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Llevaba varios meses en Antioquía cuando llegó hasta mis oídos la noticia de la muerte de Plinio el Joven, a quien siempre llamaron así para diferenciarlo de su tío Plinio el Viejo. Por la edad que aparentaba no creo que el procónsul de Bitinia hubiese alcanzado su sexagésimo aniversario. Debo reconocer en honor a su memoria, que pese a sus excesivas adulaciones y su vanidad, era un hombre con una mente privilegiada para las letras, con seguridad sus escritos trascenderán las postrimerías del imperio romano.

Había ya descartado la participación de Plinio en el atentado de que fui víctima en Nicomedia, pues él no podría beneficiarse en forma alguna con mi asesinato, menos aún si ocurría en su provincia, todo lo contrario, perdería más de lo que ganaría. Mis enemigos estaban en Roma, allí se planeó todo.

El duelo en Bitinia no sería largo, los gobernantes no duelen al pueblo tanto como sus verdaderos líderes, que raras veces son los mismos. Así lo comprobé en Antioquía: Hacía más de dos años había muerto martirizado el líder cristiano llamado Ignacio* y todavía se le lloraba.

En ocasiones sentimos que no tenemos completo dominio sobre nuestras vidas, que su transcurrir obedece más bien a un predestinado y misterioso plan. Así lo sentía desde que salí de Roma, en especial cuando arribé a Nicomedia. En aquella ciudad no me sentí forastero, es más, tenía la sensación de haberla conocido de tiempo atrás hasta el punto de reconocer algunas de sus calles, algo extraño, pues era la primera vez que visitaba la ciudad bitinia.

También allí tuve extraños sueños: Una noche soñé que era el procónsul de Bitinia, pero en tiempos anteriores a Plinio, eran los de Nerón. ¿Acaso los sueños son más que simples sueños, como lo afirman algunos magos y sacerdotes de otras religiones? ¿Y acaso hay otras vidas o la reencarnación, como también otras religiones lo pregonan? Todavía existen muchos misterios, y el de la muerte era el que más me intrigaba.

 

Indagué entre los padres de la Iglesia en Antioquía sobre el misterio de la muerte, qué dijo Jesús y qué decían los apóstoles al respecto. Nada claro obtenía. Parecía que la Resurrección y la Vida Eterna era una idea aún muy confusa entre los cristianos. Sin embargo, el ciudadano romano Saulo de Tarso o Pablo, sí habló y escribió sobre el Último Misterio.

Pablo insistía en la resurrección de los muertos ya que si no la hubiera Jesús tampoco hubiera resucitado, y si Él no resucitó su Mensaje ya no contendría nada de lo que cree el cristiano. Si sólo para esta vida vale la prédica del Nazareno, somos los más infelices de todos los hombres.

Pero Jesús de Nazaret, a quien Pablo llamó Cristo, resucitó como primer fruto ofrecido a Dios, el primero de los que duermen. Es que la muerte vino por el hombre así como la resurrección viene por el hombre. El último enemigo destruido será la muerte.

Recomendaba Pablo no dejarse engañar con aquella frase de que comamos y bebamos que mañana moriremos. Porque la Verdadera Vida viene después.

¿Cómo resucitan los muertos?, ¿con qué tipo de cuerpo salen? Lo que se siembra no revive sino muere. Lo que se siembra no es el cuerpo de la futura planta, sino un grano, una semilla, a la que Dios a través de la naturaleza dará el cuerpo que le corresponde.

Así como los cuerpos no son iguales entre los hombres y los animales, igualmente hay "cuerpos celestes" como hay "cuerpos terrenales". Los cuerpos celestes tienen otro resplandor que los terrenales, como el brillo del sol es diferente al de la luna y al de las estrellas. Una misma estrella se diferencia de otra por el brillo.

Del mismo modo pasa con la resurrección de los muertos. Al sembrarse es un cuerpo que se pudre, al resucitar será algo que no puede morir. Al sembrarse es cosa despreciable, al resucitar será glorioso. Al sembrarse el cuerpo perdió sus fuerzas, al resucitar estará lleno de vigor. Se sembró un cuerpo animado por alma viviente, y resucitará uno animado por el Espíritu. Pues habrá un cuerpo espiritual lo mismo que hay al presente un cuerpo animado y viviente.

No aparece primero lo espiritual, sino la vida animal, y sólo después lo espiritual. El primer hombre es hecho de tierra, pero el segundo hombre viene del Cielo. El hombre terrenal es modelo de los terrenales, el hombre del Cielo es modelo de los celestiales. Y así como nos parecemos ahora al hombre terrenal, también nos vamos a parecer al hombre del Cielo.

"Hermanos," declaraba Pablo, "les aseguro que no entrará al Reino de Dios lo que en el hombre es carne y sangre. Eso que va a la muerte no puede tener parte en el Reino, donde no se puede morir."

No desapareceremos, sino que seremos transformados. Es ésta la gran revelación de Jesús que transmitió Pablo.

Todo esto lo supe por algunos ancianos que en su juventud conocieron y siguieron a Pablo, en especial por uno de ellos proveniente de Corinto, a cuya comunidad cristiana Pablo, en su tiempo, escribió una epístola convidándolos a creer en la resurrección de los muertos. Esto mismo sería lo que me diría, más tarde, otro hombre de otras tierras.

Mi apetito por conocer más sobre el Último Misterio todavía no se saciaba. En Antioquía ya no encontraría más.

Un día un cristiano procedente de Armenia** me dijo que hallaría más respuestas entre los seguidores de un hombre a quien se le conoció como "el Mago de Mesopotamia".

(*) San Ignacio de Antioquía (44?-110?): Uno de lo padres apostólicos que más influyó en la Iglesia primitiva. Escribió siete epístolas exhortando la unión entre los cristianos.

(**)Armenia: Antiquísima región montañosa del sur del Cáucaso, habitada por un pueblo sometido a los medos, persas, Alejandro Magno, seléucidas, romanos, partos y sasánidas. A finales del siglo III fueron evangelizados completamente.

 

 

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