“PRIMERA PARTE”
"Madame/monsieur, votre attention s´il vous plaît ( 23:40, hay una retención, voy a perder el último tren )... a la suite d'un acte du vandalisme la ligne D será fermée pendant plusieurs minutes, merci beaucoup madame/monsieur... "[1], vuelve "is this love" en el hilo musical. En el andén jóvenes hienas árabes fuman ora costo ora tabaco. Mujer rubia, ancianos, pelo blanco, una joven abrazada a su perro. En los asientos, junto a mí, un mendigo. A la derecha trabajadores del metro.
El mendigo rubio ceniciento sale de su pasmo y exclama: C'est pas vandalisme, c'est Bob Marli. Se sienta y se levanta. Está medio borracho: "Avec soixante-deux millions de bob marlis il y aurait pas du vandalisme"[2].
En grupo los trabajadores ríen. Se destaca uno de ellos decidido a increparle, pero iniciaba él, previsor la retirada. Sus pies de tierra y de mendigo; o aquí, o en cualquier otra parte.
A su marcha me detengo en la autoridad (en todas partes y en ninguna) Cimentada de uniformes grises, de verdugos de mendigos deslenguados; para volar, sentando antes la cabeza; para reír, si estoy con ellos, legitimado.
Han acotado un pedazo de andén donde reír y charlar a voces. Las hienas atisban condescendientes. Los borran con nubes de humo.
Para ellas esta el colarse por las claraboyas en el teatro. Idealizar su marginación.
Cuando la hiena puede la hiena es autoridad, la autoridad no quiere ser hiena; el mendigo nos subyace a todos.
Hay sin embargo una solidaridad, invisible, que hoy nos une y alzamos así las orejas al percibir un fragor cercano. Llega el tren de la redención ! , nos atropellamos en su seno. Esbozamos gestos de alivio, ya funciona el engranaje!. Con que regocijo reímos. Tan fuerte, que nos estrangulamos de risa. Madame/ monsieur veuillez vous sortir...[3]
Hacinados de nuevo en el andén. Los empleados velan la realidad con un tupido halo de misterio:.Sortez vous s'il vous plaît[4], solicitan a grito pelado. Queda al final una hiena impasible en el vagón. Sortez vous monsieur[5], dice uno de los tipos de uniforme. Hiena le mira una vez doblando la extensión de su boca, cierra después ambos puños y los coloca en tensión sobre las rodillas. El tipo se le aproxima: Monsieur ... silencio de hiena, humedad en las miradas... allez sort[6], entonces, la arranca del asiento, la zarandea y saca a empellones del interior del vagón de tren: Petite pute[7]. Hiena le mira y sonríe satisfecha, después se agacha , recoge sus auriculares y se aleja del lugar caminando con parsimonia. Anda y ábrele la cabeza. Si te degollase, tranquilo. Aquí nadie va a mover un músculo; ni siquiera un parpadeo.
El tipo desdeña para mi pesar la perspectiva heroica que se le ofrece y, desaprobando con la cabeza, avanza unos metros por el andén para cerrar filas junto a sus compañeros. Se abre un impasse de espera, de maldiciones entre dientes, de preguntas sin respuestas. Súbita desbandada en nuestro punto de referencia; la confirmación de una noticia que llega por megafonía: xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx . No queda mas opción que hacer el trayecto a pie, los habéis visto, los conocéis, la noche esta llena de mártires.
El exterior me recibe con viento frío que cala en los huesos. En la calle es noche de fiesta, todo dios feliz, hay música por todas partes. Cervezas tibias de tienda a veinte francos. Muchas hienas al acecho.
La masa; monocroma, unicéfala, sube y baja como la marea, deja en retirada un puñado de cadáveres semidesnudos sobre la acera. Polizón en el océano de chusma, mar negro que bulle y hormiguea. Me salpican sus alientos. Apuñálanme sus manos. Hay sangre en mis oídos, riadas de sarna en mis costados. Bellos anos femeninos, blancos dientes, labios, esclavos. Ríen las furcias... burdel soñado.
Contagiado quizás por el ambiente me entretengo en mendigar un cigarro que enciendo furtivo contra un muro; la vida de un nuevo cigarro en aritmética combustión. Fumo un poco, doy unos pasos, sin poder elegir; por calles atestadas de gente. De repente una hiena en mis barbas, de dónde coño había salido. Pequeña. Sucia. Huele a humo y a sudor. -T'as un clope -Je n'en ai pas[8]. Violenta ante la evidencia que sostengo entre mis labios; instintos porcinos; la búsqueda del donante. En una ciudad cuadriculada, hiena, yo, y sombras en el viento; en un círculo que se abre en la noche, un círculo que es de color negro.
Una presencia de avispa, vela por mí en lo alto; despliega sus alas de alambre, sonríe, opera el milagro: hiena aprende entonces mi condición de extranjero, no habiéndola demás hienas secundado, me concede seguir gozando del resto de la velada. -Je ne nique que les français[9] dice, y yo me alegro de no serlo.
Me alejo entonces reptando, feliz entre la turba espasmódica; en segundos es solo un recuerdo, que se disfraza de tierna muchedumbre. Quiero saber lo que me aguarda, salir indemne de sueño tan funesto. Cambio de acera, doblo una esquina; cruzo la calle, giro a la derecha; topándome con la luz enfrente de un bar: un árabe gordo que aporrea con dulzura la jeta de un juerguista. Los puños caen blandos, como en los sueños. Es bonito, parece una coreografía. El resto, adormece la danza del líder, alguna patada que otra, cuestionando la nobleza de la lucha; nada demasiado grave, el francés estaría, seguro, de acuerdo, qu'est ce que c'est passé[10] chilla, y bracea entre las hostias, momento en el que estalla una violenta carcajada, pédé, tu l'as entendu le pédé[11]. Contéstole que sí, que estamos en el mismo bando, después me diluyo en la noche por si acaso me rompieren la cara. Subo, bajo, salto, recorto y esquivo, los peligros acechan; están reventando paradas en la plaza del Ayuntamiento; zumban los coches de policía y el enjambre se disgrega. Radian entonces mi camino espectros de hienas fugaces, agazapadas ahora en lúgubres callejones. Se resiente así mi marcha; malditos!, no soy yo más importante que una lámina de cristal. Obligado de nuevo a elegir, de entre todas la más solitaria. Rápido, más rápido. Dejando estela de bocacalles en penumbra.
Me tranquilizo, pero solo un momento, porque entonces; se alarga una sombra, hay pasos en el pavimento; es mi nuca la que me gira; es a la realidad deformada; es atroz el carnívoro, el carnívoro al degüello. Siluetas dos irrumpen en la acera. Paralizo movimiento. Hágase tu voluntad. Así en la tierra, como en el infierno.
Después, los nervios calmados, todavía presente en el planeta tierra, me conmueve el aclarar la mirada y obtener dos peleles descoyuntados por el alcohol. Celebrando entre risas, es cómico mi rostro, y como palpan alborozados. Il faut s'amuser monsieur c'est la fete. No me toques apestado, que ya yo sigo mi camino. Suéltame por favor, por favor suéltame el brazo
Los alegres borrachos, ante la reticencia de nuestro amigo, acaban por desistir de tan innoble mensajero, aunque antes le ofrecen un cigarro que él rechaza escabulléndose con su viscoso reptar de culebra.
Llego a un río, ya solo tengo que seguirlo. Gritan algo desde un coche marrón; me recoge el silencio.
Calles mudas y muertas; las aguas fluyen, negras.
Me siento en un banco, mi humilde morada a tiro de piedra; alumbro un porro que me cuartea la garganta; fumo despacio, la soledad vibra a mi alrededor. Es así como quiero esperar a la eternidad, un porro en la mano y la polla en la otra; los días segundos; las personas imágenes. Se disuelven las juntas del organismo que me acoge, se apelmazan después los pensamientos, el fuego se extingue entre mis dedos; desaparece su luz en la negritud del tiempo. Lo proyecto y vuela, naufrago hacia el río.
Urgido por el frío, la noche, el viento, el mas allá, mi cuerpo se tambalea, triste figura al caminar. Conoce bien el camino y lo ejecuta como autómata, aunque no sea en fin, tan difícil, atinar con el coloso de hormigón; incluso yo sé que al final de la calle ondea la estructura que te esconde, ven a mí dice, en mis tripas sólo hay nombres; te obedezco porque eres sabia, que sabré yo ser deforme, que si acaso me devoras, será en mi bien, y en el de los hombres.
Alcanzo sedado el umbral de mi fortaleza, un moro de los buenos tutela la propiedad. Duerme en sus babas, decapitado sobre el mostrador. Le doy las buenas noches pero solo para joderle. De sus sueños transportado, turbio presente con gilipollas incluido. Bonsoir[12]. Paso de largo, él se retuerce inquieto, me mira sin desvelar malicia, respira; y lo dejo desvelado, inclinado sobre su pupitre, deseándome quizás la muerte, mientras yo me deslizo, desnudo, hacia el ascensor.
Es entonces, y a raíz de estos pensamientos, cuando él se precipita enajenado hacia la escalera, mas con capacidad para advertir, en un pensamiento reflejo, lo tétrico de la subida, y se abría en ese instante la puerta del ascensor. Lo vemos ahora, frente al espejo, en su ascensión hasta el séptimo piso, tantear las llaves en su bolsillo derecho y optar al final por sacarlas, presa siempre de un pánico que nosotros no comprendemos. Intentamos no obstante comprender, de manera que al volver a situarlo él se encuentra ya frente a la puerta de su habitación, lívido en el manejo de las llaves desaparece en su madriguera. Y es aquí cuando le dejamos que retome la narración: pierdo la conciencia entre los gestos habituales (creo haber cerrado la puerta del cubículo), un extraño brillo rodea la ventana, me acerco extraviado a los cristales, desaparecen a mandato de mis dedos. Acodado estoy en la ventana, exhalo jirones de humo que se desvanecen sobre la ciudad; me hundo en el pavimento; no pienso durante la caída; eso es, no pensar, tan cerca, tan lejos; la noche se cierra sobre sí misma.
El Sábado me despierta la desazón en el estómago; no es angustia sino hambre. No se filtra ni haz de luz ni el más leve de los murmullos, sólo, un atronador silencio. Me abraso los ojos con la luz cenital; las cuatro de la tarde; en los límites de lo humano. Salgo vestido de la cama y el espejo es mi enemigo; cojo las llaves, mi gorro y un puñado de monedas, cierro la ventana y salgo de la habitación.
En la entrada fósil el moro juega al ajedrez en su tablero diminuto, Ça va[13], late una amistad en su mirada, Oui ça va[14], la primera sonrisa del día, que quiere ser palabra; mas se queda en letanía. A plus[15] me desliza, pero yo ya emboco la puerta. La empujo para descubrir que las aceras en Francia están sembradas en mierda, que el aire aquí no es más gris que en otras partes, que tampoco lo son las pupilas, que la lluvia cae, y que moja a todos como a iguales. Me calo mi gorro negro y camino bajo la lluvia por la acera solitaria; istmo de soledad (soñada; deficitaria) desembocando inédita en una ensalada de voces. Al otro lado de la calle, donde curva la acera, dos mujeres desarmadas velan por la integridad de sus perros; el uno, gordo y peludo, se estrangula en su furor asesino; el otro, pobre, es apenas una rata. Puedo por fin observar; invisible dibujo de lluvia, la correa marrón traslúcido, una bestia que imagino en libertad; el desencanto inmediato cuando la realidad me alcanza. Un caniche que chilla ensartado por los aires, una mujer que golpea rendida por el pánico; las ies que gimotea bajito; la quietud que ha violentado.
Preciosa ratita ! que cruento es el mundo tras la vagina de mamá . Mechant, lache-le mechant[16]. Mami y su súplica amortiguándose al hilo de mis pasos. Las dos y veinte en el reloj solar. No se oye nada.
No era esta mi aventura, hoy voy al supermercado. Salpican las ruedas de un coche; vibrando desde el mas allá. El agua me despierta, me da un punto de agresividad; retomo el pulso y el control; he de girar en la siguiente, en la tercera esquina, segunda bocacalle, única existente a mano derecha; avistar y decidir; pensar; ejecutar, aunque a veces, en el seno mismo del proceso, se oculta la duda existencial : que comprar.
Resuelvo el problema guiándome por los precios y compro lo que hay que comprar, sin un lujo, bueno, uno, pura química. Casi me engaña la cajera, Bon weekend monsieur[17], se lo dice a todos. Cinco minutos más tarde de vuelta en el edificio dedico un rápido espasmo a la atención de mi moro guardián; su latido es ahora opaco, Monsieur, y que esperabas. A las cuatro cuarentaiseis tengo ante mi un gran bocadillo, tiro casi todo el pan, nada que hacer hasta la cena. Todo ser es todo yo; hay también una mosca que vuela a mi alrededor.
Noble voladora, qué del aire sin la traza de tus círculos. Abnegada eres; por sino, pocos días y un mundo por tejer. Alma viva, las ideas te rondan; qué inalcanzables tras el cristal. Ahora te plantas, un poco caminas; hada golosa... destripada tenaz.
Se arrastra todavía un trecho. Maculando con sus tripas la superficie transparente.
Envuelvo después en humilde mortaja ínfimos vestigios de su agonía; total, una pelota, inocente y de papel, donde quizás yazca un cadáver. Sabemos que en la papelera, ceteris paribus, existen : trozos de miga de pan; el cadáver de una mosca; pedazos de papel higiénico periódicamente rasgado al dictado de mi animosidad eyaculatoria. Sabemos que es la papelera y es la mesa ancha y blanca de estudiante, un cuarto de baño con ducha, mesita de noche, ventana y cama. La cama es estrecha y esta además sin hacer, pero domina la habitación de manera casi tiránica, en ella es donde cosecho la mayoría de mis certezas. Ha visto tantas cosas: cerdos lloriqueando, eternidad de delirios de grandeza, hímenes que han experimentado un quebrantamiento místico y privado, individual y fascinante. Me tumbo en cama y espero... no más moscas, nada que leer, bordeando el ecuador de la decimoséptima hora del día; el techo permanece blanco e inmutable; las paredes conservan siempre su textura de escayola; emprendo recorrido por el perímetro de mi rectángulo. Cerebro, carga insoportable; si pudiere uno desconectarse a voluntad ... no lo niego la situación es insostenible, dos semanas y apenas cruzo palabra; no avanza el aprendizaje, o no como debiere, o quizás es que ni me importa; puedo tumbarme en la cama; puedo también levantarme; revolcarme en la moqueta o soñar que no soy nadie; pero hay un objetivo, en realidad dos, y puedo alcanzarlos con la misma llamada.
Extrae un papel de lo que en él ha de ser cartera y lo memoriza, después coje el auricular y marca el siguiente número : 262552.-Hola, Manoli ? -Sí, quién es ? -Soy el hijo de Laura -Ah bon, mais on t'attendait[18] como no has llamado antes ? (dejo pasar unos segundos de contrición que al final me evitan responder) -Bueno bueno y qué tal?, conoces ya gente y eso -Bueno, tampoco gran cosa, me he hecho amigo del portero del edificio -Ah que bien, eso esta muy bien, y la ciudad qué tal?, magnífica, no? (su entusiasmo es intenso, ciertamente contagioso) -Sí muy bonita, un poco melancólica... o quizás es el invierno... ( pero que estoy diciendo me va a tomar por gilipollas) -Oye por qué no te vienes a cenar a casa esta noche, vamos si no tienes otros planes -No... no tenía nada previsto -Perfecto, nosotros cenamos a las ocho, quiero decir a las ocho y media, bueno sabrás que en Francia cuando te invitan hay que llegar media hora tarde no? -Porque me lo acabas de decir -Qué? ah!, aunque yo de francesa nada, bueno en realidad cojo lo mejor de ambas culturas, sí, yo es que soy muy ecléctica sabes? -Ya, ya -Bueno, tienes ahí donde apuntar?
-Sí dime -Rue Lalande[19], número setenta, octavo derecha, la parada de metro es Massena, ésto está en la línea A, te sabrás manejar ya en el metro? -Si si claro, sin ningún problema -Pues, hasta esta noche entonces, bueno en realidad hasta dentro de unas horas -Vale, a las ocho y media no? -Exactamente, ocho en España ocho y media en Francia -Muy bien, espero no equivocarme... ocho y media... Rue Lalande... pues hasta luego entonces -Adiós.
