Identificarse Registrar

Identificarse

Índice del artículo

3

La mañana era más fría que de costumbre y la fuerte lluvia que azotó la noche, dejó notorios estragos en las calles sin pavimento que resultaban intransitables y que a esa hora no dejaban ver un alma, a excepción de unos cuantos pequeños que aún en domingo solían levantarse muy temprano para salir a jugar.

Raúl caminaba frenéticamente sin cruzar su mirada con nadie y evitando cualquier obstáculo que le hiciera perder el impulso que había tomado horas antes, mas exactamente, la noche anterior. Ya no pensaba en nada, no pensaba en nadie, no pensaba si algo estaba bien o mal; solo caminaba con prontitud y con plena seguridad de lo que iba a hacer, algo que no ocurría desde algún tiempo atrás. Para él, ya habían acabado los momentos de vacilación en los que no sabía que hacer y decir, o en los que tenía que recurrir a alguien por ayuda. Ya no le preocupaba la impresión que pudieran tener de él los demás, ni temía lo que pudieran hacer en contra suya, pues en ese momento la rabia, la desesperación y los deseos de acabar con una situación asfixiante le hacían casi invulnerable. Toda su impotencia, sus temores y su abnegación se habían quedado en lo mas alto de la montaña la noche anterior; ahora se dirigía vertiginosamente a poner fin a sus penas y, dicho sea de paso, a su sobriedad, su responsabilidad y su nobleza.

Un día domingo era casi imposible toparse con alguien en las calles desaseadas y solitarias del barrio en el que Raúl trabajaba y que tantos momentos desagradables le había proporcionado últimamente. Aunque su casa estaba bastante retirada de aquel lugar, siempre se desplazaba caminando, ya que no tenía dinero para el transporte y en cierta forma nunca deseaba llegar allí. Todos los establecimientos se encontraban cerrados y en las calles solo se veían mendigos escarbando en las basuras y una que otra viejecita, habitante de alguna casa ancestral y descuidada, que iba hacia la plaza de mercado a comprar víveres.

Además de unos cuántos burdeles contiguos, el único negocio en funcionamiento era el de don Eduardo. Para un sujeto tan avaro y codicioso, la más remota posibilidad de conseguir un poco de dinero le impedía dejar el trabajo un solo instante y le atormentaba quedarse en casa mientras podía estar llenando sus arcas. Solo dejaba su fétida cueva para cobrar dinero, para tomar algo de comida y para dormir; aunque en más de una ocasión iba a medianoche con el fin de verificar que todo estuviera bien o para hacer algún cálculo que hubiese quedado pendiente. Toda la mañana estuvo encerrado allí, mientras Raúl se encontraba a una cuadra de distancia procurando no ser visto y tomando fuerzas para realizar lo que se había propuesto.

Al medio día, don Eduardo salió y cerró cuidadosamente las puertas de su negocio y se dirigió lentamente hacía su casa, que como ya se mencionó, estaba muy cerca. Aunque no estaba acompañado, caminaba tranquilamente, puesto que sabía que nadie se atrevería a hacerle daño a tan pocos pasos de su casa a un hombre con tanto poder en ese sector. Ese poder se debía a las limosnas y ayudas que daba, no desinteresadamente, a muchos de los vecinos que por conveniencia le servían para seguir obteniendo sus favores, pero que deseaban intensamente que alguien se atreviera a causar su final. La noche anterior, Raúl había tenido la oportunidad perfecta para hacer lo que hubiese deseado con aquel viejo aborrecible; sin embargo, no estaba consciente de eso y ni siquiera contemplo la posibilidad de hacerle daño. Una noche de llanto y profundas meditaciones logró despertar en aquel joven el impulso de actuar de una forma completamente opuesta a su naturaleza.

Se había acercado sigilosamente al viejo mientras este cerraba su negocio y por tanto no podía verle. Una vez cerradas las puertas, don Eduardo giró y empezó a caminar sin notar la presencia de Raúl y sin sentir sus pasos. El corto trayecto hasta la casa hacía más difícil la tarea de Raúl, que ante la primera sombra de duda notó que su presa desaparecía, mientras él todavía aguantaba la respiración y se decidía a actuar. Esto le mostró cuan raudo y hábil debía ser a la hora de consumar su idea.

Raúl se acercó hasta la puerta y trató de escuchar lo que sucedía adentro; sin embargo, el corredor que conducía de la entrada hasta las habitaciones era muy extenso y por lo tanto no pudo escuchar nada. Finamente, logró percibir una voz que subía el tono apresuradamente y tras unos segundos, reconoció en ella a don Eduardo, que maldecía e insultaba a su esposa repetidamente. Los gritos se hicieron más fuertes y Raúl notó que las voces se acercaban con rapidez a la puerta, y por eso corrió hasta un lugar donde pudo esconderse mientras veía de lejos lo que sucedía. La puerta se abrió y la viejecita que le había llevado los panes y el café, es decir, la esposa de don Eduardo, salió atropelladamente de la casa mientras el viejo la empujaba. Raúl, a lo lejos, no comprendía lo que este decía a la pobre ancianita, pero si notaba que la ofendía y maltrataba. La mujer trató de decirle algo sumisamente al viejo, pero para sorpresa de Raúl, este le dio un fuerte golpe en el rostro y ella se desplomó. Después de gritarla e insultarla nuevamente, la tomó por el cabello y la obligó a levantarse, dándole algunas órdenes que Raúl no podía escuchar. La mujer, resignada, se tomó el rostro y caminó lentamente. Raúl la siguió y a unas cuadras de allí la abordó y saludó como si no hubiese visto nada. Notó que las lágrimas estaban a punto de caer por las mejillas marcadas con profundas arrugas y una de ellas con la huella del golpe recibido.

En la conversación Raúl supo que el ataque feroz del viejo se produjo por que al llegar a casa no había encontrado su almuerzo preparado. Aunque no había dejado un solo centavo y no había nada en la despensa, si es que se puede llamar despensa a un lugar abandonado y desprovisto, él esperaba encontrar suficiente alimento para satisfacer su voraz apetito. A medida que narraba ese y otros acontecimientos similares, las palabras de la mujer le hicieron saber a Raúl que nadie lloraría la pérdida de un ser tan despreciable y que ni siquiera su esposa, la única que lo había soportado tantos años, se molestaría en hacer justicia.

 

email

¿Quiere compartir sus eventos, noticias, lanzamientos, concursos?

¿Quiere publicitar sus escritos?

¿Tiene sugerencias?

¡Escríbanos!

O envíe su mensaje por Facebook.

Están en línea

Hay 574 invitados y ningún miembro en línea

Concursos

Sin eventos

Eventos

Sin eventos
Volver