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Caminad junto a mí, os acercaré hasta mi edificio; al llegar, quedaos fuera; yo os lo ordeno. Sólo yo puedo entrar en él, en mi edificio; magnánimo como me siento respeto el sueño del durmiente. Se agita él un poco, atisbando entre sueños, sin llegar a despertar. Imagen gloriosa en el espejo. Pasillo triunfal. Mis cuatro paredes. Mi soledad. Una ventana abierta. Sin mas tiempo que quemar. Dormir. Nada más.

Domingo; me despierto con la angustia que causa la vida, la resaca de la nada. El corazón late desbocado sin que pueda yo hallar el motivo, recopilo mas no encuentro temores de los que acordarme, peligros en lontananza; debe ser eso que siempre me acecha: por qué estoy aquí, cuál es mi objetivo; y ya quedo aclarado. Mire a Padre y dije: Padre , quiero ser traductor; Padre velo los ojos, resumiendo en una frase toda la emoción del momento: haz lo que te salga de los cojones. Y es a partir de aquí que Padre me deja en la incertidumbre, con esa crueldad que sólo puede tener un Padre. Y haces mal Padre, porque un día mirarás; un día, mirarás en el espejo; mira! llueven lágrimas de sangre; ese día cogerás, tu puta-tus lágrimas-tus escamas, en tu nicho de invierno, por la abulia del verano.

Salgo de la cama empujado por el odio, que ya es algo por lo que vivir. Al otro lado de la persiana se encuentra un edificio gemelo en proceso de construcción; bañado por la luz invernal de las doce de la mañana. Visto así, en su desnudez, no parece tan imponente. Hay dos hormigoneras, abajo, en la planta sexta, un par de camiones inmóviles en la entrada, llega el Domingo con su sobredosis de tiempo muerto. Es el Domingo el día de los restantes animales, perros que ladran y ladran, pájaros que no paran de piar; campanas a lo lejos; en iglesias semivacías. De lo que desde aquí puedo ver, pueblan la calle: dos niños, tres palomas, un adulto, un perro; de ahí quizás mis reflexiones. Los niños, cuando todavía lo son, sueñan, pero un día despiertan. Aun no les enseñaron que en la vida están las horas, los minutos por llegar, la primavera y el otoño, viernes-sábado, la libertad; bajo el desván del cielo; en un paraíso terrenal, y habitando este mágico zoo, que llamamos Sociedad.

Yo me digo que violo las reglas si recién levantado me enciendo un porro, conciencia de vulneración que en mi mente viene a surtir el mismo efecto. La cárcel. Que sociedad la nuestra, se autodestruye y después se retroalimenta, y todos resultan perjudicados. Me torturan las reglas, las normas invaden mi cabeza; una fijé, hoy hace apenas una semana, es por lo tanto mi deber, sí, es el Domingo el día en el cual me toca hacer la colada.

Omito para ello lo que queda del porro, cojo una bolsa de plástico y la voy llenando de ropa sucia, una vez llena, coloco en su interior el detergente, un vaso de plástico vacío, compruebo por enésima vez las monedad y me voy a la lavandería. Está la lavandería a dos manzanas de distancia, abierta las veinticuatro horas del día. No encuentro en ella otra cosa que el vacío más absoluto, eligiendo, así, la que quiero de entre las máquinas. Es hermosa la lavandería, hay diez máquinas de lavar según el peso de la ropa, tres para secar y una para pagar; hay además, en el centro, una mesa ancha y negra necesaria para doblar la ropa, seis sillas junto a las ventanas y dos máquinas expendedoras. Tan simple. Por fin un orden que comprendo, capital: quince francos, trabajo: el coste oportunidad, y otra vez me están diciendo que lo que hago no vale nada. Meto la ropa en una de las lavadoras, echo a la vez el detergente, la pongo en funcionamiento desde la central de pago. Me siento en una silla, espero. Del reloj saltan, uno tras otro, los minutos, el tambor gira bajo mi constante vigilancia; tan adormecedor; me pesan tanto los párpados... los voy cerrando poco a poco hasta que dejo de percibir movimiento. 

-Bonjour Monsieur

Una voz de ultratumba me saca de mi sueño: Bonjour Monsieur. Abro los ojos y encuentro un oso enorme a mi lado, luego, fijándome bien, observo que no es oso sino un enorme mendigo. Bonjour, tartamudeo.

-C'est un beau jour n'est-ce pas

-Oui pas mal

El mendigo se sienta a una silla de distancia y me mira con ojos socarrones, viste los habituales andrajos y una barba roja y salvaje, a sus pies ha dejado un saco donde quizás lleve sus pertenencias.

-il fait beau aujourd´hui quoi qu'il fait beau

-oui

-Vous avez l'heure monsieur?

-il est une heure quart

-Vous etes sure?

-oui

-Ah bon

Abre entonces su saco y lo escudriña furtivamente, se echa después a reir mostrándome sus dientes destartalados: Non Monsieur, vous vous trompez

-Quoi?

-Regardez

Señala el saco con un dedo.

-Pardon?

-Allez, n'ayez pas peur

Me inclino hacia la derecha para ver el contenido de su saco. Esta lleno de relojes.

-Vous avez vu?

-oui j'ai compri

Saca el mendigo un reloj adhesivo que marca las seis de la tarde: C'est quelle heure ça ?

-Ça c'est six heures

-C'est une bonne heure?

-Parfois seulement

-Parfois... bon tout ce que je sais, c'est qu'il est temp de manger, vous avez mangé ?

-oui, miento

-Allez... on va mange ensemble

Extrae un paquete blanco del interior de su chaqueta, lo desenvuelve y coloca su contenido sobre la silla que nos separa. Hay dos bollos de pan marrón, un trozo de queso blando y una lata de sardinas. El mendigo abre la lata y permite que sea el primero en meter en ella los dedos. Cojo sólo una sardina. A continuación corto igualmente el queso y me apropio de mi pedazo de pan. Masticamos con fruición. Sonreímos cuando se cruzan nuestras miradas.

-Vous avez un nom monsieur?

La respuesta me viene automática: No. El mendigo asiente en tanto logra digerir su bolo alimenticio: Voila, moi non plus. Entonces se sacude algunas migajas de la barba, mete el reloj adhesivo en el habitat de su saco y, envolviendo los restos de comida en el pedazo de papel, dice: Je vais y aller

-Où? exclamo, él me santigua y dice entre risotadas: Je sais pas. Lo veo después salir, sé que no puedo evitarlo. Me quedo en cambio vagando por las brumas de un espejismo, por las aristas de las máquinas, los rincones de la lavandería, mudando la ropa al calor de la secadora, con la secreta esperanza de que la magia vuelva a repetirse. No importa. Aún así viviría en tu cieno eternamente, fosilizándome en tu lodo, con tus fantasmas de lavandería. Y cuando el tiempo llegue me será tan duro marchar; me despediré de las máquinas, rotas todas por el llanto; desconsoladas estarán las sillas; y acariciaré la mesa, la mesa ancha y negra. En el exterior paciente lo que queda de Domingo, cerniéndose el resuello de la conversación semanal con Padre.

Padre ha despertado a las siete de la mañana, destemplado en su pelo ralo, sorprendido en sus ojos de recién nacido.

 

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