XIII
Lloré. Lloré abrazado a él.
Limpié mi alma con lágrimas. Bastó ver a este santo hombre para que emergiera el arrepentimiento del daño que hice a otros, y a mí, a lo largo de mi vida, y del perdón que no concedí cuando debí. Aquella soleada mañana, que nunca olvidaré, me liberé de mis pecados. Sentí el perdón Divino por medio de Abreu. Así conocí esta Verdad.