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VI

No sabía bien el porqué, pero decidí tratar de entrevistarme con el líder cristiano de Nicomedia, un hombre al que llamaban Filopátor, no sé si en honor a aquel último rey bitinio o porque era su descendiente o como alias para ocultar su verdadera identidad.

En las dos semanas que transcurrieron desde nuestra llegada, no fue mucho lo que avancé en mi misión. No tenía suficiente información como para escribirle al Dácico, nada que valiera la pena.

La información que Ahmés logró obtener era más bien escasa y de dudosa credibilidad. No fue entonces posible establecer contactos. Hasta que un día, Sulamita me entregó una pequeña tablilla en la que estaba grabado un pez sobre una copa, y me susurró al oído en un tono serio: "Amo, se que eres un buen hombre, siempre me has tratado con bondad y amor, así como sé que no tienes razones para hacernos daño a los hombres y mujeres que seguimos el Camino. Esto le he dicho a Filopátor y él ha aceptado hablar contigo..."

Me estremecí de miedo al pensar en el riesgo que corrió Sulamita, y más cuando imaginé en lo que ella haría si el resultado de este encuentro trajera desgracias a los cristianos de Nicomedia. Una extraña vacilación me invadió.

Seguí sus instrucciones. Al mediodía del día siguiente, esperé sentado en la fuente de la plaza del mercado. Me sentía observado. Al rato, una mujer que parecía por su atuendo dedicarse a la prostitución se me acercó, sonriendo me preguntó: "¿Qué buscas forastero, el placer o la Verdad?"

"La Verdad es para el espíritu lo que el placer para el cuerpo, mas la Verdad perdura en el tiempo, mientras el placer dura sólo un momento." Respondí.

"Entonces paga con la moneda adecuada," dijo sin dejar de sonreir. Era bella pese a que su piel comenzaba a marchitarse seguramente por el trajín de su oficio ejercido por largos años.

Le entregué la pequeña tablilla, luego ella me pidió que la siguiera. Caminamos por entre calles y callejones. Observé que con frecuencia miraba de reojo a nuestras espaldas, lo que aumentó mi nerviosismo. De repente nos detuvimos frente a la puerta de una casa, de inmediato un hombre viejo y tuerto de aspecto descuidado la abrió, me hizo señas para que entrara de prisa.

Era una casa de gente sencilla. Además del tuerto que olía de un modo apestoso había adentro un anciano de barba blanca, éste si muy pulcro en su vestir. Me invitó a sentarme frente a él, con una sólida mesa de por medio.

"Soy Filopátor, honorable Marco Trajano. No necesitas presentarte, sé todo sobre ti y tu misión." Fue su saludo.

La cabeza me daba vueltas, ¿todo... misión...?, ¿por Sulamita o por espías en el palacio de Plinio o hasta en la misma corte del César?

"Gracias por aceptar esta entrevista." Fue lo único que se me ocurrió decir.

"Muchos entre mis hermanos se opusieron a efectuar este encuentro, pero hace unos días tuve un sueño: Vi a un hombre, era un legionario, que en un campo desolado clavaba su espada en la tierra y después abrazaba una cruz de madera que tenía frente a él.

Lo interpreto como que algún día Roma enarbolará la Cruz del Cristo*, ante su decadencia. Y también la... Bueno, no importa. Por eso no podía negarme la oportunidad de mostrar la Verdad a los oídos del Dácico, por medio de su sobrino, confiando en que el poderoso César no desate más tarde otra oprobiosa persecución en contra nuestra, repitiendo la barbarie de Domiciano."

Era un hombre de hablar pausado y actitudes reposadas, un anciano que inspiraba respeto.

"Venerable Filopátor, la única preocupación del César es si los seguidores del Nazareno, que al parecer son muchísimos, no son una amenaza para el Imperio." Decidí ir al grano.

"No podría un verdadero cristiano representar una amenaza para Roma, iría contra las enseñanzas del Maestro, quien entre otras cosas dijo: 'Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es suyo.' Pero entiendo el temor de Roma, pues el predicar el amor al prójimo y la igualdad entre los hombres va contra los intereses del Imperio, o mejor, de los patricios." Replicó esbozando una sonrisa.

