- No - respondió el joven sombríamente- . No salió- las tibias lágrimas formaron un arco al atravesar, nuevamente, las mejillas de José Carlos- . Usted no me creé, agente, pero ese edificio está mal; desde sus simientes, hasta el último enrejado de la azotea. No fue sólo un fantasma, o dos. Creo que todo un canal de esa energía circula por ahí tan tranquilamente como el los vagones del tren sobre las vías. Por favor, créame.
Matos miró a José Carlos por primera vez con compasión; con duda...
"...Estaban los dos en la puerta.
Nuevamente la mirilla estaba ala altura de Mario.
- Este es otro detalle - le explicó José Carlos a Mario lo de la mirilla se había movido de arriba hacia debajo dependiendo de la altura de el que finalmente mirara a través de ella- . Además cuando quitaste la cruz de papel ¿no sentiste algo raro?
Mario no dijo nada. La verdad era que, ese día, había tenido la necesidad de arrancar la cruz; como si esta fuera algo que lo incomodara de sobremanera. Él era mormón, pero siempre había demostrado un gran respeto por otras creencias. No criticaba a menos que se sintiera criticado. Y casi siempre buscaba darle la vuelta a ese tipo de platicas que nunca terminaban en nada bueno.
José Carlos le dijo a Mario que él había sentido tremendas ganas de arrancar la cruz; igual que él.
Mario miró aprensivamente a su amigo. Después, y ya harto de todo eso le dijo:
- Bueno y qué se supone que vamos a hacer. ¿Nada mas abrir la puerta y decirle que se largue, o qué?
José Carlos dio un suspiro. Finalmente Mario tenía razón. ¿Cómo podía hacer que ese fantasma, espíritu, espectro, o lo que quiera que fuera, saliera de allí? nunca antes había creído en cosas de esas y ahora resultaba que tenía que hacer una especie de exorcismo.
Finalmente José Carlos asintió. Sí, eso era lo que harían: abrirían la puerta e invitarían a esa presencia a que saliera. De ser necesario cerrarían la puerta estando ellos por fuera y mirarían hacia adentro por la mirilla, esperando que el efecto se invirtiera.
Y así lo hicieron, o al menos lo intentaron.
Primero José Carlos le pidió a Mario que mirara hacia fuera por el ojillo. Este lo hizo. Igual todo, en blanco y negro, ahí afuera no había nada. Los dos se miraron por unos minutos y después José Carlos señaló la perilla. Mario, no supo por qué, pero tragó saliva y llevó su mano derecha a la puerta. Agarró la perilla y, sin estar muy seguro, comenzó a hacerla girar. Con la mirada José Carlos alentó a su amigo para que abriera la puerta de una vez por todas.
La perilla llegó hasta su límite y Mario comenzó a jalar la puerta hacia sí.
La puerta comenzó a abrirse lentamente.
José Carlos miró molesto a Mario. Ultimadamente, si no había creído nada de lo que le había dicho, por qué se ponía tan reacio para abrir. La luz del pasillo de afuera se coló en el departamento, primero como un delgado haz de luz, y después fue creciendo poco a poco. Mario ya había abierto la puerta casi hasta la mitad.
Repentinamente los dos pudieron sentir esa misma corriente fría de aire; esa que se había colado hacia adentro la noche anterior. Pero esta vez el golpe de aire les llegó por detrás, y con una fuerza tremenda cerró la puerta.
Mario quitó la mano de la perilla como si de repente se hubiera dado cuenta que estaba sosteniendo un alacrán. Miró a su amigo, intentó decir algo pero nada salió de su boca. José Carlos tampoco decía nada, en el momento en que la corriente de aire pasó por detrás de él, pudo volver a escuchar esa voz cansada. ¡No lo dejes entrar! Le había gritado; la voz retumbó en su cabeza como el eco en una caverna. Y esa vez había sonado grave, con mas miedo que el que los dos amigos tenían.
Repentinamente José Carlos llevó ambas manos a la perilla. Estaba enojado. La giró e intentó abrir la puerta, pero esta no cedió; era como si estuviera asegurada por fuera. Mario se asomó de nuevo por la mirilla. El joven maldecía y casi gritaba que nadie lo dejaría ahí encerrado. Mario asustado intentó hacer o decir algo, pero José Carlos estaba ensimismado, colérico.
José Carlos usaba todo el peso de su cuerpo para intentar abrir la puerta. Estaba tan iracundo que no escuchó que Mario le habló, dijo algo, pero José Carlos ni siquiera lo notó. José Carlos maldecía una y otra vez. Maldecía a alguien. Después, en las declaraciones previas a la investigación, los vecinos dirían que el nuevo inquilino no dejaba de maldecir y gritarle al otro joven que estaba con él.
José Carlos sintió la mano de Mario en su hombro.
Finalmente volteó.
Mario estaba pálido. Sus ojos se habían vuelto vidriosos y de ellos salía un brillo de algo muy parecido al miedo. José Carlos dejó la puerta por la paz. La mirada crispada de su amigo le pusieron los pelos de punta. Le preguntó qué era lo que le ocurría. Mario tardó unos segundos en contestar, como si e costara trabajo hablar, y cuando finalmente pudo hablara tartamudeó. José Carlos le dijo que se calmara y que le dijera. El miedo que irradiaban los ojos de Mario se había colado hasta la médula de José Carlos; él ya estaba desesperado, su amigo parecía estar en trance.
Con trabajo Mario habló.
- Afuera hay algo.
José Carlos lo miró inquisitivamente. No le dijo nada.
- No, no se si es humano o no, pero... Parece humano pero...
Mario balbuceaba como un bebé. Nuevamente sus palabras perdieron toda cohesión.
José Carlos intentó ver a través de la mirilla pero Mario lo detuvo con la mano.
- ¡No! - le gritó desesperado - ¡No te asomes, el puede verte!
Se miraron. José Carlos tuvo la imperiosa necesidad de darle un golpe a su amigo. Muy en sus adentros se formo una risa histérica que buscaba una forma de salir.
¡Dios! esto es de locos. Pensó mientras veía como Mario tapaba la mirilla con la mano, como si fuera un niño pequeño que no quiere que le quiten su juguete favorito.
Después, en su declaración, José Carlos le diría al agente Matos y a los demás que nunca supo porqué dio dos pasos hacia adentro del departamento. Tampoco supo que fue lo que lo orilló a ver hacia debajo de la puerta, entre esta y el piso.
Y ahí había una sombra moviéndose.
Alguien estaba afuera del departamento.