Emerge lúgubre de la nada el centro comercial. Yo camino en trance, sobre charcos y basura; vuelo hacia su brillo fantasmal. Es el ágora que ha gestado el devenir. Alberga en sus entrañas tiendas y más tiendas, cines y montañas, el sol y las estrellas, y claro, la red ferroviaria. ¡Te respeto oh totémico!. Porque la ley la fraguan los cerdos que la cumplen, porque llevo además más de media hora sin fumar, permíteme centinela que me recueste un rato en tu lomo, saque papel y tabaco e improvise un cigarro. Es tan suave tu cemento almohada de hormigón... arrópame con tus vértices, ¡cántame esa canción!, ésa que tanto nos gustaba, te lo ruego haz memoria, decía así el estribillo: ta, ta, ta-ta, ta, ta-ta, ta, ta-ta...
¿ Dónde están, Padre, los tesoros que me prometiste?. ¡Díme!, ¿no soy yo también tu hijo?. ¡Mírame! me he abierto las muñecas ( ofrenda a la huella de tu busto disforme ), no merezco tu arrogancia, entre todos uno más; bien sabes que no es eso cierto, que hay lazos que nos unen; aunque tú no lo quieras, Padre. Pero tu me engulles sin distinción ( pronto ignoras que no estoy en el comercio de los hombres ), por qué Padre si teníamos tantos planes... una cabeza más de ganado, sí, pero una que ha hollado las grietas de tu piel; te he matado cada noche y has vuelto a despertar, callas, también yo se callar; en silencio por tus salas, alhajas tras el escaparate; que son mías por derecho; hallo consuelo en el odio, aunque tú ya lo sepas, Padre.
Padre se vuelve vaporoso en mi mente, asediado como estoy por jóvenes procaces; que ninguno marche solo cosa extraña para los tiempos que corren; los hay que se regurgitan, en invisibles redes portátiles, nunca hartos, parece, de reencontrar su pestilencia; los hay y no los hay, y ni ellos saben quienes son; en lo físico caminan rápido como si fueran a alguna parte: objetivos que cumplir, una vida que llenar, parada y fonda, siglos habéis, con vuestras luces de iluminar.
Saco un billete de ida y vuelta por ocho francos y lo guardo en el bolsillo de la camisa, después floto por el andén en busca de un sitio vacío; ávidas me escudriñan rapaces de ojos mezquinos, curvos picos amarillentos, crueldad en sus miradas; colgajos indolentes, atterezo de túnel de metro. Paro entonces porque había de parar, parcela libre sino impávido carroñero; me calibra por costumbre y clasifica en inoperante, endurece después la mirada, pero es todo lo que va a hacer, por siempre fiera menor; hurtando aún dos caladas al inminente fragor del metro. Se abren las puertas y entramos, pero él deja medio cuerpo fuera para dar la última calada, descapulla entonces el cigarro con un capirotazo certero, se lo encaja en la oreja y espira la bocanada de humo en el interior del vagón de tren. Le provoco todavía un momento; él se da la vuelta ignorándome. Recorro a continuación los contornos y acepto muy pocos desafíos, juego siempre con ventaja. Cuando en la siguiente parada baja ya solo miro mujeres, la más fea la única a la que tiento con mi amor; hipnotizando me está, con sus dulces ojos de monstruo, tan intenso, hasta el punto, de casi saltarme la parada. Massena. Tiene pinta de barrio burgués, por aquí, seguro, me han de dar bien de cenar.
La rue Lalande es una pulcra calle arbolada, pocos e íntimos restaurantes, remanso de la belleza de la noche. El edificio setenta es como todos los demás, puerta ancha, antigua, de madera, surcos en el suelo, de cuando reinaban los dinosaurios.
Traspaso el umbral, una segunda puerta abierta y me introduzco en el ascensor junto a un tipo con tirantes; Bonsoir[20], viste camisa azul gastada, chaqueta y pantalones de pana marrón; resulta, que vamos al mismo sitio. Nos recibe la sonrisa de Manoli; acogedora hasta la nausea. Le damos los abrigos, hace las presentaciones; se llama Jack.-Así que tu eres el hijo de Laura, vaya, hacía años que no sabía nada de tu madre, y de repente... la ví, vamos a ver, sería en el noventa y algo... claro, en el noventaidos, cuando murió mi madre, imagínate que sorpresa cuando me llama después de tanto tiempo... pero bueno, y creía que nunca ibas a aparecer, ¿cuanto tiempo llevas aquí?, por lo menos dos semanas... hay que ver las vueltas que da la vida... y bueno, ¿qué te parece la France?, al principio te costará porque no tiene el calor humano que hay en España... y el francés ¿qué tal?, il faut faire l'oreille, n'est-ce pas?[21], al principio cuesta, pero luego te acostumbras... y las clases, porque estarás dando clases ¿no?, te tendrás que buscar amigos, aunque ya me has dicho que tienes uno... en mi casa como verás se habla mucho español, aunque hoy tienes aquí a Jack para practicar... lo que son las cosas, la última vez que te ví tenías... no sé, pero eras tan pequeño... ¿qué edad tienes?, tu madre es mayor que yo creo, sí, dos años (oh mamá acúname en tu seno), tu madre y yo crecimos juntas en Alicante, aunque ya te lo habrá contado ella... nos queríamos como hermanas... con decirte que en el pueblo nos llamaban las mellizas (conozco vagamente la historia... y Padre te folló... y volaste, y al final se fue con la otra ). Interrumpe la conversación una niña preciosa de ojos azules, -Mama Jack, il ne veut pas jouer avec moi, -mais laisse-lui tranquile, que tu as dit Bonsoir au Monsieur, -Bonsoir Monsieur, -Allez on passe à table, aide moi Sylvie[22], -ven por aquí, espera coge otro plato; sí, de ahí, de la alacena, -te gustarán las lentejas,¿no?, como hayas salido a tu madre que se comía hasta las piedras...- tú dirás cuanto te echo, ¿así?... bueno, luego repites si quieres. Jack cuelga una servilleta del cuello de su camisa, llena su copa de vino y se sirve de la sopera con austera libertad; coge después la cuchara y la introduce rebosante en su boca, me mira, sonríe satisfecho y girándose hacia Manoli comenta: Um que c'est bon[23]. Agarra entonces la copa y bebe un sorbo de vino, la sostiene en el aire, la agita y se queda mirando, pensativo, su contenido, finalmente dice: Si vous me excusez je dois parler avec Manoli, mais je connais pas l'espagnol[24].
-D'accord[25]
-Ne t'inquiétes pas Jack, il est ici pour apprendre le français.[26]
-Ah bon[27]
Me abandonan en la soledad de mi plato de lentejas, aunque no por mucho tiempo: Monsieur, que vos voudriez m'entendre jouer le piano?.[28]
-Oui[29]
-Mama, mama, est-ce que je peux jouer? vas-y, s'il te plaît.[30]
-Non après.[31]
-S'il te plaît mama, j'ai presque fini.[32]
-Bon d'accord, mais ne derange pas trop le Monsieur[33] dice Manoli, y a la vez me sonríe, y se hincha como un sapo.
Brincan los deditos sobre las teclas del piano; yo agasajo reverente a la madre; Sylvie mece la melodía con su rubia cabeza de ángel. Con la última nota de la pieza asume serena los aplausos de Jack, hasta que la timidez la quiebra y corre a cobijarse en las faldas de su madre: allez allez calme-toi, assieds- toi on va manger du fromage.[34]
-Bueno como habrás comprobado aquí se come mucho queso, es obligatorio servir una buena fuente de quesos, de buenos quesos, ¿ verdad Jack?
-Tu dis quoi toi?
-Pobrecito no entiende
-Bon, donc quelles sont les dernières nouvelles de Benoît[35], pregunta Jack.
-Comme je disais, le lundi je l'ai appelé a l'hôpital, et moi, je lui ai tout simplement dit: ça va, et tu sais qu'est-ce qu'il m'a repondu, je suis pas, je suis pas[36], rie cómplice de su propia estupidez y me percibe traslúcido en el anhelo; bullen raíces en la ciénaga de su boca, la abre pero inmediatamente la cierra, cuando ubicua interrumpe mi dulce princesa de caramelo.
-Monsieur est-ce que vous croyez en dieu?[37]
-Oui[38]
-Vous vous moquez de moi, se queda un momento suspendida en el espacio, parce-que il ya la maison, après la ville, le pays et après le monde et l'universe mais qu'est-ce qu'il y a après?[39]
-Mais c'est dieu[40]
-et après lui?[41]
-Il est là infinitement.[42]
-et avant lui?[43]
-Il a toujours été la.[44]
-Je ne comprend pas.[45]
-Tu es tout petite.[46]
Mamá languidece ebria de celos, -esta niña es que se pasa el día preguntando, además es muy pequeña para tí, ¿eh?, que tu ya tendrás alguna por ahí, ¿o me equivoco?, sé que he abierto la boca, puedo imaginar lo que digo, de camino al baño lo presiento... el orín mana, infinito.
Relajo un poco la concentración y me intereso por el cuarto de baño, hay pequeños cuadros en dos de las paredes, un dibujo en el espejo en el que evito a toda costa mirarme. Al terminar me lavo las manos y me las seco sin contemplación en los pantalones, revierto la fuente de luz y salgo de una habitación cuya puerta dejo entreabierta.
En el pasillo ilustrado mi tránsito cesa ante una foto que pende, del salón llegan sonidos que mi cerebro estructura en palabras, que tú mi rémora has extirpado, y si había en mi pecho corazón.
-Mama qu'il est mechant le monsieur, et qu'il est laid.[47]
-Mais tais-toi Sylvie s'il te plaît.[48]
Me siento a vuestra mesa, escucho vuestras palabras y como de vuestra comida; si queréis mi desidia, yo os la brindo; y mi odio es vuestro. Sylvie tira de la manga de mamá y me explora impertinente; arranco de la silla sus doce años y los tumbo boqueantes sobre la mesa; los horado con mi polla homicida. Ya no corre el aire por tu traquea de princesa; la sangre se encharca sobre su corrector de dientes.
Sylvie, mi amor, créeme que lo siento...
Sylvie es niña sensible, inquieta por mi tez sombría, su intuición le punza con un matiz de culpabilidad: -Monsieur est-ce que vous voudriez encore m'entendre jouer le piano? -Monsieur, monsieur[49].
-Tío, que te has quedado traspuesto, mucho vino, no?, igualito que tu madre, a la segunda copa se ponía que bueno, y pasaba lo que pasaba.
-Qué pasaba?
-Cómo?
-Qué qué pasaba?
Jack se asusta y corta en seco el disfrute de su queso: -Ça va?
-Oui, oui, il s'est faché un petit peu[50], hay que ver que susceptible cariño, si no decía nada, en eso has salido a tu padre, el susto que se ha llevado Jack -Ça va Jack ça va[51]. Jack hace un gesto de resignación apabullado por una idiosincrasia que no le concierne; nos sonreímos mutuamente y continua con su queso. Me cae bien el tipo, me siento nuevamente aceptado; a Manoli dedico una mueca reconciliadora, rie ella a carcajadas, apoyando a la vez ambos senos en mi brazo. Río yo también, todavía tiene un polvo, poderosas nalgas de caballo, hediondo hálito de vino; demostrar más tarde mi interés o avivar el fuego de la cháchara, conseguir que Jack se marche; falso pudor después de ramera de cuarenta años, quizás me equivoque lo siento, no, si no es eso, pero podía ser tu madre. Húndeme mamá el útero en la boca !( cabalga mamá, sobre la polla de su pequeño ), ¡quiérele esta noche!, ¡abrázalo una vez más!; aunque os odiéis por la mañana.
-Tú tomas postre?
-Café
-Café, tan tarde?, a ver si no vas a dormir, me tomo yo un café a las cuatro y ya no duermo... figúrate si...voy a acostar antes a Sylvie que está cayéndose de sueño, Viens Sylvie on va se coucher.
-Mais je n'ai pas sommeil mama
-Vas-y, on y va, pas de question.
-C'est bien, Bonsoir Jack, Bonsoir Monsieur
-Mais un bisou Sylvie, dice Jack
Sylvie se acerca a Jack, apoya una mano en su hombro de leñador y se empina para besarle en la mejilla; Jack salta de su asiento, la pasea por los aires y besa en ambas mejillas; Sylvie ríe, risa risueña.
-Laisse moi Jack, tu es mechant
-Jack s'il te plaît, elle doit se coucher
Sylvie aterriza, me mira y corre a esconderse entre los pliegues de la falda de su madre.
-Arrête tes conneries Sylvie, va dire bonsoir le Monsieur
-Je veux pas
-S'il te plaît Sylvie
-Je veux pas, je veux pas
-Esta niña se pone de tonta a veces, d'accord Sylvie, comme tu veux, dit- lui bonsoir
-Bonsoir Monsieur
Sin acritud Jack, aunque seas el besado.
Madre e hija, de la mano, se desplazan hacia el dormitorio; Jack se levanta y sale de la habitación; me entretengo en probar varios quesos, otro pedazo de pan, un rumor conocido anuncia noche de lluvia. Dejo el queso y me asomo a la ventana: la lluvia cae, invisible en la oscuridad; el viento estrella gotas de lluvia en mi cara. -Il pleut -Oui. Ha vuelto Jack con un paquete de cigarros, se ha sentado en su sitio y ha encendido uno, después me ha mirado y ha dicho: -Il pleut, para añadir más tarde: -Est-ce que vous en voulez? -Oui merci. Cojo el cigarro y vuelvo a la ventana; respiramos juntos el aire húmedo de lluvia; disfrutando por esta vez de la magia del tiempo muerto. Qué difícil saber parar, que no se torne angustioso; pero hoy la noche viene cargada, cargada de tiempo muerto. Si pienso en una vida, por un puñado de minutos, y no querer sin embargo morir; brisa de lluvia, remota como el tiempo, caemos esta noche limpiando la ciudad; eternamente clavados en el reverso del trapecio, en el abismo moramos, espíritu de la rue Massena.
A mi espalda, en alguna parte, ha pitado una cafetera, indicando el momento de volver otra vez a la mesa. En ella encuentro a Jack empezando un nuevo cigarro, con nosotros la voz de Manoli anticipando su llegada. Trae consigo la cafetera y una jarra pequeña con leche, deposita todo en la mesa y emprende la búsqueda de lo que ha quedado en la cocina. Me siento en espera de la taza, el azúcar, la cuchara, que no tardan en llegar. Es una cafetera pequeña, fácilmente para dos cafés; preparo el primero y bebo un sorbo, cojo un cigarro y lo enciendo; todo listo, parece, para mi dosis de tiempo muerto. Pero no llega. Llegan mecánicas las caladas, el vértigo, la ansiedad; bebo un sorbo, pienso: ahora otro, último sorbo, aún dos caladas; una mujer, de mi costado, me está arrullando; acunándome en un tono a ratos desagradable, casi siempre maternal.
- Así que al final te has decidido por la traducción, y tu padre que opina, porque teniendo el la consulta ya podrías...
Manoli me mira esperando una respuesta. Entre asentir, decir que sí, callar o la negación, me lanzo sobre un ambiguo: ya. Después continua pastando; de vez en cuando mira a Jack y abrumada se relame ante tan manso y abundante pasto: aunque quizás este prejuzgando eh, que una nunca está libre de toda tacha.
- Claro...
Entonces, y por primera vez en la noche, Manoli repara en mí; quién es, qué piensa; qué oculta, por qué no habla; y se le pudre el ecosistema.
- Tu no eres muy hablador no?
- No, afirmo categórico, y me descojono en sus tupidas barbas.
Ella bosteza con disimulo, mira su reloj de pulsera y dice: -Vaya si son mas de las once y media.
-Sí
-Bueno...
Como no lo diga me enciendo un cigarro; ella se levanta, murmura y empieza a recoger la mesa; con la lógica ayuda de Jack; ante el agravio de mi inacción absoluta. Terminada la tarea me pongo en pie y digo: Me tengo que ir, van a cerrar el Metro.
-Sí, pues... date prisa que el último creo que es a las 11:47. Espera que te traigo el abrigo.
