El hedor de los whorgos se hacía insoportable. Las bestias sabían que allí había una o varias presas pero no podían distinguirlas. Hozaban, husmeaban, gruñían, rascaban el suelo con sus garras, se relamían con escándalo pero no daban con Silvia ni con la bruja quienes, inmóviles, confiaban en que aquel estado les librara de una horrible muerte. A pesar de la baja temperatura, Silvia sudaba pero no se secó las gotas que resbalaban por su frente. No se atrevió ni tan siquiera a mover los ojos cuando escuchó un batir de alas a su derecha.
Grag, el buitre de Rhwima, se había posado a unos veinte metros de las fieras y aleteaba con la esperanza de que los whorgos perdieran interés en su búsqueda y se concentraran en él. Su intento tuvo el resultado esperado. Los whorgos se lanzaron a una feroz carrera contra el ave, rugiendo de saña. Grag les esperó hasta que casi estuvieron encima y entonces remontó el vuelo para pararse a escasos treinta metros. Allí graznó cual si su chillido fuera una risotada, una befa de las impotentes alimañas que, de día, no poseían la agudeza sensorial que tan temibles les hacía después de la puesta del sol...
Así, los whorgos, intentando capturar a la presa que intuían, a la que habían visto aletear una y otra vez, a la que habían oído graznar de forma tan desagradable, se alejaron a cada acometida del verdadero botín, de las dos indefensas viajeras que no habrían podido hacer nada para evitar una horrorosa muerte.
Una vez descubierta la fuga, se desató un gran alboroto en el campamento. Ruán pidió ser recibido por el Primero de Obán. Cuando entró en la tienda, su hermano Stihán ya se encontraba allí.
—Supongo que ya te habrás enterado —dijo éste.
—Hace un momento. Le cogeré.
—Nada de eso. Ahora seré yo quien vaya por él —Stihán se adelantó levantando la voz a la vez que miraba a su padre esperando aprobación—. Ya tuviste oportunidad de usar tus métodos. ¡Ruán, el inteligente, el dialogante! Podrías parecer casi un noble. Pero, no. Un noble no se comporta ni la mitad de bien que un hombre de las estepas. Nunca debimos confiar en él. Ahora estará corriendo a Goljia o, ¿quién sabe? tal vez a Iskhar, para delatar nuestra situación. Y no sólo eso. Dirá también que somos fuertes, que nos preparamos para la guerra y que podemos ganarla. Cuando los nobles lo sepan, se unirán contra nosotros y nos aplastarán porque aún no estamos preparados. Yo iré, Primero. Concededme diez guerreros y traeremos ante vuestra tienda la cabeza del goljiano.
—No seas estúpido, Stihán —replicó su hermano—. Ha huido, sí. Pero cualquiera haría lo mismo. Anoche empezaba a comprender...
—Te engañó, Ruán. Acéptalo. Confiaste en él, en ti mismo y se rió de ti.
—No es cierto. Comenzaba a entender nuestra razón y la injusticia que muestra casta ha sufrido siempre. No debió escapar pero si le matamos no sabremos muchas cosas que pueden sernos de utilidad. Deja que me ocupe yo, Primero. Le encontraré y regresaré con él.
—Cuando vuelva estará muerto —sentenció Stihán.