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Gheywin ya había estado pensando en ello desde hacía un rato y no dijo nada.


Has tenido suerte, noble. Si el iskhar te hubiera juzgado débil, ya estarías muerto pero cree que podrá sacar un buen precio por ti, de manera que reserva tus fuerzas porque también debes parecer útil a los regentes de las minas. Duerme por lo tanto ya que mañana, al alba, reemprenderemos la marcha.

 


La partida de Stihán llegó al campamento obano cuando ya era de noche. Tras despojarse de sus armas y lavarse del polvo del camino, éste se dirigió a la tienda de Ari Sihán. Dentro de ella, el Primero de Obán estaba reunido con el Venerable Primer Sacerdote. Cuando Stihán entró, miró al “hombre santo” esperando que saliera del recinto pero el Primero le indicó con una seña que permaneciera sentado.


—Habla, Stihán —dijo, solemnemente, el Primero.


—Poco hay que decir —respondió, altivo, éste—. Parece como la tierra se hubiera tragado al goljiano. Ni tan siquiera hemos hallado su rastro. Debimos matarlo cuando tuvimos oportunidad. ¿Quién sabe dónde estará ahora? Seguro que ha delatado nuestra posición.


El Primero permaneció en silencio. Stihán miró al Venerable y preguntó, receloso:


—¿Y Ruán?


—Marchó a meditar por orden del Venerable —respondió el Primero.


—Tú —dijo con énfasis— ordenaste que permaneciera en el campamento.


—Eso no importa ahora. Lo verdaderamente importante es que aún no ha regresado. En caso de querer permanecer  más tiempo aislado podría haber mandado algún mensaje y no lo ha hecho. Descansa esta noche y mañana partirás en su busca. No tengo nada más que decir.


Stihán abandonó, malhumorado, la tienda de su padre. Odiaba la situación en la que se encontraba. Estaba seguro de que era a él a quien correspondía la primacía entre ambos y sin embargo su padre prefería a su hermano. Pensó con cierta vergüenza en lo que había hecho. Tal vez no debería haber enviado el mensajero a Undhia pero la envidia había sido más fuerte que su deber. Había creído firmemente que el goljiano tenía que morir y que si se hubiera ganado la complicidad de Mascoldin, entre ambos habrían podido derrotar a Iskhar. Después, ya se encargaría él de poner las cosas en su sitio. Imaginó entonces un mundo dominado por Obán y eso disipó todo sentimiento de traición.


Antes de retirarse, bebió un largo trago de licor y luego, otro y así hasta que cayó, ebrio, en el lecho.

 

 

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