-Bon Jack, bonsoir
-Vous partez?
-Oui
-On se verra j'espere
-Oui peut-être
-Tóma. Saludos a tu madre. A ver si nos vemos otro día.
-Sí, ya nos veremos.
Se queda todo en el aire... sé que no volveré. Añoraré acaso al espíritu de la rue Massena, a su pavimento mojado reflectante de luces de ciudad, a su sepulcral silencio a estas horas de la noche; también a la soledad impune, que de mi brazo la recorrió.
Llego a la parada con siete minutos de adelanto. Poca gente en el andén. Me siento, dejo pasar un minuto. Por las escaleras bajan aullidos demenciales; anuncian el fin del mundo.
Choca primero, por supuesto, el estrépito, pero choca también, después y en mayor medida, la tozuda inmovilidad (de cuerpo, quizás de espíritu) con que los allí presentes recibimos la noticia. Tan intensamente inanes no puedo evitar acordarme de Wells, y sus Warlocks, y la máquina del tiempo. Entre tanto el vaticinio va y viene rompiendo los sonidos de la noche, materializándose en un guiñapo que baja las escaleras como alma que lleva el diablo. Apenas desciende vuelve a subirlas para alivio de los concurrentes, comparto con ellos la certeza de conformar la raza humana. Se extinguen los alaridos por el pozo de la noche y nos sentimos tan humanos, se hace la calma y se quiebra, entra el intruso en la farsa; nos miramos asustados. El pequeño hombre que en tal día reventó con su cabeza corta a frío de navaja nuestros segundos en milésimas. Su mensaje ya lo conocemos: C'est la fin du monde, no cabe sino implorar: que hoy no me toque a mí.
Recorre el andén en lo que dura un escalofrío, vomitando su mensaje al azar sobre los viajantes. Ellos miran ahora, que me quiten esto de encima; y ciertamente bastarían dos o tres voluntades para desencadenar una furia devoradora de locos que diera con el adivino pateado entre las vías del tren. Queda sólo por determinar quién ha de ser el primero. Desde luego yo no, yo me nutro de delirios, por aquí no se ha acercado; son las once cuarentaiseis, cuarentaisiete van a dar, irrumpe el metro en el andén, cabía esperar puntualidad.
Los viajeros abandonan diligentemente su letargo, el tren los acoge, los distribuye entre sus vagones; hay sin embargo uno que queda parado en el andén; esperando a que el engendro decida cual de entre los vagones. Entran entonces al unísono, uno por extremo; sendos pedazos de metro, después se pone en marcha y lo vemos detenerse-respirar en cada parada, momento que aprovecha el loco para saltar al siguiente vagón, no en vano es el elegido que transporta a Dios en su palabra.
Nuestro amigo, ajeno a tales movimientos, ha encontrado un asiento vacío y dormita, o mas bien lo finge, protegido en el vagón de cola. Dos paradas más y llega el loco al vagón adyacente, él lo advierte, sonríe; se ríe de los rostros pétreos, lívidos por el pánico; los mismos que desde otro vagón contemplarían a un loco matarife con una sonrisa en el ánimo. Aunque es extraña su sonrisa siendo como es el siguiente, y mantenemos la extrañeza hasta que la lógica nos dice que la próxima es su parada. Baja, en efecto, él a la vez que sube el loco, y ni siquiera obtenemos que se crucen en la entrada. Libre. Entonces y para nuestra sorpresa se sienta en el andén, saca papel de fumar y se lía un porro, lo enciende después allí mismo y se fuma más de la mitad, luego se levanta instado por los mamporreros y sin desprenderlo de sus labios sale de la estación. Quizás queramos bajar a las profundidades de su mente.
Mis pies besan el asfalto, no hay vehículo que me detenga. Puedo aún marcar mi existencia, fumar solo parado en medio de la carretera. Cada paso es único en esta tierra; ha querido el universo que flote en su conciencia.
A mis pies fluye un río, eterna corriente de muerte; me sumerjo y salgo a flote; impasible tú, impasible yo. Estás ahí como este la noche, como la acera o el viento; y mi ser impera sobre vosotros. Yo.
Caminad junto a mí, os acercaré hasta mi edificio; al llegar, quedaos fuera; yo os lo ordeno. Sólo yo puedo entrar en él, en mi edificio; magnánimo como me siento respeto el sueño del durmiente. Se agita él un poco, atisbando entre sueños, sin llegar a despertar. Imagen gloriosa en el espejo. Pasillo triunfal. Mis cuatro paredes. Mi soledad. Una ventana abierta. Sin mas tiempo que quemar. Dormir. Nada más.
Domingo; me despierto con la angustia que causa la vida, la resaca de la nada. El corazón late desbocado sin que pueda yo hallar el motivo, recopilo mas no encuentro temores de los que acordarme, peligros en lontananza; debe ser eso que siempre me acecha: por qué estoy aquí, cuál es mi objetivo; y ya quedo aclarado. Mire a Padre y dije: Padre , quiero ser traductor; Padre velo los ojos, resumiendo en una frase toda la emoción del momento: haz lo que te salga de los cojones. Y es a partir de aquí que Padre me deja en la incertidumbre, con esa crueldad que sólo puede tener un Padre. Y haces mal Padre, porque un día mirarás; un día, mirarás en el espejo; mira! llueven lágrimas de sangre; ese día cogerás, tu puta-tus lágrimas-tus escamas, en tu nicho de invierno, por la abulia del verano.
Salgo de la cama empujado por el odio, que ya es algo por lo que vivir. Al otro lado de la persiana se encuentra un edificio gemelo en proceso de construcción; bañado por la luz invernal de las doce de la mañana. Visto así, en su desnudez, no parece tan imponente. Hay dos hormigoneras, abajo, en la planta sexta, un par de camiones inmóviles en la entrada, llega el Domingo con su sobredosis de tiempo muerto. Es el Domingo el día de los restantes animales, perros que ladran y ladran, pájaros que no paran de piar; campanas a lo lejos; en iglesias semivacías. De lo que desde aquí puedo ver, pueblan la calle: dos niños, tres palomas, un adulto, un perro; de ahí quizás mis reflexiones. Los niños, cuando todavía lo son, sueñan, pero un día despiertan. Aun no les enseñaron que en la vida están las horas, los minutos por llegar, la primavera y el otoño, viernes-sábado, la libertad; bajo el desván del cielo; en un paraíso terrenal, y habitando este mágico zoo, que llamamos Sociedad.
Yo me digo que violo las reglas si recién levantado me enciendo un porro, conciencia de vulneración que en mi mente viene a surtir el mismo efecto. La cárcel. Que sociedad la nuestra, se autodestruye y después se retroalimenta, y todos resultan perjudicados. Me torturan las reglas, las normas invaden mi cabeza; una fijé, hoy hace apenas una semana, es por lo tanto mi deber, sí, es el Domingo el día en el cual me toca hacer la colada.
Omito para ello lo que queda del porro, cojo una bolsa de plástico y la voy llenando de ropa sucia, una vez llena, coloco en su interior el detergente, un vaso de plástico vacío, compruebo por enésima vez las monedad y me voy a la lavandería. Está la lavandería a dos manzanas de distancia, abierta las veinticuatro horas del día. No encuentro en ella otra cosa que el vacío más absoluto, eligiendo, así, la que quiero de entre las máquinas. Es hermosa la lavandería, hay diez máquinas de lavar según el peso de la ropa, tres para secar y una para pagar; hay además, en el centro, una mesa ancha y negra necesaria para doblar la ropa, seis sillas junto a las ventanas y dos máquinas expendedoras. Tan simple. Por fin un orden que comprendo, capital: quince francos, trabajo: el coste oportunidad, y otra vez me están diciendo que lo que hago no vale nada. Meto la ropa en una de las lavadoras, echo a la vez el detergente, la pongo en funcionamiento desde la central de pago. Me siento en una silla, espero. Del reloj saltan, uno tras otro, los minutos, el tambor gira bajo mi constante vigilancia; tan adormecedor; me pesan tanto los párpados... los voy cerrando poco a poco hasta que dejo de percibir movimiento.
-Bonjour Monsieur
Una voz de ultratumba me saca de mi sueño: Bonjour Monsieur. Abro los ojos y encuentro un oso enorme a mi lado, luego, fijándome bien, observo que no es oso sino un enorme mendigo. Bonjour, tartamudeo.
-C'est un beau jour n'est-ce pas
-Oui pas mal
El mendigo se sienta a una silla de distancia y me mira con ojos socarrones, viste los habituales andrajos y una barba roja y salvaje, a sus pies ha dejado un saco donde quizás lleve sus pertenencias.
-il fait beau aujourd´hui quoi qu'il fait beau
-oui
-Vous avez l'heure monsieur?
-il est une heure quart
-Vous etes sure?
-oui
-Ah bon
Abre entonces su saco y lo escudriña furtivamente, se echa después a reir mostrándome sus dientes destartalados: Non Monsieur, vous vous trompez
-Quoi?
-Regardez
Señala el saco con un dedo.
-Pardon?
-Allez, n'ayez pas peur
Me inclino hacia la derecha para ver el contenido de su saco. Esta lleno de relojes.
-Vous avez vu?
-oui j'ai compri
Saca el mendigo un reloj adhesivo que marca las seis de la tarde: C'est quelle heure ça ?
-Ça c'est six heures
-C'est une bonne heure?
-Parfois seulement
-Parfois... bon tout ce que je sais, c'est qu'il est temp de manger, vous avez mangé ?
-oui, miento
-Allez... on va mange ensemble
Extrae un paquete blanco del interior de su chaqueta, lo desenvuelve y coloca su contenido sobre la silla que nos separa. Hay dos bollos de pan marrón, un trozo de queso blando y una lata de sardinas. El mendigo abre la lata y permite que sea el primero en meter en ella los dedos. Cojo sólo una sardina. A continuación corto igualmente el queso y me apropio de mi pedazo de pan. Masticamos con fruición. Sonreímos cuando se cruzan nuestras miradas.
-Vous avez un nom monsieur?
La respuesta me viene automática: No. El mendigo asiente en tanto logra digerir su bolo alimenticio: Voila, moi non plus. Entonces se sacude algunas migajas de la barba, mete el reloj adhesivo en el habitat de su saco y, envolviendo los restos de comida en el pedazo de papel, dice: Je vais y aller
-Où? exclamo, él me santigua y dice entre risotadas: Je sais pas. Lo veo después salir, sé que no puedo evitarlo. Me quedo en cambio vagando por las brumas de un espejismo, por las aristas de las máquinas, los rincones de la lavandería, mudando la ropa al calor de la secadora, con la secreta esperanza de que la magia vuelva a repetirse. No importa. Aún así viviría en tu cieno eternamente, fosilizándome en tu lodo, con tus fantasmas de lavandería. Y cuando el tiempo llegue me será tan duro marchar; me despediré de las máquinas, rotas todas por el llanto; desconsoladas estarán las sillas; y acariciaré la mesa, la mesa ancha y negra. En el exterior paciente lo que queda de Domingo, cerniéndose el resuello de la conversación semanal con Padre.
Padre ha despertado a las siete de la mañana, destemplado en su pelo ralo, sorprendido en sus ojos de recién nacido.
Padre desayuna primero, se ducha y afeita después; Padre sale a pasear por el páramo del Domingo, siempre solo, transita, por la llaga que es su vida. Padre quiere crecer mil metros, pisotear algunas almas, salir al balcón y brillar; porque hay luz en el universo. Padre prohíbe primero, incita y coadyuva después; finalmente te juzga, ejecuta después lo juzgado.
Jamás Padre se traicionó porque el nunca creyó en nada, bajó los posters, quemó los libros, dijo que en fin cuando los otros. Hoy Padre ha llenado el saco de tesoros, mujer, hijos, amantes, la muerte aún un poco lejos.
Padre jamás discute, porque ante quién justificarse, una mujer desdibujada en carcasa de robot mezquino. Él tiene, su voluntad, él, sus circunstancias, la autarquía de un cobarde, odio hacia su creación.
Padre come, solo en su escenario, hace siesta en la cama, despierta al anochecer. Ha hecho siesta de muerte de la cual resurge perdido, por un instante no es nada, cero en la creación.
Padre se recompone, por el pasillo hacia la cocina, bebe, de pie junto a la nevera, dos vasos de agua fría. Padre coge el teléfono, hace memoria, marca un número, al cuarto tono descubre que ni sabe ni quiere decir.
-Sí? Qué pasa?
-Habíamos dicho a las seis
-Y?
-Por el tono
-Qué tono?
-Estás aprendiendo
-Bueno...
-Mañana mismo a una Academia
-Ya lo había decidido
-Eliges la que tu quieras y ya sabes
-Ya lo tenía decidido
-Academia
-Se va a poner ésta o te cuelgo ya
-hijo, qué hay?
-
-Como es el tiempo allí? Has ido a ver a Manoli?
-Sí , el Sábado por...
-Y la comida, bien, comerás supongo
-Sí
-Pues yo no me encuentro muy bien últimamente, la espalda, pero tu padre dice que no es nada, aunque en cuanto llegue tu hermano le pregunto. Has hablado con él?
-No
-Tiene una novia nueva, guapísima, ésta yo creo que sí, que le va a durar, aunque ya conoces a tu hermano.
-
-ya lo sabías?
-Si
-Y bueno, se quedó con el coche viejo de tu padre, se fue ya con él desde aquí
-Que sí cojones, que ya lo sé
-A ver si te sacas tú el carnet... aunque también, para lo que te iba a servir
-Oye que tengo que colgar, que me llaman por la otra línea
-Qué línea?
-Que te avisa el teléfono si te llaman
-Ah pues yo no he oído nada
-Es una luz que parpadea
-Bueno pues ya hablaremos, que estudies eh, y cuídate
-Adiós
-Adiós hijo
La mañana del Lunes amanece temprano, he decidido que me instruyan en una academia. No recuerdo la última vez que mi reloj marcó hora tan ingrata. Un viento frío barre la ciudad, esculpe hachazos en el hielo de mi rostro. Entro en un bar; pido croissant y café. Me siento después junto a la ventana para contemplar el fluir de las gentes: se erige en iceberg somnoliento, dios, hogar y espada, el centro comercial.
Han entrado, abrazados por el aire yerto, un mendigo y su perro. La barba larga y negra, el gorro negro y calado, lleva un abrigo que quedó estancado en el tiempo, y andares rotos de borracho. Conserva cierta dignidad en la pose, amables órdenes al perro y ojos de carbón enrojecido; despega billetes que parecen húmedos cartones y pide con voz deshecha: un cognac s'il vous plaît. Se lo sirven al momento, él se lo bebe de un trago; después se gira en redondo y busca un asidero en mi mirada, la desvío, me reprocha su fiel compañero con estoicos ojos perrunos.
Caen los minutos, los cognacs y los cigarros, pero el perro no deja de mirarme. Cuando empieza a rebosar el cenicero decido que he de marcharme. Diría que ha amainado el viento, que hasta la estación no hay ni cien pasos.
Son tres paradas y un trasbordo hasta Guillotiere. Una escalera esta cortada por obras; la otra, nos vomita en una nube de hienas. Pululan ociosas tejiendo sus dominios. Las más viejas airean sus dientes oxidados. Otras venden cachivaches infernales.
La travesía, alá es grande, no se alarga entre las fieras. Paso junto a varios camellos que me silban su mercancía, algún bazar reinventado y el ocre de la que será mi escuela. "Bienvenue aux etudiants du monde", se puede leer sin ironía encima de la puerta de entrada.
La misma alimaña que me da la bienvenida me conduce marcial hasta la segunda planta: he ahí mi aula. Profusión de orientales, cartelones con el eslogan "on aime la France" y colorido mapa con la división administrativa. La profesora, una rubia postiza, despliega una sonrisa glacial que me fulmina, después, y dirigiéndose a toda la clase dice: Est-ce que tu peux faire une petite presentation ?. Je viens de l'Espagne, contesto. Est-ce que tu l'a entendu Chong?, pregunta ella. Chong sonrie y asiente. Comment ça, et toi Narumi ?. -Oui oui. Donc peut-être c'est moi qui est sourde, et... tu t'appelles comment?. Escupo todas las letras de mi nombre, breve impresión sonora, de quién estamos hablando. Bon, on est en train de faire un questionnaire de Proust, tu connais qu'est-ce que c'est ?, peut-être Kyongi pourrait te l'expliquer. Kyongi es ingrávida muñeca oriental, gozo eterno pederasta, una cascada negra esconde su rostro aniñado. Me inclino un poco pues no alcanzo a oír su voz y tímida se retira; imaginó sus dedos de juguete abarcando el mástil de mi polla. Hacemos juntos el ejercicio, su timidez me enerva, quizás porque la ostenta, porque no finge ser otra persona.