Recordé las palabras de Cornelio al respecto. Toda esta cuestión contra los cristianos más que un asunto político era un asunto económico que amenazaba a la clase dominante. Me asqueaba el tener que servir a una causa de este tipo, así como detesto al rico que maltrata al pobre, tal vez porque por mis venas corre sangre de siervos.

La entrevista fue extensa, Filopátor parecía empeñado en convertirme a su Fe. Me contó con lujo de detalles toda la vida de Jesús, el Galileo, la que resumiré como una vida normal para un carpintero judío, bastante inteligente y no menos noble, pues descendía del glorioso rey David, y que en sus últimos tres años de vida marchó por la tierra de Palestina predicando la existencia de un Dios paternal y amoroso, no el colérico y vengativo al que temen los descendientes de Israel. Un Dios Padre, un Dios para amar y confiar en él, no uno para temer e implorar piedad. Un Dios Padre, que da a sus hijos, los hombres, como mayor regalo la Vida en su maravillosa creación material: el Mundo; y al finalizar ésta, la posibilidad de la Vida Eterna del espíritu de cada hombre en su Reino: el Cielo, un mundo muchísimo más grande y bello pero que no es material.

Es esto lo que entendí por la Verdad, cuya prédica llevó al Galileo a la muerte en la Cruz, así como a muchos de sus seguidores.

Se comprende entonces que esta Verdad asuste al Imperio del César, como asustó a la ortodoxa dirigencia judía, más cuando sus adeptos se multiplican día a día por millares. Pues, para el cristiano el César es un hombre más que adolece de la tan pregonada divinidad, y menos aceptable le será la subyugación de los esclavos y siervos. Rico y pobre, César y esclavo, sacerdote y siervo, son a fin de cuentas iguales ante los ojos de Dios, hijos de un mismo Padre. La diferencia es, en este mundo de la materia, que uno tiene poder y el otro no.

Vi todo con claridad: Ningún imperio o reino se sostendrá por mucho tiempo si su gobierno está soportado en esta vana diferencia. Por esta razón Roma algún día caerá, como todas las Romas que surjan en el futuro, mientras el cristianismo se expandirá por el mundo, como toda religión que se fundamente en la Verdad.

Entendí también a qué se refería Filopátor cuando dijo que un verdadero cristiano no podría representar una amenaza para Roma. Es que el hombre que cree en las enseñanzas de Jesús, sabe que es hijo del Dios Padre y no debe hacerle daño a sus hermanos, los otros hombres, así sean judíos o romanos. ¿O quién, que respete y ame a sus padres, levantaría una espada contra su misma sangre?

Por lo anterior también creo, que, muchos quieren ser cristianos pero pocos lo logran de corazón, pese a que todos son bautizados. Porque la codicia, la venganza, los celos, la envidia, el egoísmo, en fin, todas las vanidades de los hombres, priman sobre la aceptación de esta Fe que enseñó Jesús de Nazaret. "Ámense los unos a los otros como a Dios mismo, es el único mandamiento que les dejo," dijo Él, pero, ¿cuántos cristianos llegan realmente a sentir respeto y aprecio por los demás seres sin excepción?

Siendo precisamente este credo lo que más admiro de esta nueva religión. Un credo sencillo pero difícil. Un Dios Padre de todos y para todos, con el que hay que actuar en consecuencia. Un Padre con un plan para todos y cada uno de sus hijos, pero que al mismo tiempo nos otorga la libertad de seguirlo o no

Por fin había encontrado una religión que me llenaba. Una religión con una filosofía digna del Dios Supremo. Entró en mí el deseo de conocer más sobre los cristianos y su Maestro, ya no causado por el cumplimiento de la misión encomendada por el Dácico sino por el apetito de un espíritu que durante años ha estado hambriento de respuestas, cuya existencia intuía.

