XX
Me despido de Antioquía concluyendo esta carta, en la que doy testimonio de la Verdad, de la fe que se guarda en esta nueva religión, que sé sin sombra de duda, llegará a convertirse en la principal y más importante religión sobre la Tierra. La que espero te haya animado a su estudio y a profundizar en su filosofía, apreciado Fabio.
He decidido que quede permanentemente bajo tu custodia, la de tus hijos y tus generaciones siguientes, hasta que la Voluntad Divina quiera hacerla pública, al igual que los restos del pergamino que contiene la Epístola de Natanael, escrita en arameo. Pues tu discreta vida en Lugdunum ofrece mayor seguridad que los torbellinos políticos que me rodean debido a mi familia.
Es así que estos rollos los he confiado a Ahmés, quien es ahora hombre libre. Para quien, como mi mensajero pese a que sea un liberto, te pido el mejor de los tratos, petición que sé muy bien sobra. Él concluirá su misión una vez te los entregue. A partir de ese momento decidirá qué hacer con su nueva vida. Lo extrañaremos, así como a su infaltable daga.
Sulamita y yo regresaremos como esposos a mi hacienda en Lacio, nuestra casa.
Pido a Dios la bendición para todos.