El cuestionario es enormemente estúpido, si fueras una flor..., pienso en una margarita y a la vez me represento una amapola, pero al final le digo que una rosa. Ella escribe mis respuestas, yo anoto las de ella; Madame me escruta, no sé si tendré que leerlas. En ese momento dice: On va faire une petite pause. Aprovecho y meo. Deambulo por el edificio. En la planta baja encuentro una sala de ordenadores, un atisbo de biblioteca, dos máquinas expendedoras. Me decido por las últimas. Sorbo después mi café negro perdido en nubes que amenazan tormenta; como caen las primeras gotas, como lloran sobre nuestras vidas. Un puñado de basureros surcan las aceras con anchas escobas marrones; portan atuendo amarillento (anfibio y estigma ). Los niños dejan sus juegos y corren a casa excitados por la lluvia, que súbitamente arrecia, que oscurece el cielo; interrumpiendo a los barrenderos, que se apiñan bajo una cornisa. Forman una mancha amarillenta. Desdibujada tras la cortina de agua.
Pasa K a mi lado y sonríe al reconocerme, ça va, oui ça va, desintegrándose a continuación en un corro de estudiantes. La localizo más tarde en animada charla y la azoro con mi interés. En segundos se descompone, no acierta a pensar lo que dice, por lo que busca consuelo en la absolución de otra estudiante. Su amiga delfín se escora para descifrar sus cuchicheos, atesora un trasero inquietante, una elasticidad plástica que enciende mis alarmas. Anda date la vuelta, veamos que contienen los pantalones azul marino.
De repente se vuelve ( me deslumbra con su luz ), qué Dios te ha condenado a vagar por el planeta. Me observa un momento, sin buscar ningún pretexto, sonríe certera, desafía pensativa, y se gira entonces, dejándome con su espalda imposible. Será que brilla la melancolía en sus ojos de pantera, que he muerto de amor en un marco de ventana; quizás la soledad terrible; el temor a estar maldito.
Después ella desaparece, borrada por la muchedumbre, dime dónde estás. Y si no ha sido sino soñado; otra vez las máscaras, vuelven los uniformes; quiero que me lleves doblado en tu maleta, arráncame los ojos y te guiaré hacia la nada. Se enfanga la angustia, desborda mis pulmones, no puedo respirar, te lo ruego, dime, dónde estás. Por fin, ya veo: recordar, tu pelo, que es rubio; la primera sonrisa en el planeta tierra. Nuestros ojos se rozan, o eres omnipresente, y todo lo irradias. No sé cuánto va a durar. Me temo lo peor; ha empezado una marcha lenta de estudiantes hacia sus clases; te miro, quién sabe si por última vez, y tú decides que termine ahí mi tiempo. Se aleja flotando, resaca de corriente negra; veo su rostro, languidece en el hueco de la puerta; y al final nada, solo y confuso, agarrado a un vaso de plástico vacío; creo en el mañana.
Por la noche, al amparo de las sombras, sueño con su luz. Me pregunto de que país vendrá, cuál es su nombre. Te imagino hija única, o con un hermano pequeño, y patinando sobre hielo.
Tus ojos son verdes, lo sé porque los he visto. Tu blanca piel refleja los estados de tu alma. Cuando sonríes amanece, y me devuelves a la escuela.
Desde tu ventana puedo ver: montañas en el cielo. Azul marino, es el color del mar. Frágiles esquifes surcan tus aguas. Briznas nosotros; caliéntanos con tu fulgor !. Abrázame ! tengo frío. Hold me tightly, anochece ya. Ensartados, tú, yo, la amargura; en el espejo; sobre el mar.
Hoy nos hemos despertado con el ruido de los muelles; por la ventana abierta el aire frío de la mañana. Ella despierta y viene hacia mí medio dormida; cierra entonces los ojos, apoya su pecho en mi cabeza; después se desnuda, poco a poco se deshiela, alza su blanca mano, destierra el saber por la certeza.
Resulta extraño como muta el espíritu. De quién era ayer ya no me acuerdo. Tumbado en esta misma cama, anónimo en la oscuridad impenetrable, pensaba que era aquello lo más cercano a la nada. Hoy la nada que me importa. Podría entrar en ella abrazado a tu belleza; que volara después libre hacia el reino de las ideas.
Ya me vence el cansancio, pronto nos veremos, tal vez aparezcas en mis sueños.
El Martes te encuentro donde menos te esperaba, a unos metros de distancia, siempre vestida de azul, con tu rubia cabeza posada en la ventana del tren. Aprietas contra tu pecho dos libros marrones, viajas perdida en tus sueños. Qué tristes son hoy tus ojos. Podría sentarme frente a ti, y sostener tus manos blancas, y ya nunca tendríamos miedo.
Hace el metro su penúltima parada y me despierta el trasegar de cuerpos, vuelvo después a ti, pero ya no estás. Primero pienso que has olvidado algo, cruzando el barrio árabe me digo que es para eludir a sus habitantes, entrando en clase veo un apartamento extraño y a un hombre que te espera. A mi lado hay un objeto que resulta ser K, por el gesto me doy cuenta de que me debe haber saludado, le doy réplica que adivino seca, o así lo expresa su rostro.
Llega madame no sé qué y empieza la clase; puedo espiar por la ventana un amplio trozo de la calle, o quizás te encuentres ya recogida dentro de la clase, has paseado un rato respirando la ciudad, te has comprado un recambio de tinta azul.
-Monsieur Dumont est-ce que vous rêvez ?
Por el tono de su voz se dirige sin duda a mí, pero por qué Dumont.
-Mais reveille-toi, on corrige les devoirs.
Quién eres, qué dices, me expongo y me pisas, déjame que vigile tranquilo la ventana.
-Je ne les ai pas fait
-C'est pas grave, il fallait inventer un dialogue entre Monsieur Dumont et madame Blanche, donc tu vas le représenter avec Chong.
Chong y yo dialogamos. Utilizo los malentendidos para lanzar vistazos al exterior, pero tú no vienes. Quizás si cuento hasta cien... no, tú nunca faltas a clase, nos separan tres tabiques, en la pausa te veré. Cuando la pausa llega busco el azul y el amarillo, pero sólo hallo gris. Sale K a mi encuentro (estoy junto a la máquina expendedora ), supongo que podría sonsacarle sobre ella, aunque es tan precario su francés, sea yo tan cobarde.
-Ça va
-Oui ça va
-il fait beau ajourd'hui
Me giro hacia la cristalera para pensar en una respuesta pero me topo con mi imbecilidad.
-Oui il fait beau
-C'est comme ça en Espagne ?
Qué España, ah sí, España.
-Oui à peu près
-Je veux aller en Espagne en été
-Moi aussi
Sonríe timidamente y dice: Mais tu viens de l'Espagne
-Donc c'est pour ça que je vais y retourner
-Ah, je ne veux pas retourner à Korea
-Ah bon et porquoi ça ?
-Parce que J'aime bien la France, et toi ?
-J'y commence
Nos quedamos un rato callados. Ella sonríe un poco cohibida y al final opta por marcharse.
-D'accord, je veux aller à la classe
-Moi je reste ici un peu plus
Decido meterme en la biblioteca para controlar la puerta de entrada. En el interior hay una mujer gorda que ordena una estantería. Interrumpe su tarea, me mira por encima de las gafas y dice: Bon jour, jeune homme. Bon jour, replico yo.
-Est-ce que vous cherchez un livre ?
-Oui
-Quel type ?
-Je ne sais pas, un livre fàcile, peut-être
-Vous connaissez le petit prince ?
-Oui, je l'ai déjà lu, j'en voudrais un encore plus facile
-Donc, il y a les bandes dessines
-Oui, ça ira
Pone un tebeo en mis manos y continua con su tarea. Me coloco en un ángulo idóneo, abro el tebeo sobre la mesa y empiezo a contar los minutos.
Es inútil que te espere, ambos lo sabemos, pese a todo y con tu permiso yo te espero. Sabes, en clase la angustia me atenaza y madame me hace astillas, si tú le explicaras cuán débil me siento ella sin duda escucharía, romperle el cuello, tu bello rostro, conocer a Dios y a la familia.
Una voz de mujer me sobresalta: -Bon jour Monsieur, amusez-vous bien, es la bibliotecaria que acaba su jornada, Bonjour madame. No bien ha cerrado la puerta se me ocurre curiosear su fichero, por si encuentro allí tu nombre, aunque no pueda reconocerlo. Tiene el fichero dividido en dos hileras, en una los comprobantes de los libros prestados, en la otra lo que parecen ser fichas de estudiantes. Aaron Thomas. No me suena como autor. La segunda lleva foto: son estudiantes.
Empiezo a buscarte en la D, en la E no estás, vuelvo entonces a la A y las voy mirando una por una, salto la D y la E, ninguna más hasta la K, en la M te intuyo, es en la P al final: Persson.
Ella dice que te llamas Karin. He aprendido que vienes de Suecia.
Llego al Miércoles febril, cojo el tren de las ocho y veinte y te rastreo por todo el vagón, te busco además apoyado en la puerta divisoria, te imagino a través del cristal. Pero sólo hallo sombras. Tampoco hay suerte en el trasbordo, ni bendices el último tren, me despeño en el minuto veinticinco pero sano en el veintiséis, las puertas se abren imperativas, me siento a esperarte en el andén.
Los trenes paran, descargan y aspiran, llenando cada tres minutos el espacio con imágenes. Frente a mí están pasando con cadencia de celuloide: madres sin hijos, niños sin escuela, jóvenes que merodean los treinta, todos árabes, todos desempleados. Un desocupado se sienta junto a mí, mete una mano en el bolsillo de su cazadora y extrae un paquete de cigarros, después elige uno y lo despanzurra sobre una de sus manos, el resto ya me lo conozco. Transcurren dos, tres minutos, o los que en esta atmósfera embriagadora haya él necesitado. Aparecerás Karin ahora, harás mi dicha completa. El tipo se marcha, me quedo con su olor; puntuales por el andén asoman los primeros estudiantes; periódicamente un tren, estudiantes que siguen llegando.
Las nueve y veinte Karin, por qué no vienes. Vas a llegar tarde a clase, voy a perder mi segundo día de colegio. Espera que ya lo oigo, tú siempre vienes en el último tren.
La veo enseguida, de pie en el vagón de cola, que es para mi desgracia el que para frente a mí. Ella sabe que existo, que va a pensar cuando me vea, mejor me levanto como si esperara el tren, pero qué imbécil, entonces tendría que entrar. Decido que tú quieres que te sostenga la mirada, y por lo tanto la fijo en medio de la puerta que frena, pero ella baja por la otra. Me pego aliviado a sus cortos pasos felinos, cruzamos juntos, de árabes, la nube infecta. En el ángulo de la calle me coloco al fin al lado de ella; vigila inclemente, calzada que ha de cruzar, se abalanza, para el tráfico, gruñe en silencio y con orgullo; después acelera el paso, existe y se mete en el edificio. La sigo apesadumbrado; bajo el cielo planea una sombra de humillación, cruzo también la calle y me cuelo a continuación en el edificio; entro en un pozo de ansiedad; recibe el gastado eco de la muerte.
Doy unas vueltas inquieto, me acerco a la biblioteca, increpo a las máquinas expendedoras; me siento en medio del hall, hojeo una revista, bebo mi café negro. Elijo al fin la biblioteca y dejo mis útiles de trabajo reposando sobre la mesa, después voy hasta la máquina expendedora a por otro café negro. Lo tomo allí mismo apoyado contra la máquina y me entra nostalgia del hombre del tiempo. Es ya un trozo de mi vida, más fuerte que la amistad. Si quisiera Karin ser otro trozo de mi vida... el pedazo que me falta, dejar de ser y de pensar. No tengo más que esperarte dentro de hora y media donde nos vimos por primera vez. No olvides traer contigo tu sonrisa hacia el infinito, la soledad de un alma perdida en la gran ciudad. Karin esta ahora absorbiendo conocimiento, derramándose su amor sobre las hojas y cuartillas, convirtiendo en única la basura que le rodea. Cuando Karin entiende algo hay música en sus pupilas, y si alguna vez se aburre saca sus lápices de colores y pinta mundos paralelos sobre las hojas de papel. Tomo a Karin de la mano y la llevo a la biblioteca, la siento allí justo a mi lado y le doy un libro para leer; lee ella con atención las palabras sucias que hay en los libros, y en su rostro leemos las emociones que le asaltan. Esperándola he sido yo él que ha tenido que coger un libro, en él me encuentro con palabras que todavía no comprendo, y que voy anotando sobre los márgenes del papel, para después, leídas las suficientes, averiguar su significado con la ayuda de un diccionario; y así va pasando la mañana; aumentando en la luz que me lleva a la claridad de las once y media.
Empieza siendo un saltamontes japonés rebotando a mi alrededor, al cual se unen después algunos de sus compañeros, provenientes todos, al parecer, de la misma clase, hasta que en un instante, y sin tiempo para reaccionar, empiezan las oleadas de sedimento estudiantil. Entre las últimas viene, majestuosa en su porte, una pantera de las nieves. Conocido he que te llamas Karin, silenciosa en medio de la espesura.
Karin compra una lata en la máquina expendedora, la abre, mira al cielo, se difumina en la multitud. Camina un rato sin rumbo hasta que topa con K su amiga, junto a ella se sienta, bebiendo a ratos de su lata.
Yo la miro obsesivamente y encuentro por fin sus ojos, prodigio de honestidad que me hace desviar la mirada. Vuelvo después a ella como vuelva ella a mí, fascinada como está con la rata que se ha colado en su jaula. Termina su bebida, sonríe, habla un momento con K que se gira para mirarme; Karin se sorprende, lo piensa y vuelve a sonreír. Como resultado es K la que se levanta y viene directa hasta donde estoy, para en seco sus dos pies diminutos y dice: Ça va ?
- Oui ça va
-Pour quoi tu n'es pas dans la classe ?
-Je viens d'arriver
-Ah bon...
Se queda esperando un momento pero no obtiene ninguna réplica. K se apoya en la risa estúpida de los tímidos.
- Tu as fait les devoirs aujourd'hui ?
- Non... y añado después piadoso, J'ai oublié
- Moi non plus
Karin deja su asiento. Su figura incendiándose en pos de la escalera.- Je vais prendre mes choses. K sonríe sin comprender.
-Ils sont dans la biblioteque
-Oui, oui
Cuando salgo de la biblioteca K sigue allí esperándome, mitad por cortesía, mitad ya sabéis por qué. Al pasar junto a la mesa donde estaban ella y Karin le pregunto: et ton amie, elle est où ?, Je sais pas, elle fait comme ça tout le temps
- Eh bon voilà , bon jour monsieur, dice la rubia maestra
-Bon jour
- Vous nous manquez
- Vous aussi
La profesora airea un poco los dientes en señal de simpatía y da por zanjada la charla: Hereusement que nous nous sommes rencontrés
- Heuresement
La clase transcurre hoy sin que haya ningún sobresalto, sólo una lentitud exasperante que me aleja del sueño de Karin. Desempeño una labor placentera de maestro para K, me invade un sopor pederasta que el recuerdo de Karin logra tornar en vergüenza. Por la ventana entran destellos de un universo en clave árabe, en la pista de baloncesto los niños juegan al fútbol. Los veo acaparando las más ínfimas de las labores, viviendo siempre sin prisa en su mosaico paralelo. Voy de tejado en tejado, viajo de color en color, el rojo intenso es violencia, de la pantera que es Karin. Karin me habrá dedicado al menos un minuto, la habré hecho sonreír; acaba la clase, no me recuerda, entonces me encuentra en medio del pasillo. Me intuye ella indefenso mientras hablo con la maestra; sólo por verme pensaría, no si no piensa, mata, oye, respira, se fija en mí. Le intriga mi mirada, se acerca, empiezo a temblar; llega a mi altura, para, se abre su boca; sus ojos verdes, su lengua de animal: ça va?. Oui ça va, digo yo, ça va, et toi?, dice la maestra.