Pero siempre he mantenido cierta prevención cuando me acerco a determinada religión, filosofía o idea, por buena que parezca. Ya que he observado que una considerable parte de sus adeptos, practicantes o seguidores no comprenden la esencia o el fondo de lo que creen, cayendo en la distorsión, en un fanatismo que denigra el mismo credo. He visto que muchos siguen más al predicador que lo predicado en sí, pareciera que son incapaces de pensar por sí mismos entregándose por completo a todo lo dicho y hecho por el líder, maestro o sacerdote. Confían en que él piense por ellos y enaltecen su verdad como la verdad de todos. Los cristianos no serían la excepción como lo confirmaría tiempo después.

Ahora el problema era qué le informaría a mi tío. Si le escribía todo lo que he expuesto, en especial esto último, no dudaría en considerarlos una amenaza para la estabilidad político-económica del Imperio, y con razón, pues será inevitable que grupos exacerbados por líderes que distorsionen el Mensaje del Cristo se rebelen, llegándose a derramar sangre. Hasta veo un futuro cargado de intolerancia y resentimiento entre las diferentes facciones o grupos cristianos. El problema se originará en las múltiples interpretaciones del Mensaje Divino que se darán bajo las diferentes circunstancias, a conveniencia de los que ostenten o anhelen el poder. Siempre ha sido así.

Esta nueva religión se está masificando de una manera peligrosamente rápida, el que quiera es bautizado sin siquiera saber bien porqué, sin entender a cabalidad cuál es el sentido o la esencia de esta magnífica Fe.

Imaginé a qué tipo de conclusiones llegaría el Dácico junto con sus consejeros, o si se leyera en el Senado un informe mío así. El resultado obvio: otra persecución.

No estaba dispuesto a cargar sobre mi conciencia sangre cristiana.

Decidí entonces, enviar un informe que mostrara a los cristianos como una secta de gente pobre en crecimiento, una nueva religión más que llegaba al Imperio tan inofensiva como la griega, la egipcia o como la misma religión judía de la que se derivó. Dejaría entrever entre líneas que sería más conveniente para el César tolerarlos que perseguirlos, además conociendo los resquemores de mi tío, le daría a entender que sería prudente dejarlos en paz ya que si realmente este Jesús tenía procedencia Divina era mejor para el César y para Roma no desafiar a su dios.

No obraría mal escribiendo un informe más "discreto", considerando que nada efectivo se podía hacer para atajar el cristianismo, su fuerza era incontenible, aún para el imperio más poderoso del mundo, ya que ella radicaba en la simpleza de su esencia, un credo que, como ya lo mencioné, satisfacía el hambre de respuestas que el espíritu humano ha tenido por centurias: La razón de la existencia, la no soledad del Hombre, la solución a los problemas gracias a la intervención Divina, el designio Divino, el destino inexorable de cada ser, el origen Divino del Hombre y lo que sigue a la muerte o la certeza de la Vida Eterna en el más allá. Siendo este último misterio el que más me llamaba la atención de la prédica del Galileo, la respuesta sobre la que mi espíritu más quería profundizar pero sobre la que menos conocimientos demostraban tener los cristianos a mi alrededor, inclusive Filopátor. Quien ante la dificultad de responder a mis cuestionamientos al respecto me recomendó viajar a Antioquía**, en Siria, la verdadera cuna del cristianismo, donde se organizó la primera comunidad en forma.

Allí encontraría a los primeros discípulos de los doce apóstoles y del tarsiota llamado Pablo. Tal vez ellos le dieran respuestas más satisfactorias al sediento filósofo que había en Marco Trajano, según palabras de Filopátor.

Así, a la mañana siguiente de mi larga entrevista con el líder de los cristianos de Nicomedia, escribí el informe para el César, la primera carta que le enviaba desde mi salida de Roma. La cual, no sospechaba que, muy pronto pondría nuestras vidas en peligro cambiando el curso de los acontecimientos.

(*) Cristo: del griego Christus que significa "Ungido". En latín Christu

(**)Antioquía: Antiócheia en griego, Antakya en turco y Antiochia en latín. Fundada en el 300 a.C. por Seleuco, fue una de las ciudades más populosas de la antigüedad y centro de la cultura helenística. Capital de los seléucidas, pasó al imperio romano en el 64 a.C. y se convirtió en sede de los gobernadores de Siria (Syria).

 

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