-Moi aussi
Sonríe timidamente y dice: Mais tu viens de l'Espagne
-Donc c'est pour ça que je vais y retourner
-Ah, je ne veux pas retourner à Korea
-Ah bon et porquoi ça ?
-Parce que J'aime bien la France, et toi ?
-J'y commence
Nos quedamos un rato callados. Ella sonríe un poco cohibida y al final opta por marcharse.
-D'accord, je veux aller à la classe
-Moi je reste ici un peu plus
Decido meterme en la biblioteca para controlar la puerta de entrada. En el interior hay una mujer gorda que ordena una estantería. Interrumpe su tarea, me mira por encima de las gafas y dice: Bon jour, jeune homme. Bon jour, replico yo.
-Est-ce que vous cherchez un livre ?
-Oui
-Quel type ?
-Je ne sais pas, un livre fàcile, peut-être
-Vous connaissez le petit prince ?
-Oui, je l'ai déjà lu, j'en voudrais un encore plus facile
-Donc, il y a les bandes dessines
-Oui, ça ira
Pone un tebeo en mis manos y continua con su tarea. Me coloco en un ángulo idóneo, abro el tebeo sobre la mesa y empiezo a contar los minutos.
Es inútil que te espere, ambos lo sabemos, pese a todo y con tu permiso yo te espero. Sabes, en clase la angustia me atenaza y madame me hace astillas, si tú le explicaras cuán débil me siento ella sin duda escucharía, romperle el cuello, tu bello rostro, conocer a Dios y a la familia.
Una voz de mujer me sobresalta: -Bon jour Monsieur, amusez-vous bien, es la bibliotecaria que acaba su jornada, Bonjour madame. No bien ha cerrado la puerta se me ocurre curiosear su fichero, por si encuentro allí tu nombre, aunque no pueda reconocerlo. Tiene el fichero dividido en dos hileras, en una los comprobantes de los libros prestados, en la otra lo que parecen ser fichas de estudiantes. Aaron Thomas. No me suena como autor. La segunda lleva foto: son estudiantes.
Empiezo a buscarte en la D, en la E no estás, vuelvo entonces a la A y las voy mirando una por una, salto la D y la E, ninguna más hasta la K, en la M te intuyo, es en la P al final: Persson.
Ella dice que te llamas Karin. He aprendido que vienes de Suecia.
Llego al Miércoles febril, cojo el tren de las ocho y veinte y te rastreo por todo el vagón, te busco además apoyado en la puerta divisoria, te imagino a través del cristal. Pero sólo hallo sombras. Tampoco hay suerte en el trasbordo, ni bendices el último tren, me despeño en el minuto veinticinco pero sano en el veintiséis, las puertas se abren imperativas, me siento a esperarte en el andén.
Los trenes paran, descargan y aspiran, llenando cada tres minutos el espacio con imágenes. Frente a mí están pasando con cadencia de celuloide: madres sin hijos, niños sin escuela, jóvenes que merodean los treinta, todos árabes, todos desempleados. Un desocupado se sienta junto a mí, mete una mano en el bolsillo de su cazadora y extrae un paquete de cigarros, después elige uno y lo despanzurra sobre una de sus manos, el resto ya me lo conozco. Transcurren dos, tres minutos, o los que en esta atmósfera embriagadora haya él necesitado. Aparecerás Karin ahora, harás mi dicha completa. El tipo se marcha, me quedo con su olor; puntuales por el andén asoman los primeros estudiantes; periódicamente un tren, estudiantes que siguen llegando.
Las nueve y veinte Karin, por qué no vienes. Vas a llegar tarde a clase, voy a perder mi segundo día de colegio. Espera que ya lo oigo, tú siempre vienes en el último tren.
La veo enseguida, de pie en el vagón de cola, que es para mi desgracia el que para frente a mí. Ella sabe que existo, que va a pensar cuando me vea, mejor me levanto como si esperara el tren, pero qué imbécil, entonces tendría que entrar. Decido que tú quieres que te sostenga la mirada, y por lo tanto la fijo en medio de la puerta que frena, pero ella baja por la otra. Me pego aliviado a sus cortos pasos felinos, cruzamos juntos, de árabes, la nube infecta. En el ángulo de la calle me coloco al fin al lado de ella; vigila inclemente, calzada que ha de cruzar, se abalanza, para el tráfico, gruñe en silencio y con orgullo; después acelera el paso, existe y se mete en el edificio. La sigo apesadumbrado; bajo el cielo planea una sombra de humillación, cruzo también la calle y me cuelo a continuación en el edificio; entro en un pozo de ansiedad; recibe el gastado eco de la muerte.
Doy unas vueltas inquieto, me acerco a la biblioteca, increpo a las máquinas expendedoras; me siento en medio del hall, hojeo una revista, bebo mi café negro. Elijo al fin la biblioteca y dejo mis útiles de trabajo reposando sobre la mesa, después voy hasta la máquina expendedora a por otro café negro. Lo tomo allí mismo apoyado contra la máquina y me entra nostalgia del hombre del tiempo. Es ya un trozo de mi vida, más fuerte que la amistad. Si quisiera Karin ser otro trozo de mi vida... el pedazo que me falta, dejar de ser y de pensar. No tengo más que esperarte dentro de hora y media donde nos vimos por primera vez. No olvides traer contigo tu sonrisa hacia el infinito, la soledad de un alma perdida en la gran ciudad. Karin esta ahora absorbiendo conocimiento, derramándose su amor sobre las hojas y cuartillas, convirtiendo en única la basura que le rodea. Cuando Karin entiende algo hay música en sus pupilas, y si alguna vez se aburre saca sus lápices de colores y pinta mundos paralelos sobre las hojas de papel. Tomo a Karin de la mano y la llevo a la biblioteca, la siento allí justo a mi lado y le doy un libro para leer; lee ella con atención las palabras sucias que hay en los libros, y en su rostro leemos las emociones que le asaltan. Esperándola he sido yo él que ha tenido que coger un libro, en él me encuentro con palabras que todavía no comprendo, y que voy anotando sobre los márgenes del papel, para después, leídas las suficientes, averiguar su significado con la ayuda de un diccionario; y así va pasando la mañana; aumentando en la luz que me lleva a la claridad de las once y media.