-Oui, Je fais des progrès
-Mais evidemment que tu les fais
-Bon c'est pas si evident
-Mai oui, que tu es une bonne étudiante
-Ah oui?, merci bien... Bon a plus tard
-Au revoir Karin
-Au revoir, digo yo. Karin sonríe.
Baja las escaleras, yo la sigo con la mirada, más tarde ya con los pies. Karin entrando en la biblioteca, Karin eligiendo un libro. Me ve, sonríe; me escabullo.
La mujer rubia de raza aria busca una lectura adecuada a sus conocimientos, ha oído la puerta y se gira con la esperanza de encontrar a la bibliotecaria, en su lugar se topa con un ser como alimaña, esquivo con su mirada, cogiendo un libro al azar y haciendo después que lee a hurtadillas desde su banca. En su impostura ha cogido un libro en inglés, "Principles of sexology", suerte para él que Karin no pueda saberlo. Entonces Karin se acerca, decidida, hasta donde él está, un libro cuelga de su brazo, sonríe en Enero, después empieza a hablar: Excusez-moi, est-ce que vous savez où est la madame ?
-Je crois qu'elle part à midi
-Ah c'est domage
-Mais j'ai vu comme elle fait, vous devez tout simplement noter votre nom là bas.
-C'est permi ?
-Mais oui, pas de problem
-D'accord, donc, j'ecris mon nom... et voilà...
-C'est ça
-Bon merci bien au revoir
-Au revoir
Me diluyo en tu mirada amor, vuelas tan lejos de mí.
Rómpeme sea con tus zarpas; haz presa, alimento; enigma de la espesura.
En otra vida, tal vez, me consuelo. Y vivíla ya no creas; la vida de un hombre.
El Jueves amanezco dominado por el sueño, un reflejo de Karin y cierro de nuevo los ojos. Media hora y un cuarto, todavía puedo llegar; tensan hilos infectados en el reino del deber, yo me embozo en las mantas y resisto como puedo; a las nueve y treintaiseis el peligro ya ha pasado. Sin fuerzas para tí Karin, sin fuerzas para nada. Dígome que ya he estado en este trance, que algo no marcha por mi cabeza, que sí, que el pasillo, y si te veo, y si te saludo, y todo es nada. Y tu eres órganos, sangre y química, impulsos, mi deseo. Y es así que eres perdedor: cuando hay lo que perder, no pudiera mejor ser, pared, polvo, firmamento; sólo un desecho humano.
Salgo un momento de la cama para ir hasta la mesa coger mi alma y volver. Mi alma se lía, con tabaco, en papel de grano, se fuma después con ansia en grandes caladas de angustia infinitesimal. Mi alma me ha enseñado que esta de mas en el planeta, que se muere por morir; que anhela ser liberada del pellejo que la retiene, mi alma dice que la deje ya partir. Que se asfixia, dice, en el cuerpo de un cobarde, que querría poseer; colarse por los agujeros, digerir algunas almas; conocer por fin las ideas; inmutables; tan constantes. Tú carne, dice, no tiene ya sabor, estoy harta de tu miedo, tu pereza, tu inacción. Mi alma se equivoca; yo voy a por Karin, con método, con lo que tengo; y si quiero ir iré, y si nada quiero nada obtengo.
Karin y yo adentrándonos en la jungla; ella lame mis heridas; sonríe y se abre un claro en la selva, frotando contra mi cuerpo su enorme cabeza de tigresa.
Son más de las diez y el cuadro es como sigue: un cuarto semi en penumbra, atmósfera viciada por el humo y un tipo en la cama con la manta subida hasta las orejas; parece haber encontrado un pensamiento reconfortante con el cual dormirse acunado por las drogas; mientras él duerme podemos ir a cualquier parte, a la entrada donde se aburre el vigilante del edificio, a la lavandería o al supermercado, podemos vagar por el centro comercial contemplando la vida de las gentes, y también podemos volar hasta la Academia y observar a Karin desde el exterior por la ventana. Karin es sin duda un magnífico ejemplar, aunque esté desubicado; pone tanta energía en cada cosa que hace, se diría un dibujo animado; nadie es así; esperemos que los años no nos devuelvan a un ser humano.
Karin remonta cada día su via crucis hacia el arco iris, más sola de lo que parece, menos fuerte que aparenta ser. Karin sube y baja, siempre dando (o eso dice ); de tres piedras saca un cuadro, de dos palabras una historia; amor puro que dar a poco que des a cambio, tan real que asusta, y absorbe toda la luz. Pero veamos que hace Karin: Karin sigue sonriente las explicaciones, cierra a veces los ojos, combate el aburrimiento; baja en la pausa a la biblioteca y devuelve el libro que ayer se llevó, excusas para la bibliotecaria y un breve recuerdo para el tipo que allí se encontraba. Nada importante. Quizás mire sin embargo de reojo a su alrededor al pasar rubia y etérea por el hall de los estudiantes; quizás se lleve una pequeña desilusión, imperceptible aún para la mente, tan pequeña que no hay porque negarla; y quizás éso unido al día desapacible y a quién sabe que mas circunstancias provoque en Karin una punzada leve mientras cruza la clase rubia y etérea hasta su sitio. Karin se sienta y se vuelve hacia la ventana, el mundo gris, indefinidamente triste. Y no puede vernos, flotando en el exterior, porque nosotros somos invisibles para ella.
Nosotros volamos de vuelta al edificio para reencontrar al ser que habita sus dependencias. Lo encontramos donde lo habíamos dejado, nuevamente vivo; delirando en la cama, chapoteando en su propio jugo (sin duda encomiable su instinto de supervivencia); come y ha comido ya, fuma y se paladea, se da un punto de sabor con la música del estéreo, se viste y sale a por más drogas. Toma café en un bar desnudo. Fuma tabaco de pie en la barra. Pasea un rato por el centro comercial. Odia en silencio.
A partir de ahí las cortinas empiezan a correrse, remanso de paz o bajada a los infiernos, a él habrá que preguntárselo. Qué imbécil he sido; quién era el ser de la mañana; por qué me salgo de mi camino, para no ser, para ser nada. Por compensación el oxígeno, objetivo respirar, comer y no siempre, algún sueño, estar. El sueño Karin, que lo inhalaré algún día, que quizás me lo sirvan en la mesa. En esta vida tengo disponibilidad absoluta, incapacidad para angustiarme. Dirijo, así, mis pasos hasta un río, a su vera hay árboles, otras veces nada, secundado en ambas orillas por sendos muros de piedra; tan fáciles de sortear. Discurre el río bajo puentes que lo cruzan, un pescador hurga en sus aguas procelosas, se cuela un rayo entre las nubes y colorea las aguas de verde. Me coloco junto al pescador, él me mira; meto la mano en el bolsillo y saco los útiles de fumar, después lío un cigarro que enciendo parapetándome en cuclillas tras el muro. El pescador sonríe: -Il fait du vent, eh. Asiento a la vez que aseguro la combustión, mis ojos fijos en la invisible línea de nylon. El pescador es un viejo de ojos acuosos y temblor imperceptible, tan libre como yo, con demasiado tiempo.- Est-ce qu`il y a du poisson ¿?, le pregunto,- Bon, à peine, me contesta, se queda después pensativo mirando las aguas negras: Avant il y avait, beaucoup, mais… je ne pechais pas si souvent, il y avait d`autres choses à faire.-Chaque chose a son moment, no?.- Mais forcement, c`est ca qu`il y a. Doy una calada y levanto las cejas asertivo, acaso temiendo que él me descubra como impostor; aunque por qué habría de hacerlo, no es condescendencia, tampoco me proyecto en él, o si lo hago es inmanente, inevitable a mi condición humana.- Vous savez, moi, je pechais souvent en Espagne, et tout d`un coup les poissons ont disparu, - pareil…mais bon… c`est surtout pour trouver quelque chose à faire…les poissons…je m`en fous vraiement, se echa a reir y concluye: en fin…je peux toujours aller au Marché, - Mais evidement, si c`est pour vous amuser, -oui, oui, c`est ça, a mon age il faut sortir, tu sais?, laiser les souvenirs chez toi et vivre encore, eh?, persone va vivre pour toi, - Oui, - Mais, pour quoi vous dites oui ?, vous êtes un gamin,- Non je veux dire que je comprend, - Ah bon, ca, je sais pas; has acabado por irritarme, viejo; me dedico a meterle frases hechas.
Il faut être jeune d`esprit, c`est pas ca que vous voulez dire monsieur?
Oui…à peu près
L`age et dans le cerveau, n`est-ce pas?
El viejo no responde, sólo asiente mecánicamente.
- Bon monsieur je vais partir, bon chance
El viejo continua sin responder. Parece jodido.
Un ruido metálico, feroz, ensordecedor, anuncia el Viernes la llegada del nuevo día. En pleno desconcierto me incorporo en la cama, cerebro perdido en búsqueda de mis coordenadas; me localiza certero, razona, me lleva hasta la ventana; del otro lado el milagro de un edificio que vuelve a la vida, de un edificio hermano.
Los obreros gesticulan a un palmo de mis narices, las hormigoneras giran abajo en la planta sexta; llueve, un camión entra marcha atrás con su mercancía, sus pitidos intermitentes melancólicos bajo la lluvia. Están acabadas de la primera a la quinta planta, la sexta a medio hacer, la séptima salvaje. La colonia de obreros se encarniza con la séptima, vuelan los golpes sobre la lluvia hasta mis oídos, extiendo los brazos y los toco con mis dedos. Los obreros fuman, absortos, sacando astillas; enciendo yo también un cigarro en un impulso mimético; me acuerdo a la tercera calada: Karin.
Karin perdona. Karin persevero. A tu encuentro parto Karin, a mi linchamiento, bajo la lluvia y el frío, bajo los elementos.
Entro en el ascensor y aprieto la flecha descendente: el ascensor baja dos pisos; después aminora la velocidad y enciende una luz pequeña y roja que indica que va a detenerse: para en el cuarto. Entran dos nativos y un foráneo, dos machos y una hembra, la hembra me mira y sonríe: es K.
Reacciono tarde al aroma del destino: -Ca va?, -oui, ca va
-Tu habites ici, toi?
-Oui et toi?
-Oui, au septième étage
-Moi au quatrième
-Oui, j`ai vu
-Quoi?
-Rien
Los franceses nos miran con un punto de sorna en sus miradas.
-Quel numero?
-Moi, le 711, et toi?
El ascensor termina su descenso, dejo que ella salga primero.
-Moi, le 413
-C`est de mon coté
K sonríe sin comprender: -Attend un moment, K busca en la casilla con su letra si hay carta para ella.
-C`est trop tôt
-Quoi?
-Le monsieur n`arrive avec les letres qu`à douze heures
K me mira un momento y dice: -oui je sais, mais hier…y hace un gesto con la mano, y mueve a la vez la cabeza, y al final la baja confusa baja, -tu comprends?
-Oui digo yo, y la miro, y sonrío por si acaso.
-Bon jour Samir, dice K.
-Bon jour Kyongi, dice S.
-Bon jour, digo yo.
-Bon jour monsieur, de nuevo S.
En el exterior llueve. Me pongo mi gorro negro, K abre su paraguas.
-Tu prends le metro?
-Oui
K camina de mi lado derecho, unos pasos retrasada, distanciada de los coches. Giro la cabeza sobre mi hombro derecho y pregunto: -Tu es ici depuis longtemps?
-Cinq mois, et toi?
-Environ quatre semaines
-Et tu fais quoi ici?
-J`apprend le francais
-Oui je sais… sonríe
-C`est pour mes études
-Mois aussi, je veux étudier à Paris
-Quoi?
-La mode
-Oh c`est bien ça
-Et toi, tu vas étudier quoi?
-La traduction
-Ici
-No, no, en Espagne
-Pour quoi? Tu n`aimes pas la France?
-Je sais pas encore, entonces lo delizo, je ne connais pas beaucoup de gens.
-Moi non plus
-Mais je t`ai vu avec des amis
-Oui, mais pas beaucoup
Con estas palabras entramos en el centro comercial y mi conversación con ella queda en segundo plano.
No es sino en el recreo cuando los acontecimientos se pintan de amarillo; K y yo, ya íntimos, conversando junto a la entrada; Karin nebulosa, flotando en la distancia; su andar sigiloso, sus pies almohadillados; impronta maternal que me hace sentir tan débil. La recibo templado; aguantando su mirada, el verde reflejo: de la maldad que hay en mi alma. Karin desciende unos metros, poco a poco me desarma; su sonrisa y sus blancas manos; el despertar de una fe laica.
-Ca va Kyongi
-Oui, ca va Karin
-Ca va [mon amour]
-Ca va dice ella
-Tu le connais?
-Oui, on a parlé l`autre jour à la bibliotèque,mais… excusez-moi, je ne connais pas ton nom
-Je m`appelle Ernesto…vous êtes Karin, n`est-ce pas?
-Oui, mais on peut se tutoyer, on n`est pas francais…Ernesto
-Bon…Karin
Mi sonrisa maliciosa, la inteligencia de Karin, en conexión inquebrantable.
-Il vient de l`Espagne dice K, Je lui ai dit que je veux aller en Espagne en été
-Quelle partie? pregunto yo
-Au Catalona
-Je suis allée là bas, dice Karin, quand j`avais 16 ans
-et ça a été bien?
-Oui, incroyable, on a vu Gaudi, la sacré famille, beaucoup de choses,Dalí…
Es por Karin que asiento, orgullo por la que no es mi patria.
-Tu viens d`ou en Espagne?
-Du Sud
-Je vais aller au Sud aussi, à Sevil dice K. C`est bien?
-Je ne sais pas
-Tu n`est jamais allé?
-Jamais
Karin retrocede dos pasos, se adentra en su dimensión, una fuerza que la articula y se la lleva por donde la trajo.
-Elle va ou?
-Elle fait comme ça toujours
Siempre que será nunca; inmóvil a mi lado. Con esa convicción paso el resto de la mañana, sin rastro de Karin, atenciones para K. K revolotea un poco a mi alrededor, invitándome a decir, al terminar la jornada; lo digo: Tu vas a la Residence?
-Oui, mais je dois acheter quelque chose avant
-Ou?
-À coté du Metro
-Bon
K compra fideos chinos en una tienda del ramo. A tres francos el paquete aparto unos cuantos para mí y se los pago religiosamente.
-Tu as déjà gouté
-Non
-Tu peux manger avec moi si tu veux
-Maintenant
-Oui…pas maintenant, à deux heures
-C`est bien parce que j`ai pas de casserole
-Donc, pour quoi tu as acheté?
-Bon, je savais… sonrío
K se ríe denotando comprensión plenamente occidental.
Las puertas se abren al alcanzar el ascensor, en su recorrido, la cuarta planta; K se entretiene para confirmar nuestra comida de negocios: -Chambre 413, -dans une demie heure?, -Oui, después las puertas se mueven obligándome a avanzar y colocar un pie a modo de freno, salvando así la impericia de K. Su cuerpo es frágil como hoja seca; tembloroso porque lo he tocado; el pájaro que con los años dejamos morir asesinado.
A las dos en punto estoy llamando a su puerta, traigo un paquete de los míos, las mejores intenciones. K me conduce hasta el fondo del pasillo dónde cocinan sus semejantes; una vez allí, rechaza mis ofrecimientos, abre sus dos paquetes y los vierte en agua hirviendo; escurre después casi toda el agua tapando la olla con un plato y, compadeciéndose de mi ignorancia, me conmina a seguirla en un traqueteo infantil que nos lleva de nuevo hasta su cuarto. Pulcritud asiática que ella desmiente; hablamos de su país y del mío; yo interrogo, ella contesta; me pregunta ella, le respondo yo; tomamos café; nos compenetramos. Descansamos luego un rato agotados por tanto trajín; vemos su televisor, el mundo en la ventana. A las cuatro y veintiséis considero que me estoy excediendo y así se lo hago saber: si tu veux demain on peut faire quelque chose
-Demain…attend, K revisa un calendario que cuelga de la pared, je sais pas, il y a la fête d`une amie
-Bon, un autre jour peut-être
-peut-être tu peux venir
-Je sais pas, ton amie ne me connaît pas
-Je peux lui demander si tu veux…elle est très sympa
-Bon…d`accord, c`est quelle amie?, la fille de la clase à coté?, tu sais dans le couloir
-No pas elle, une autre, mais elle sera là aussi
-Et… donc…comme on fait?…tu l`appelles et après…
-Demain je t`appelle dans ta chambre
-A quelle heure?
