tal ves no sería una mala idea pasar a echar un vistazo. A lo mejor encontraba una pista. Una carta del amigo maricón, del pobre idiota ese que estaba en el hospital; o una confesión firmada por el mismo idiota donde le decía al actorcillo de mierda ese, que en realidad era tan maricón que se lo había tirado una noche y que él - el actorcillo de mierda- ni lo había notado... Podría ser.

Sin pensarlo dio vuelta a la derecha sin esperar a que cambiara el semáforo. Una de las ventajas de la ciudad de Puebla era que ya pasada la media noche el tráfico se volvía un mero recuerdo. No había señoras histéricas pidiendo paso, ni combis, ni ningún otro transporte urbano. Nada.

Avanzó hasta llegar a la calle donde se encontraba el edificio. Dio vuelta en la esquina donde descansaba apaciblemente la universidad donde, seguramente, el muchacho ese asistía. Niños bien...¡Bah! Mierdas, eso es lo que son. Pensó el agente mientras observaba el edificio con el logo de la institución a un lado. Finalmente llegó al edificio.

Se apeo de su camioneta RAM y se fue hacia la puerta de la entrada. Los amortiguadores de la camioneta emitieron un rechinido que bien pudo pasar como un "¡Bendito sea Dios!" liberador, en el momento en que los ciento veinticinco kilos del hombre salieron de la camioneta. Matos se quedó unos segundos en la puerta. No había avisado que pasaría al departamento donde todo había ocurrido; no era oficial. Pero qué mas daba, él era quien llevaba la investigación, y si encontraba algo relevante en ese edificio sería bueno.

Probó las llaves hasta que dio con la que abría la puerta de la entrada.

¡Valla sorpresa!

El mocoso no había mentido en cuanto a la extraña forma de numerar los departamentos. La planta baja y ahí estaba el 401, 402 y 403. De que había gente estúpida queriéndose sentir original, la había.

Subió lentamente; sus pulmones comenzaron a exigirle aire desesperadamente después de los primeros cinco escalones, de la misma manera su corazón le tamborileaba rápidamente pidiendo un receso en la ardua labor que se había propuesto. Y finalmente, después de cinco pequeños recesos, llegó al cuarto piso donde estaban los departamentos 102, 102, 103 y 104. Llegó arriba y tuvo la impresión de que alguien estaba en el pasillo. Pero, claro, ahí no había ni alma. El agente Matos sintió una mirada en los hombros, volteó y por unos segundos estuvo seguro de que había alguien justo a los pies de la escalera para continuar a la azotea. Pero no había nadie ahí.

- Figuraciones - se dijo - . Ya estoy como el idiota de Rodríguez- meditó unos segundos y después añadió:- . Ese muchacho tiene un gran futuro como actor, que ni que- le dijo Matos al frío pasillo del cuarto piso- . Si es que llega a salir de la cárcel, claro está.

Jugueteó con las llaves y las cerraduras hasta encontrar la indicada.

La puerta del departamento 103 se abrió lenta y pastosamente.

El agente matos entró, ladeándose un poco para no tener dificultad con la puerta, a pesar de que esta era bastante amplia. Buscó el interruptor de la luz a tientas hasta encontrarlo. La luz iluminó la primera pieza del departamento. Aun había cajas sin vaciar en el suelo; algunas tenían papeles, libros y otras ropa.

Matos entró bien al departamento y cerró la puerta detrás de él. Con dificultad se agachó y revolvió las cajas que tenían papeles. Pero ahí no había nada. Nada como un "querido José Carlos..." o "La noche anterior fue maravillosa... atte Mario". Nada de nada. Se levantó y miró hacia dentro del departamento. Las puertas de las dos habitaciones habían sido cerradas; claro que eso no importaba, él llevaba las llaves.

Dio un paso hacia delante dispuesto a ir a los cuartos, pero se detuvo. Instintivamente se volteó y fijó su vista en la puerta, en la mirilla. Esta estaba justo a la altura de sus ojos. Giró sobre sus talones ya caminó hacia la puerta. Murmuró algo parecido a una mofa, una sonrisa incrédula se asomaba en su redonda cara. Se quedó frente a la mirilla, tal vez pensando si sería buena idea. Tal vez una voz en su interior le decía que no debía hacer eso; una voz quebrada por el miedo del relato del joven. Una voz que ni el mismo Ernesto Matos supo si era la de su lado supersticioso o - tal vez- la de su razón.

Tal vez.

- Puterías - murmuró y miró a través del ojillo de cristal.

 

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