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Silvia no pudo evitar reírse abiertamente.


—¿De qué te ríes? —le increpó él, malhumorado.


—¿Cómo dices que se llama?


—Mendh—Yetah.


—Es gracioso.


—¿El qué?


—Yo vivo en Mendieta.


—Pues, claro. —Ya. Sólo que me hace gracia que todo sea tan diferente y que, sin embargo, coincidamos en eso.


—Algo es algo —replicó, sonriendo, Gheywin.


Aquella era una sonrisa sincera. Gheywin, sin darse cuenta del equívoco, recobró el optimismo al comprobar que Radjha recordaba, al menos, el nombre de su mundo. Continuaron caminando y, mientras tanto, el chico puso a Silvia al corriente de la historia de su mundo, y de la situación en ese momento. Se tomó su tiempo, de manera que al atardecer del día siguiente, cuando aún no habían salido del bosque, continuaba explicando a la chica cosas de su propia familia. Fue en ese momento cuando escucharon unos lamentos a escasa distancia de donde ellos se encontraban.


—¿Qué ha sido eso? —preguntó Silvia.


—Parece que alguien tiene problemas. Acerquémonos con cuidado.


Se aproximaron, precavidos hacia el origen de las voces y enseguida pudieron comprobar que partían de un foso que había en el centro de un claro. Se asomaron al borde.

 

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