-A midi
-Donc…d`accord, a demain
-A demain
Con rigurosa puntualidad la vibración agónica de un objeto que llegue a considerar inerte. En dos tonos erguido en el espacio, uno más en proyección, un hilo gutural concebido como respuesta: oui, con dos minutos de adelanto, chilla el despertador –un moment, es Sábado.
-Oui
-C`est Kyongi
-Oui…je sais Kyongi
-Bon j`ai appelé mon amie
-
-Elle m`a dit que tu peux venir si tu veux
-Oui…donc…c`est bien…et a quelle heure?
-À huit heures
-mais c`est tôt non?
-Oui je sais, comme ça en France
-et…on part à quelle heure?
-A sept heures peut-être
-Oui, a sept heures c`est bien, donc à sept heures en bas, oui?
-Oui
-Donc à tout a l`heure
-Au revoir
Las siete habitan en un glaciar que hiendo antes de tiempo. Retratado en el vestíbulo junto a Samir el moro. Él ocupando su lugar, pedazo de mobiliario; yo refugiado en un vértice, evitando sus miradas. Duchado y afeitado, con la ilusión de antaño; he sacudido de mis ropas pocas esquirlas de muerte. El comienzo de algo nuevo, va a ser, tiene que serlo; arcadas de reencarnación; dolorosos recuerdos. Un ser del que abomino, palabras que nunca dije, el rostro que no es el mío. Porque no es cierto que lo esté, porque yo no lo estoy: predestinado.
Me dejo llevar por el olvido y Samir intercepta mi mirada, después se agarra a ella, como anfitrión y huésped, esbozando una sonrisa.
-Vous allez sortir?
-Oui
-Vous attendez quelqu'un?
-Oui, une fille
-Kyongi?
-Oui
Dios bendiga a K que aparece en ese instante, del ascensor a mis brazos, con su sonrisa por mampara.
-Ça va
-Oui ça va
-Bon jour Samir
-Bon jour Kyongi
K sonríe dejándome la iniciativa.
-On y va?
-Oui
-Au revoir Samir
-Au revoir, amusez vous bien
En la calle sopla el viento; hay estrellas en lo alto. Mi gorro negro por costumbre. K camina junto a mí. Pero a dos pasos de distancia.
-Il est sympa non?
-Qui?
-Lui, le monsieur, Samir
-Oui
Imagino a Samir moviéndose furtivo por el subsuelo; envenenando el aire que respiramos.
-C'est qui ton amie?
-Nicole
-Elle est sympa?
-Oui beaucoup
-Elle vient d'où?
-Elle est... Kyongi rebusca entre sus palabras... anglaise¡
-Ah bon tu parles anglais?
-Non mais elle parle français très bien
K camina siempre retrasada, siempre pegada al muro; con su sempiterna sonrisa de honestidad incomprensible.
Llegamos a un coche que usurpa un trozo de acera y me paro cediéndole el paso, ella se queda inmóvil. La miro y le hago un gesto con la mano, ella sonríe. Acabo pasando el primero.
-Pour quoi tu fais comme ça?
-À Korea toujours comme ça, l'homme avant
-Ç'est vrai?
-Oui
-Et pour quoi contre le mur?
-Parce que il y a des voitures
-Donc c'est moi qui dois mourir
-Quoi?
-Rien, c'est une blague
K rie porque es ésa la reacción ante las bromas.
-On va où?
-Saint Juste
-C'est quoi ça?
-C'est en haut
-Et la fille dans l'ecole habite là aussi?
-Qui?
-...Karin
-Oui aussi
Karin vive en una colina. Alejada de la escoria. En su nido de ermitaño.
Karin otea vigilante, picotea corazones, vuela sobre el asfalto.
Vuela Karin más alto; milenaria sobre la inmundicia; sur mon destin de escarabajo.
-Tu n'est jamais allé?
-Non, il y a le metro pour monter?
-Le funiculaire
-Donc il faut payer deux fois
-Non c'est comme le metro
-Et... pour retourner... c'est avant minuit?
-Oui à peu pres
Ernesto abriendo camino, detrás camina K, entrando en una plaza enorme y agusanada, pústulas que marchan unidas por el universo de baldosas. Hipnotizado él por la vorágine se deja absorber sin lucha por el centro comercial. Su aliento hoy es menos fétido, hoy porta un escudo de vidas imaginadas, un animal obediente que cubre la retaguardia. Laberinto de túneles, ansiedad subterránea, mantiene conversaciones inventadas con su amada. Verbaliza a Karin con reflejos de tigresa, inteligencia que dimana, lenguaje extraño a otras especies. Con la mirada perdida, viajando en el metro, asistiendo impasible a las peripecias de K.
K se ve rodeada de tres hienas de cortos años; un animal seboso de como mucho nueve; dos motas de polvo para acatar sin dudar sus órdenes. Hablan ellas con K mas saben que K no entiende. K se encoge y enrojece; el suelo barre con su mirada. Ellas palpan sin mesura, en manada acosan, simultáneamente jadean; y las respuestas ofrecidas principian en ellas un lento pero a la vez irrefrenable acceso de histeria. Pobre víctima indefensa. Logra salir del círculo y se coloca de espaldas en una esquina. Entonces, Ernesto sale de su mutismo: Ça va Kyongi?. Kyongi no contesta. Llega él hasta su lado y le toca en el brazo levemente: Ça va?. (El cuerpo de K se revela impoluto al contacto de su mano. Existencia inerme, agitará el ritmo de su sangre) K se vuelve reafirmando lo necesaria que es la sonrisa: Oui ça va, mais qu'est-ce qu'ils veulent?. Ernesto se hace de nuevas: Qui?. -Les garçons. Ernesto desplaza su semblante en la dirección que indica K: Qui?, -Ah¡, mais c'est pas important, tu as peur?. Para el metro, espoleados los niños, detrás Ernesto y K.-No mais je sais pas qu'ils veulent,- tu sais les gamins ils aiment bien rigoler, -très different à Korea, -c'est par la oui?, -Oui.
Ernesto y K llegan al funicular que sube a Saint Juste, entran en uno de los vagones y se sientan en espera de movimiento. Ernesto apoya la cabeza contra el cristal: el vagón silencioso, el andén medio vacío; después el tren se pone en marcha y se desarrolla una acción viva que le angustia un poco. El funicular queda un momento suspendido sobre la ciudad, hay un gato negro tumbado sobre un alfeizar, un agujero en la colina que se abre con vocación de tunel.
-C'est la prochaine?
-No il y a deux... il y en a deux
-Très bien Kyongi, tu fais de progress
-Je sais pas
K hace un mohín y baja los ojos sumisa, se ha maquillado para la fiesta, sale inesperadamente de su recato en la segunda y última parada: C'est ici. Empieza entonces una extraña procesión en la que el guía marcha rezagado. Cruzan una calle, tuercen a la derecha, bajan un corto trecho, atraviesan la carretera. K se detiene de repente junto a la puerta de un ultramarinos: Attend je vais achêter une bouteille du vin
-Pour la fête?, donc je devrais achêter quelque chose no?
-C'est bien...K hace un gesto con la mano que nos une en el espacio, saco veloz unas monedas, ella me rechaza tajante: apres
-D'accord j'attends ici
Casas de una o dos plantas, un paso para peatones, lavandería y Kebab, pizzas, limpieza en seco. Para un autobús, descienden unas pocas hienas. K sale de la tienda y las mira con desconfianza, después se da la vuelta y dice: -On y va?. Qué mundo injusto éste, un encontronazo que ha tenido K y ya prejuzga a toda una raza. Meto una mano en el bolsillo para coger unas monedas pero no vuelvo a sacarla, al fin y al cabo no fue idea mía. Me limito en cambio a obtener información de la cual poder valerme.
-Donc ton amie elle s'appelle comment?
-Nicole, j'ai dejà dis
-Elle est a notre ecole aussi?
-Oui le matin
-Comme nous?
-Non après, l'apres midi
-Tu veux dire à deux heures
-Oui
-et tu la connais depuis longtemps?
-Oui parce qu'elle est... était l'amie de karin
-Donc vous vous connaissez depuis longtemps
-pas longtemps, quatre mois peut-être
-Bon c'est un univers
-Quoi?
-Rien
Dejo entonces de hablar porque la cuesta empieza a fatigarme, al fondo se vislumbra un edificio mustio y de color negro, el azar lo mece, perdido en un mar de segundos.-C'est ça,-No. Pero sí es, o pertenece al menos al conjunto, según intuyo más tarde a la falda de nuestro objetivo. Son edificios varios, todos residenciales, el negro un vestigio histórico, solemne tras una entrada; que nosotros hemos obviado, accedido por un colateral. Todo él reposa en la meseta que corona la colina. Los dominios del águila, por aquí habita Karin.
-Tu sais il y a un autre espagnol
-Quoi? Où?
-Dans la fête
-Ah bon
Me coloco mi rostro impenetrable, me enmascaro en mi total desconocimiento, un autre espagnol ella lo ha dicho, será el que busco desde hace tiempo.
-C'est ici, K echa raíces junto a la puerta de un edificio, -eh bien?, -on peut pas entrer, -pour quoi?, -la clé.
K mira al suelo. Yo miro a K. Ella me siente, interpreta y sonríe; no por ello dejo yo de mirarla. -Quoi? -Rien. Me divierto calculando el peso probable de K, su sexualidad de muñeca inerme entre mis brazos. -Quoi?, mais rien?, -quelqu'un.
Sale un francesito apolillado con aire circunspecto y nos colamos de rondón en el edificio. Me mira de soslayo, quizás con envidia; gilipollas. Subimos a la segunda planta. Avanzamos por un simétrico pasillo hasta la habitación que se descubre pronto por el volumen de la música. Sin exagerar, simplemente música. K llama dos veces a una puerta que se abre al instante, espero no equivocarme: Nicole debe ser la gorda, Karin sentada junto a la ventana, el español en pura lógica tras el proceso de eliminación.
-Ça va, dice Kyongi
-Oui, ça va Kyongi, et toi tu es?
-Ernesto
-Enessto
-Ernest if you want
-Je vois you speak English
-Un peu oui
-C'est bien ça
La gorda me da, golosa, el visto bueno. Llegar ha sido y a continuación besar el santo.
-You are spanish, isn´t it?
-Yes
-Bon ici Eduardo, il est espagnol aussi
-Qué pasa macho
Inseguridad o maledicencia, se ha saltado varios peldaños.
-et ici... bon je crois que tu la connais
-Oui je la connais, ça va Karin
-Oui ça va Ernest, ça va Kyongi
Qué guapa está Karin desdibujada contra la ventana, serena en su sonrisa, indomable en soledad. Mi mirada, creo, no admite paliativos, y eso que tras ella van además mis palabras: -Tu parais un tableaux Karin
-Ah bon
-Oui, tu connais pas un tableaux de Dali avec une femme dans une fenêtre?
-No
-Peut-etre qu'il n'est pas à Figueras
-Tu aimes la peinture toi?
-Un peu oui, miento
Nos envuelve entonces un espeso silencio durante el cual conseguimos reinventarnos.
-C'est pas tres bruyant cette fête
-C'est bien comme ça
-Tu t'amuses
-Oui
Inesperadamente interrumpe el español: mais tu t'amuses toujours, n'est-ce pas Karin?, Karin no contesta, él se levanta de la silla y viene hasta donde estamos, pasando a la vez un brazo alrededor del cuello de Karin. Envuélvemelo amor con muchas vueltas en un trapo, aprieta después con fuerza, hasta que deje de latir. El cerdo vuela hacia la boca de karin, su hocico pestilente, la pesadilla de existir. Karin levanta un brazo, lo estira e intercepta; apartando después con dulzura, horrendo rostro de bestia infecta.
Otra vez me he precipitado, casi me pongo al descubierto. Miro al español volver contento a su sitio, lloro después con K, me legitimo en los ojos de Nicole. El español, al que por brevedad llamaré Z, se sienta de nuevo en su silla sin mostrar a simple vista traza alguna de humillación; me recreo aventurando que es un maricón reprimido, después cojo una cerveza caliente del montón que hay sobre la mesa y dirigiéndome a la gorda pido un abrebotellas:- Nicole, est-ce qu'il y a une ouvrebouteilles?, - Ici, -Merci.
-So Ernest, what are you doing in France?
-Well, I'm learning French
-Pour tes etudes?
-Oui, j'en ai besoin, et toi?
-I'm taking a sabbatical year before I start my studies
-You must be young then
Z masca su ignorancia ante una lengua que le es desconocida, Nicole lo advierte y accede a sus requerimientos: dix-huit ans.
-Et toi Kyongi?, le pregunto
-À Korea on ne dit jamais
-C'est bien ça
Voy bebiendo mi cerveza, entrando poco a poco en calor, deshaciéndome en banalidades a gusto de K y Nicole. Rien ellas, celebrando, algunas de mis ocurrencias, si bien es cierto que ocupan el lugar más bajo en la escala, y K ni siquiera es escala. Sin olvidarme de Karin, fisgando en sus avatares con Z.
Cuando las bromas expiran, los murmullos se acrecientan, no he sido yo, lo han decidido ellas: -On va au toilette. En su ausencia me acerco a Z, el cual es amigo de Karin, cuyo coño hierve en mi cabeza. Me reciben dos sonrisas, un presentimiento de hostilidad; he de someter esta última. K me ha traído hasta aquí, bien, pero ya no me sirve, y Karin es lenta, inaccesible al primer intento. He de hermanarme por lo tanto con un reflejo hacia el que siento odio, traerle una cerveza, aplaudir sus estupideces. Adoptada una personalidad, granítica como la de Padre, en las primeras escaramuzas, la que alimenta mi proyecto de éxito.
-Y de dónde eres tú?
-Yo de Madrid, y tú?
-De Cádiz
-Andaluz?, pues no te había notado el acento
-Yo a tí tampoco
Karin asiste, apenas interviene; de espíritu sensible, en el hombre inseguridad; dice adorar la poesía, cavar un foso dónde ocultarse. Indomesticada y asocial, dos años mayor que yo; me describo como vagamente culto, específico y distante, ni una broma sexista, ni un lugar común.
-Te ha gustado mi Sueca, eh?
-Esta buena sí, ahora que si tu tienes algo con ella...
-No, no tranquilo, yo me la he intentado hacer un montón de veces y ahora es como una broma, aunque si cae cae, n'est-ce pas Karin?
-Tu dis quoi toi?, ne l'ecoute pas Ernesto il dit de betisses.
-Pas du tout, he is saying very interesting things
-Why do you speak in English?
-You know
Ella me sigue el juego: anyway, where did you learn it, in the school?
-Peut-etre...
-You are a mysterious man
-I had an english girlfriend
-She was your teacher then
-Well, she improved it
-Qué pasa macho que eres políglota
-No, el inglés solo.
Alrededor de las diez de la noche empieza a romperse el encantamiento; K acaba de anunciar su próxima retirada: Je vais partir. -Deja?, -Oui, -mais c'est tot Kyongi, -Je sais mais... comme ça. En ese momento quedo yo sorprendido y medio en pelotas, hasta que el bueno de Z se ofrece a sostenérmela: -Tu te quedas, no, -...no sé, no sé, -Quedaté y nos tiramos a estas tías..., -...bueno, je vais rester un peu Kyongi, on se verra le lundi, -Oui, au revoir tout le monde, -Au revoir Kyongi, -au revoir dice K, después, desaparece de mi vida.
La música que hemos oído; las cervezas que fenecieron; definitivamente de bajada. Palabras que eran asertivas en equilibrio balbuceante; las pupilas que me abandonan. Sin rigor, creo, no hay quien hable con Karin; echarme entre sus piernas y decirle que la quiero.
Me siento de repente violentamente desubicado; Karin está volviéndose cada vez más concreta. No debería no, yo ya no quiero rester plus ici.
