Pero José Carlos no escuchó, estaba concentrado en llegar a su propio orgasmo. Ella volvió a decir algo.
Y sonó una voz que inundó el cuarto.
No fue la voz de Rosalilia. Fue una voz desconocida. Fue una voz cansada, que en tan sólo una frase pareció quebrarse cientos de veces; como la voz de una anciana enferma de gravedad. Una voz rasposa como si la garganta de esa mujer estuviera reseca casi hasta cerrarse e impedirle decir nada.
Y esa vez José Carlos sí pudo escucharla.
- No lo dejes entrar- dijo esa voz que pareció salir de todos los rincones y entrar por todo los poros del joven.
José Carlos se levantó intrigado. ¿Qué no deje entrar quién?, eso hubiese preguntado de haber podido. Pero un grito salido desde lo mas profundo de ser le ganó por la garganta.
Aquella no era Rosalilia. Cuando José Carlos se levantó lo que vio fue la mitad del rostro, la mitad con piel, arrugado, lleno de llagas que supuraban un liquido viscoso que salía casi a presión. De ese lado no tenía el ojo, lo que había ahí era sangre negra ya coagulada. La piel de la frente estaba fragmentada en varios pedazos como si fuera una pared de roca a punto de volverse polvo. El cabello era blanco, pero de ninguna manera eran canas. Las canas brillan denotando vida adulta. Los largos cabellos de la mujer lucían sin vida, casi a punto de deshacerse. La otra mitad del rostro estaba desgarrado. De la naríz hacia abajo podía ver la carne viva del rostro, algunos músculos desmembrados y sangre saliéndole como si fuese una catarata. No había boca, al igual que la demás piel había sido arrancada. José Carlos vio que no todos los dientes y lo pocos que quedaban estaban podridos o desgastados. En la frente no había piel, lo que estaba ahí era el cráneo blanco y estaba partido; varias estrías se extendían a lo largo y ancho, y muchas se perdían en la mitad donde sí había piel. Y en esa mitad sí tenía ojo, uno grande con un derrame de un líquido amarillo que lo cubría, pero aún así se podía ver bien su pupila grande y con el iris dilatado como el de un gato. Y ese ojo miraba escalofriantemente a José Carlos; no se movía, se mantenía fijo en él.
José Carlos se levantó y pudo ver que el cuerpo de la mujer estaba lleno de arrugas y llagas purulentas. No tenía un seno, en su lugar había un hueco rojo del que salían varias venas delgadas; se lo habían arrancado también. En todo el cuerpo tenía heridas, muchas de ellas tenían la forma de un siete invertido, y de estas salían y entraban gusanos.
José Carlos quiso separarse pero los brazos de esa espectral imagen lo tomaron por el cuello.
Al igual que con el rostro, un brazo tenía piel, carcomida y con la apariencia de estar a punto de desquebrajarse; y del otro había sido arrancada. Con ese brazo, el que estaba con la carne viva, la mujer le pasó la mano a José Carlos por los labios. Con horror él vio que tres de sus dedos eran los huesos bañados por el rojo de la sangre.
- No lo dejes entrar- volvió a sonar la voz.
Y ahogado en un grito José Carlos despertó.
Estaba bañado en sudor y su respiración era agitada; como si acabara de correr las quinientas millas. José Carlos se llevó ambas manos extendidas a la cara. Su cabello, al igual que al estar rindiendo su "declaración oficial", se le pegaba en la frente y en la nuca. Tardó unos minutos así. Después, aún temeroso, apartó sus manos de su sudorosa cara y abrió los ojos.
Era ya de día. La luz del sol se intentaba colar a través de la ventana que estaba aun lado de su cama. Eran las ocho y media de la mañana.
Fue una pesadilla, pensó en el mismo instante en que la imagen de ese rostro con la mitad de piel cercenada le vino de golpe a la memoria, eso fue una jodida pesadilla. Se levantó y se fue al baño. Tanta fue su urgencia por olvidar la supuesta pesadilla que no notó que en su cama, junto al espacio donde dormía él, tanto la almohada, como las sabanas estaban arrugadas, sumidas, como si alguien hubiera dormido a lado de José Carlos. Se fue al baño a orinar.
Casi lo esperaba ver.
Al fin y al cabo, antes de convertirse en una pesadilla, había sido un sueño húmedo.
En sus boxers y en su glande había restos de semen. La tela había absorbido buena parte; pero en la piel, los rastros lechosos eran notorios. José Carlos orinó y, cosa que no hacía nunca, se limpió el glande. Corrió las cortinas del baño y abrió la llave del agua caliente. Volteó y ante su propia imagen en el espejo dio un respingo que lo hizo dar un paso atrás y, por poco, casi lo hace caer..."
- En mi cara, en mi boca, justo donde en mi sueño aquella aparición me había pasado su mano descarnada hasta los huesos, ahí había una marca de sangre, ¿me entiende? De sangre, eso no había sido una pesadilla- la voz de José Carlos había terminado por quebrarse y algunas lágrimas lo traicionaron recorriendo sus mejillas.
Matos lo miraba atento y ya no se burlaba del pobre muchacho ¿Sería posible que en verdad estuviera diciendo la verdad? ¡Por Dios claro que no! Lo que ocurría es que el muy cabrón era un actor excelente, eso era lo que pasaba en realidad. Es mas, era tan buen actor que lo había llegado a conmover. Ese era el resultado de la crianza de mocosos a lado del televisor: actorcillos en potencia que solamente tenían que interpretar la historia que les dieran o inventarla, vivirla y así engañar a cualquiera. ¡Qué mierda!
- Después de que casi me caigo - continuo el muchacho entre sollozos - , me acordé de otra cosa. Traté de calmarme y...
"... Se miró al espejo y se dio la vuelta. Después giró su cabeza todo lo que podía, lo suficiente para ver su espalda reflejada en el cristal.
Ahí estaban las delgadas zanjas de sangre coagulada en su espalda. Diez. Cinco por cada uno de sus omóplatos. Había estado esa noche con alguien, había tenido relaciones con alguien; con esa cosa que le pidió algo que aun no alcanzaba a entender.
No lo dejes entrar. Eso había dicho antes de perder la imagen de Rosalilia y convertirse en... eso que se había convertido.
Algo estaba mal.
Y estando aun mirándose la espalda entendió que algo había entrado a su departamento la noche anterior, cuando Mario abrió la puerta y esa ráfaga de aire frío los había golpeado a los dos. Pero... ¿un fantasma? Por Dios ya estaba lo suficientemente grandecito como para andar creyendo en fantasmas o apariciones; pero de no ser e so entonces ¿qué?
Ya no se bañó. Se puso una gorra y la misma ropa del día anterior, y salió a la universidad. No entró a todas sus clases. Espero a Mario a la primera y este no llegó. Fue hasta la tercer hora de clases que apareció y José Carlos lo llamó antes de que entrara al salón. Lo tomó del codo y lo jaló hacia fuera del aula sin decirle nada. Cuando José Carlos se aseguró de que nadie los escuchaba comenzó a hablar.
- Algo entró ayer - le dijo José Carlos a Mario, este veía a su amigo pálido y demacrado.