Quiénes son estas personas que ahora me rodean; seres que saben quizás lo que buscan, jodidos estrategas. Decidme entonces compañeros qué es lo que he de querer, o si es sino morir en vida, y si alguna vez hubo alguien que de verdad no quiso nada.
-Te tiras tu a la gorda, vale?
-Voy al water y ahora hablamos
Cierro la puerta, respiro hondo, cuento mis dedos, me tranquilizo.
Encuentro el water en medio del pasillo, lindando con la cocina, otra metáfora de la vida. Mas que water son servicios, a la derecha las duchas, a la izquierda para mear. Entro en uno de los cubículos y meo, después voy a la cocina y abro la puerta del frigorífico. Está dividido en compartimentos individuales asegurados con un candado, siendo así no cojo nada. Voy en cambio al fregadero y bebo un poco de agua, después abro a tope el grifo y meto debajo la cabeza. Sacudo al terminar a ambos lados, cojo un cigarro del paquete y lo enciendo junto a la ventana.
Un camino, algunos estudiantes, edificios hermanos, luces encendidas. Hay un trozo de cesped, hay un árbol milenario, el viento que sopla sacudiendo su estructura. Nada me lo impide, podría marcharme ahora mismo. Necesito una señal. En verano son estrellas fugaces, en Febrero hay que inventarlas. Si entra aquél estudiante en el más lejano de los edificios quiere decir que vuelva. Vuelvo.
-Que pasa macho que no te la encontrabas
Z sonríe, lo noto nervioso.
-Bueno qué, qué hacemos
-Yo con la gorda nada
-No te jode, y yo tampoco
-Qu'est-ce que vous racontez?
-Rien Nicole, il dit qu'il t'aime
-Ah bon mais il me connait à peine
-You know, it strikes you
Ella me mira. La angustia inunda sus ojos.
Nicole hace ya un rato que varo sobre la mesa (desde allí ha seguido la evolución de nuestra charla), interpelada a veces, descollando una depresión; Nicole se solaza en su desventura.
Me complace el dolor ajeno. En eso al menos me confieso comunista. Aunque tengo después un lastre de moral, mitad miedo, mitad condenación, que me impele siempre en la dirección equivocada.
-Ça se passe bien Nicole
-Oui Ernest, I'm just a bit tired, you know... I went with Kyongi early this morning to buy all the stuff
-Where did you go?
-Actually we went near your place, what´s the name of that comercial center?
-I don't know
-How come?
-Comme ça
Estos sonidos estúpidos, Z que repasa los cds, y Karin despega volando hacia su dimensión.
-Oye y esta a donde va?
-Pues a su cuarto supongo, se pira siempre así
-Pues la hemos jodido
-Sí
-Ça va Ernest?
-Oui, oui
Un momento, miradas, algo que se ha roto. Llaman a la puerta. Ilusión que se extingue estéril.
-Entrez
-Ça va ma petite Nicole
-Oui ça va, on t'attendait Vincent mon cheri
-Y este?
-Este es el que se tira a la gorda
-Pero parece medio maricón
-Sí, creo que lo es
He dicho medio maricón y he reposado mis cuencas en los ojos de Z. Solo un momento.
-Bueno pues yo me largo
-Joder no me dejes aquí con el maricón y con ésta
De repente se ha forjado, entre nosotros, una amistad íntima; tengo que marcharme, lo sé perfectamente; si me paro me hundo, ahí soy especialista.
-Pero estos querrán follar y eso
-Es verdad... joder que mierda de fiesta, bueno pues podemos ir a otra parte
-Es que he venido sin dinero
-Joder.. oye y si vamos a mi cuarto, tengo cervezas y unos cuantos porros
Fumar con un desconocido. Una idea horrorosa. Entonces por qué acepto.
-Nicole on va partir
-Toi aussi Ernesto
-Oui
-On va fumer dans ma chambre
-Ah bon, toujours, toi aussi Ernest?
-Oui, j'aime bien
-D'accord, au revoir
-Au revoir
A plus dice Vincent. Yo no digo nada.
Z me guía por el edificio hasta la tercera planta. Exige demasiada información y le contesto con monosílabos. Vive en la 111, a dos puertas, según dice, de la habitación de Karin. Karin puede que esté, metiéndose en el coño sus poemas, lamiendo las baldosas con su áspera lengua de gato. Si mi odio es irracional será porque lo tengo enquistado, a mi bien me gustaría que pasase entero a la conciencia.
-Te lo lías tú?
-No líalo tú
-Te gusta (no se que grupo)
-Si
Z se levanta y pone música; es un gilipollas; quiero abrirle la cabeza. Tararea después sin disimulo a la vez que fabrica el porro; lo termina, me mira y me lo ofrece; cojo el encendedor, lo enciendo y sonrío: Como entra esto. Él habla entonces con satisfacción de su costo, yo le pego tres, cuatro caladas y a continuación se lo paso; lo observo mientras fuma; él sonríe y empieza a hablarme de música.
Supongo que podría follármelo. Que mas da si es un objeto. Aunque estoy tan fuertemente atado a mi llamada identidad.
Preferiría desde luego matarlo. Claro está si quedara impune. Si no tuviese que pagar el precio de una espantosa incertidumbre.
Mejor siempre la indiferencia., vivir en la inanidad. Controlar el pulso, la ingestión de oxígeno. Mirar sin ver. Definitivo y animal.
Por mas vueltas que le doy nunca logro estabilizarme. Me despeño o bien me inflo; me agacho después vencido para recoger los pedazos (el eterno retorno que he conocido).
Así van pasando los segundos. Consumido alrededor de un tercio. Días que nacen y mueren. Y me sonríen con sarcasmo.
-Ves, aquí entra el solo. Asiento y me embuto mi dosis, ya se dejan sentir los efectos. Es ahora cuando he de marcharme, lo pienso mas no abro la boca, no muevo si quiera un dedo. Z me mira, me miran sus labios, enrojecen y se abaten; ciertamente deseables. Si solo el supiera que no puedo ya moverme, que me recorre un hormigueo que ha paralizado todos mis músculos; espero que no lo note, si no estoy perdido. Lo miro fijamente y consigo oscilar la cabeza, después entorno los ojos para que me haga en un limbo de sueños. Cuanto tiempo habrá pasado, necesito más minutos. Lentas unidades de tiempo (mis ojos semicerrados), tiempo para aniquilar mi presente (que me arrebata cada momento), el infierno, todo el tiempo del mundo. El mismo que ha visto a Z levantarse de la silla de repente, a Z pasar a mi lado, a Z salir del cuarto. Empiezo por fin a mover los brazos, las piernas, la cabeza; abro de golpe la boca y la dejo por completo abierta, intento caminar pero acabo sentándome en el suelo.
Cuando Z regresa me mira como si fuera otro; habla pero apenas oigo, sus ojos laten asustados. Quiero decirle que la quiero, que moriría de amor por ella; pero es entonces cuando me doy cuenta de que no puedo parar de reírme.
“SEGUNDA PARTE”
El 26 de Marzo, en plena primavera, despierto lastrado por un universo de hachís. Con el pulso de nuevo en su sitio, la secuela de un cerebro embotado, pensamientos que aparecen con lentitud exasperante; apenas sólidos se desmoronan, míseros montones de barro. Sigue no obstante operativo el aparato locomotor. Salgo a su merced de la cama y me arrastro hasta el lavabo; ilumino el tubo fosforescente que se alinea sobre el espejo; pupilas calcinadas: observo incrédulo mi rostro.
Humillo la mirada, cojo el cepillo de dientes, lo unto de pasta y me lo meto en la boca. Me cepillo a conciencia, escobando bien las encías; intento deshacer el limo verde sobre la lengua pero es ya un habitual; froto además el anverso de cada diente, con ensañamiento en el velo del paladar, para casi morir en la faringe. A continuación bajo la cabeza; me enjuago con la vehemencia indispensable para evacuar toda la mierda, después me incorporo con la satisfacción del deber cumplido y encuentro a Karin reflejada en el espejo.
La he despertado media hora antes de la suya habitual, sin duda desconsiderado porque ya no podrá seguir durmiendo. A ella no parece importarle y como siempre sonríe; se acerca y me abraza; me besa en la espalda, el hombro y el cuello; tira después de mí para que la bese en la boca, pero yo la rechazo por su aliento marchito. Karin se da cuenta y baja los ojos sumisa, después coje su cepillo blanco y empieza a lavarse los dientes; acaba, vuelve el brillo a sus ojos, se enrosca con fuerza en mi cuerpo, sonríe y comienza su ronroneo.
Pongo una mano en su cadera, la otra la apoyo en la pared, evitando siempre su boca; su pelo rubio tiene hoy dos días, su cuerpo blanco carece de tensión, abrazarla sé bien no puedo, y me conmueve apenas su existencia.
Terreno que ya he explorado, molestia de estar de pie, con un terrible dolor de cabeza. Karin me aprieta los bajos, penosa, unilateral, un fardo forrado de grasa. Se mete un siete en mi cabeza; ignota, ira, no osas salir. Son las siete plantas, el edificio que atrás dejé; me acuerdo de la lluvia y lloro, con rabia, por dentro, desprendiéndome de la materia. La materia es, era opaca, sin nada que ver conmigo. Karin lo percibirá; quién eres pensará, dirá ella. De momento me libera de su abrazo, se retuerce en retirada y me replica con dos ojos verdes, infinitamente negros, extraviados por la angustia.
-You are tired
-I have a headache
-Anyway I have to go
-That´s what I thought
-Aren´t you coming?
-Not today, y señalo mi cabeza
-Well
Agotada la conversación Karin se agacha para recoger sus pantalones, después se pone el sujetador y una camiseta roja y de marca. Bon a plus tard, au revoir digo, y la beso en la mejilla.
Para aclarar las cosas ante todo he de decir que ésta es mi habitación. Me mude a finales de enero. Está en la segunda planta, y por si no os acordáis, Karin vive en la primera. Llevo con Karin poco menos de un mes, todas las noches dormimos juntos. Vine humildemente; para el exterior por el precio; internamente por mi amistad con Z, aunque subterráneamente vine solo por Karin. Aparecí un veintisiete de Enero y ni siquiera tuve que esforzarme; por la mañana me tope con Z, y esa misma noche ya lo tenía en mi cuarto. De mi planta pasamos a la suya, de la suya pocas veces a la mía, arreglandomelas en general para ver a Karin casi a diario. A veces cenábamos juntos, otras íbamos al cine; Z hacía de carabina, y si no lo sabía al menos lo sospechaba.-Te gusta mi sueca, eh, -Se nota?, -Se respira incluso, -Celoso?, -Qué gilipollas, si a mí me la trae floja, lo que me jode es estar en medio, -Pero también es tu amiga, -Ya, -Además no lo veo claro, -Yo tampoco, -Gracias
Con Z mantenía un sano pique dialéctico, él me creía su amigo y yo nunca los había tenido, quiero decir a diario, como hermanos. Z era de familia múltiple, bastante generoso, ciertamente acomplejado; y quién no lo está en España. Yo siempre encontraba huecos para estar a solas con Karin, y por primera vez en mi vida tenía la sensación de que alguien me escuchaba. Karin decía que cada ser era único, que en todos había cosas buenas. Negaba yo todo lo suyo, me oponía a sus ideas, por si acaso le tentaba el papel de redentora. Y así fue. Solo somos animales que actuamos por instinto, y le ponía mil ejemplos. Ella decía que no, que mi postura era fácil, y cobarde, que si negaba la vida era porque tenía miedo, que prefería no ver, no sentir, depredar a mi arrogante manera, cuando lo cierto es que dentro de mí había un niño desamparado. Lo último quizás, pero que pocos depredadores había ella conocido. En ese momento volvía Z de la compra, o cargado con tres platos de comida y, viéndose impedido, pateaba furioso la puerta. -Pero entra, si no esta cerrada, -No puedo abrirla tontito. Karin permanecía sentada; ajena al lenguaje de los animales. En ese momento me levantaba, sonriendo con ironía, y camino de la puerta murmuraba: this guy really is unique. Y lo era; Z era medio hermano, casi puta, mamporrero; sabía además hacer tortillas que comíamos de pie o por turnos en la mesa; y era por cuenta de Z que se iniciaban las conversaciones.
-Karin, would you pass me the salt?
-No empieces a hablar en inglés.
-What did he say?
-That we shouldn´t speak in English
-Pour quoi pas?
-Parce que vous êtes ici pour apprendre le français
-You won´t deny that he is an animal
-Why do you say that?
-Don´t you see how he wants to impose his ego by all means
-He just doesn´t want to be excluded, that´s all, wouldn´t you feel the same way?
-That´s true, I wouldn´t like to be excluded by you
Deslizaba yo esa, y siempre que podía múltiples insinuaciones, las cuales parecían perderse sin llegar a tus oídos. Mas tarde descubrí que brotaban lentos tus sentimientos, que tú todo lo anotabas en tus cuadernos de pasta negra, y que en el lugar de mi nombre dibujabas un triángulo. En ellos figuraba el ritmo de tus días, constancia de lo que para ti era un arte: la vida. Llegaría el día en que beberíamos cervezas, el día en que nos quedamos sin palabras. Era recuerdo un Lunes, serían las doce y media, y estaba tirado, como tantos otros, sobre la cama; entonces sonó el teléfono: decías llamar desde la escuela, tener algo que comunicarme; por aquella época apenas albergara yo esperanza, al menos en dos ocasiones te había mirado largamente... pero tú solo sonreías. En tal día sin embargo ondeara un sol magnífico, me propusiste salir un rato a tomar un par de cervezas. Contesté por supuesto que sí, en la despedida noté un deje infantil en la voz. Me senté presa del pánico, para descubrir mientras colgaba, que la polla se me había hinchado violentamente bajo los pantalones.
Llaman a la puerta. Es el administrador. Dice que han intentado localizarme, yo le digo que nunca cojo el teléfono. Continua con que si no he pagado el alquiler, yo le digo que para eso tienen mi depósito. Él dice entonces que no, que el depósito no esta para eso, que si es que mi intención es marcharme, y que porque no lo he notificado. Yo me defiendo alegando primero mi ignorancia, después argumentando que de hecho, y dado que mi padre no me quiere seguir manteniendo, el que adopte una u otra decisión dependerá de que encuentre o no un trabajo.-Donc, si j'ai bien compris, il veut que tu rentres, -Oui, -Bon monsieur, d'une façon ou d'une autre c'est pas la question, vous devez tout simplement payer et apres on vous envoyera vos depôt, -Je comprend, -On vous attend au Secretari , -D'accord, -Bon au revoir Monsieur, -Au revoir.
Como iba diciendo fue un Lunes, cuando vi a Karin las dos y media. Y ya no dejé de verla. Estaba al otro lado del puente, escasamente a sesenta metros, trayecto durante el cual toda mi determinación se vino abajo. La salude tal cual, ella seguía sonriendo. La seguí sabiéndome derrotado, se había levantado un poco de viento; de pronto se me ocurrieron dos cosas: que era esto lo que los demás llaman una cita, que estaba impedido para hacerlo. No hizo falta, si no yo aún seguiría allí. Ella fue la que me llevó hasta un bar, fue ella la que pidió después las cervezas. Nos sentamos e inmediatamente sacó un libro de texto de su bolso, después insistió en que señalara diversos lugares del mapa de España. Yo indicaba por ejemplo Barcelona, entonces ella acercaba su mano y la detenía a escasamente dos centímetros de la mía, después, y súbitamente, se interesaba por otro punto de la península, para lo cual ponía esta vez su mano encima de la mía. Y me encontraba por fin ante una presunción que no admitía prueba en contrario.
No la besé en el bar, tampoco al salir a la calle. Llovía. En el funicular se pegó a mi cuerpo; yo seguía sin poder hacerlo. Caminamos un rato por la acera. En mi impotencia dije algo sobre comprar en una tienda cervezas. Entonces ella se acercó a mí, me cogió las manos, irguió la cabeza, después introdujo en mi boca su lengua áspera de gato.
Esa noche, y sobre todo al día siguiente, me invadió una sensación de plenitud como no había experimentado en mi vida. Al menos que yo recordara. Me dije que era uno de esos momentos en los que una persona sensata debería aprovechar para suicidarse. Los insensatos perduramos sin embargo.
Tres días mas tarde me di de bruces con Z al salir de la habitación de Karin. Lo había estado evitando. Y el también según deduje de la primera de sus frases: Que, pasando de todo, -Por qué?, -Ya me ha dicho Karin que estáis juntos, -Si, -Aquí es donde yo desaparezco, -Has cumplido tu misión, nunca te olvidaremos, -Que gilipollas eres, -Vamos a tu cuarto, anda. Era de noche y para vuestra general información os diré que no pretendía follármelo. Simplemente, me sentí con él identificado. En su cuarto él se tumbó en la cama, yo me senté a escucharlo. Empezó entonces, y ahí me pilló por sorpresa, divagando primero con carácter general, desgranando después una a una sus experiencias, a hablarme de las mujeres. Me di cuenta de que había caído en la trampa, y en estos casos la mejor arma es el silencio. Él, pobre, se reafirmaba; yo, impasible, hubiera dado cualquier cosa por estar en otro lugar del mundo; como me repugnan estas situaciones. Finalmente, y tras interminables minutos, Z encontró un punto de equilibrio, entonces, y como yo nada dijera, se lanzó no sé por que a hablarme de lo difícil que habían sido las relaciones con su madre. Lo típico. Y que empeño en suministrar información que un día se volverá en nuestra contra.
Hasta aquí lo que quería contar a modo de antecedente. A continuación he de referirme a un suceso que tuvo lugar el Domingo de la semana pasada. Tumbado en la cama, aquella mañana me encontraba inquieto. Karin pasaba el fin de semana en Paris, y para las seis de la tarde tenía yo programada mi conversación semanal con Padre. Hacía una semana Padre me había advertido de que mi obligación era volver, de que llevaba allí ya casi cinco meses, y de que en lo a él concerniente no me iba a seguir manteniendo. En esas estaba, cuando de repente, llaman a la puerta. Era Z. La noche anterior me había dejado tirado y se había ido con una compañera de trabajo; venía por lo tanto a contarme sus hazañas sexuales. Por supuesto no le abrí. No consiento en ser vínculo social, que me agredan gratuitamente; que otro cerdo devore mis desperdicios y retoce en mi pocilga particular, sobre todo no a las 10 am, Domingo en la ciudad.
Una vez se hubo marchado conseguí conciliar el sueño, despertando cuatro horas mas tarde apuñalado por el hambre. El panorama era desolador: dos tomates, y un trozo de queso blando holandés. Me vi obligado a partir en su búsqueda. Lo encontré rumiando mi desaire en la cocina de la segunda planta, acepté a regañadientes su invitación para comer. La verdad es que ya he comido, le dije. Él me había hablado de un tono dolido pero presto a olvidar y así, en efecto, dio el enojo paso a un inmundo compadreo, y pude por fin conocer la versión íntegra de sus aventuras. De lo que pude colegir, tenía una gran polla (él ), o el coño muy pequeño (ella ), lo cual era al parecer atributo común a toda la raza china. Yo le daba una réplica breve, pero a la vez estupefacta, se abrían los cielos, también las entrañas de la tierra, para honorar al titán. Él hablaba y hablaba, y revenía sobre lo mismo; le imaginé chupandomela, me eché a reír, y mi estallido de hilaridad se acoplo mágicamente a su relato; estrechando entonces fuertemente los lazos con los cuales se había unido nuestra amistad. Y a todo esto el agua seguía sin hervir, con Z en medio de una vorágine que parecía escapar a su control. -Y esta tía quien es, la que se folló tu amigo?, pregunté yo entonces, pero el continuó sin hacerme mucho caso. -Y esta mañana cuando se ha abrazado a mí me he sentido un poco mal, -ya, ya, le dije, para añadir inmediatamente: y todas estas putas siguen siendo comunistas, no?, con lo cual conseguí que Z se callara por primera vez y que, confrontando mi rostro inexpresivo, se volviera para decirme: oye, a tí nunca te han enseñado a respetar a las personas?, -claro, le dije, y tus descripciones del coño de la china son tu idea sobre el respeto, pero Z consiguió burlarme: por qué hablas así del comunismo?, y encontreme ante un semblante encendido de indignada furia marxista.
-Es que eres comunista?
-Lo sabes muy bien tontito
Proseguimos después la charla, pivotando sobre el mismo tema, sin atender al contenido, centrándonos en la apariencia, con el metálico sabor de la sangre por todo eje de nuestras ideas.
-Pero no crees que la riqueza esta mal repartida
-Por qué?
-Porque no es justo que existan a la vez multimillonarios y personas que se mueren de hambre
-Y que sería para ti lo justo?
-Que cada ser humano detentara una porción idéntica de la riqueza del planeta.
-Y en que se basa lo para ti "justo"?
-Se basa, primero, en el instinto de supervivencia del hombre, después en el derecho a sobrevivir, y finalmente, en el de satisfacer las necesidades vitales
-Pero, por qué tenemos derecho a sobrevivir?
-Porque no hay autoridad alguna que impere sobre el hombre
-Entonces, quién crea tal derecho?
-Es inmanente al hombre, ningún hombre puede juzgar a otro hombre
-Que absurdo, yo te juzgo un imbécil, y precisamente porque no hay mas autoridad que la mía, según tú dices, te puedo juzgar, condenar, y si hiciese falta, castigar; los derechos y deberes son inventos del hombre, de un grupo de hombres, y no pueden existir sin una jerarquía previa, lo cual implica desigualdad; pero por esta vía en realidad no vamos a ninguna parte, así que voy a aceptar que todo hombre tenga derecho a satisfacer sus necesidades vitales
-De acuerdo
-Defínelas entonces
-Comer, dormir, educación, sanidad, vivienda...
-Comer... y si yo quisiera comer más de lo que me corresponde, qué sucedería?
-No podrías hacerlo
-Y mi libertad?
-Tu libertad agredería la de los demás
-Y por qué prevalece la vuestra sobre la mía?
-Porque somos más
-Y que?
-Que podemos someterte
-De manera violenta?
-En caso de necesidad sí
-Ya, pero, y si encuentro a una persona que quiera comer menos, podría en tal caso darme el exceso?
-No, el Estado intercambiaría ese exceso por otro tipo de bien
-Y si no quiere nada?
-Cómo no va a querer nada?
-Es una hipótesis
-Pero es estúpida, todos queremos más
-Y entonces, por qué habríamos de contentarnos con nuestras respectivas porciones
-Porque aquí interviene la educación, la cual nos mostraría los valores supremos
-Es decir, alienación, una cuestión de fe
-Llámalo como te parezca
-Y cuales serían esos valores?
-La solidaridad, el amor al prójimo, me empecé a reir: valores muy cristianos, y quién eligiría los valores, algún imbécil como tú?
-Las asambleas populares
-Anda maricona que se van a pegar los espaguetis
Tras el último comentario algo cambio dentro de él y perdiendo su habitual compostura me miró un poco ofuscado y tartamudeó un sentido reproche: Sabés lo que eres?, yo le sonreí, y con una mueca de tierna condescendencia dije: No te pongas sentimental padrecito. Él optó por evitar el enfrentamiento, y preguntó con una sonrisa y la voz aún temblorosa si había leído el Banquero anarquista, a lo cual yo contesté: la obra homógina de K. J. Marshall?
-No tontito de Pessoa, sabes quién es, Pessoa, Portugal
-Soni, Nyke, que hijodeputa mas culto
-Comemé la polla
-Ya te gustaría, ya, puta maricona
-Eres un desgraciado
-Ya, pero a que me quieres?, anda, imagínate que soy la chinita, o mejor, te imaginas que soy tu madre.
Tras todo aquello me sentí ridículo, se puede decir que avergonzado. Le hubiera pedido perdón, pero él me miraba con desprecio. Y quedaron así las cosas, no se porque no he vuelto a verlo; aunque aún me acuerdo de su cara, y de como me miró, al salir yo de la cocina.
A las tres de la tarde me visita karin, viene cargada de proyectos; los inmediatos me complacen, los futuros sin mi asentimiento; aunque ella, todavía no pueda saberlo. Ha traído un pan bagnant, queso y media botella de vino. Se sienta y bendecimos la mesa, tras lo cual ella dispone, yo regurgito el alimento.
Karin ha hablado de "nosotros", me ha incluido en su proyecto vital; que simpáticas son las mujeres. Mastico y la miro sin odio; quizás se note mi desprecio. Para qué me pregunto, siempre ando deconstruyendo. Necesito verla llorar, que se deshaga sobre mis hombros; y así ya nunca podré dejarla.
-Today we've learnt a sentence avec toutes les nasales
-Ah oui, which one?
-C'est un bon vin blanc
-...C'est vrai
- You like it
-I mean the sentence
- You like the wine or not?
-Ça va
Nos desnudamos por inercia, entra poca luz por la ventana; hemos comido ligero, pasamos del semen a la nada. La cama es demasiado pequeña; quiero que inmediatamente desaparezca. Intento no tocarla, su piel, sus dos caras, los gemidos satisfechos que no tenía que haber emitido. Baja frecuencia en su coño, seca y árida madriguera; Karin ya no es voluptuosa, no queda ya dónde meterla. Podría darle la vuelta, entreabrir apenas sus piernas, e imaginar que he osado violarla. La sodomía aniquila la culpa, los sueños, la moral, al menos mientras dura el lamento.
Ernesto?, Yes?, después insinúa que me quiere; coge mi mano, se da la vuelta, se queda casi al instante dormida. Permanezco en silencio, se disipa mi pulsión asesina; entonces me desprendo de su mano, me visto sin hacer ruido y salgo de la habitación.
Karin despertará sola; aplastada por un presentimiento. Reconocerá el cuarto, verá después la ropa, y empezará poco a poco a tranquilizarse. Se levanta y se viste, después corre hasta el cuarto de baño y le busca inútilmente; se demora a continuación en la cocina; compulsivamente mirará por la ventana. Entonces piensa que hace días que él la evita, que puede ser que la esté engañando (con alguien, en esta misma planta ) y recorre varias veces el pasillo deteniéndose a escuchar detrás de cada una de las puertas. Aunque quizás no sea eso, quiera él compensar mi extrañamiento; ha ido a comprar nuestra cena, después se pierde en un ensueño romántico.
Karin ha enhebrado su espíritu, vuelto al cuarto del que salió precipitadamente, allí se sienta a esperar, cuando él vuelve son casi las siete.
Ernesto ha llamado por teléfono para cerrar su billete de vuelta, después ha desanudado la nostalgia y ha vuelto al punto de partida. El río y los ultramarinos, con tristeza el centro comercial, el edificio y la lavandería. Decide entrar en la lavandería, aunque los lunes esté atestada de gente. Pero antes va a una tienda, compra varios objetos y sobre todo pide varias bolsas; después los tira a la basura quedándose solo con las mismas. Entra entonces en la lavandería y se sienta a esperar una inexistente colada, legitimando un pretendido acto de libertad con unas estúpidas bolsas de plástico. Él querría romper las barreras, saltar en la mesa, ignorar a los hombres; en su lugar acepta una condena que según parece el mismo se ha impuesto. Por qué, ante quién, si no hay un dios en el universo. No lo sabemos; o por definición ya no seríamos hombres.
Ernesto levanta la cabeza intuyendo un peligro inminente. Ha entrado un individuo que paradójicamente es aún menos libre.
Perturba mi impostura la entrada de un loco tradicional; todos los cerdos nos ponemos en guardia. Arroja su mirada por todos los rincones de la estancia, después se sienta en una silla, desvaría y empieza a afilar su hacha. Se ha colocado a dos metros de distancia (frente a la máquina expendedora); murmura su sinrazón en la lengua que le inculcó el imperio. Cabecea, tiembla y traquetea, llama indignado a un Dios que según parece no quiere escucharle. Se levanta e inicia un circuito demencial alrededor de la mesa negra, sólo una mujer gorda continua impertérrita doblando su montaña de ropa. Yo me sitúo cerca de la entrada (junto a la máquina expendedora) y empiezo a contar, una y otra vez, las mismas monedas (3'50 es un café noir ), se aproxima entonces su pestilencia, me asfixia-me rodea, pero el se sienta en el lugar que le vio partir y me mira fijamente con sus enormes ojos alucinados. -Tu m'achetes un petit café, tu m'achetes un petit café, y se tapa a continuación el rostro con sus grandes manos marrones,-tu m'achetes un petit café, tu m'achetes un petit café, entonces le compro el café para que cierre la puta boca. Por fin se calma y se queda desvariando en silencio.
Poco antes de las siete Ernesto llama a la puerta de su propio cuarto. Calcula que Karin se habrá despertado de sobra, tenido tiempo para pensar, que el devenir se encargará de hacer el resto. Karin dice Entrez ( no ha derramado ni una lágrima) Ernesto analiza su rostro, la ve después sonreír, e inmediatamente pierde la compostura: Mais tu es ici toujours
-Je t'attendait
-Pour quoi?
-Pour quoi pas?
-Ecoute Karin Je veux être seul
-Why?
-I fell like it
-What´s wrong with you, just tell me , you fell down?
-No, c'est pas ça, on parlera après, d'accord
-On parlera quoi?
-Ne t'inquiete pas, simplement j'ai reflechi sur quelques choses et je voudrais qu'on parle
-Parle donc
-Mais, à ce moment je suis très fatigué, on le fera après
-Après quand?
-Je sais pas
-Moi j'ai d'autres choses a faire, je peux pas t'attendre toute la soiree
-Allez ne te faches pas, ça t'arrange a dix heures
-Dans ma chambre?
-Oui, después se marcha y cierra de un portazo.
A las diez en punto estoy golpeando en su puerta, traigo mi número de reserva, aviesas intenciones. Karin ha estado bebiendo, como mínimo media botella de vino; grita que entre, me ofrece un asiento, después ella misma se sienta en la cama a escucharme. Sin rodeos le digo que la quiero, pese a lo cual he decidido marcharme, es mas pasado mañana. Ella nada dice, con el alcohol parece anestesiada. Después dice que sí, que en nuestra situación acaso sea lo mejor, pero que aprovechemos el último día. Yo me siento defraudado, crecientemente rabioso, y la presión se acumula sobre mis pupilas. Quiero, lo voy a obtener, un bonito valle de lágrimas. Me acojo para ello a las tres técnicas que utiliza Padre; la más eficaz la culpa, incertidumbre si la proyectamos en el tiempo; si es necesario, se puede recurrir a la amenaza. Me justifico en un futuro inventado sin Karin, después recuerdo los momentos en que ella fue feliz a mi lado. Nos abrazamos y lloramos juntos; aunque de mis ojos, aún no consiga extraer nada. Entonces ella me llama mi pequeño, otras cosas por el estilo; me están empapando sus lágrimas. Dice que no es culpa mía; que no sé lo que estoy haciendo. A ella la tendré siempre ahí, sin prestación que exigir a cambio, por si alguna vez por fin me decido a confiar en alguien. Entonces se humedecen mis ojos, asisto a la vez perplejo al evento, conciencia de estar llorando. Me aferro a su vientre, hundo después allí la cabeza; nos vaciamos de emociones, tremendamente excitados acabamos la escena haciéndonos el amor.
Desperté una hora más tarde; Karin seguía durmiendo a mi lado. Fui hasta la ventana. Fumé uno tras otro mis tres últimos cigarros. Un murciélago en mis narices. Dos coches de policía. Viento de Marzo. El leve crepitar de las hojas.
Oigo moverse a Karin, tiro el cigarro y me tumbo de nuevo, a su lado, en la cama. Apoyo la cabeza en su regazo, me llegan rumores de su coño dormido. Duermevela de sexo, de olores, y de coños iniciáticos. El colegio de su infancia en época remota, los miércoles a las tres. Tocaba trabajar en grupo y los niños juntaban los pupitres. Sólo una hembra rodeada de pequeños machos.
Disimuladamente dejaba cualquiera de ellos caer un rotulador entre la maraña de piernas, ella presta desaparecía, ansiosa, en su búsqueda. Él la sentía gateando, sumergida por el bosque de acero, y era las mas de las veces asaltado por su tocamiento fugaz. De vuelta en su silla decía que la suya era más grande. Él sabía que ella mentía. Y el rotulador no paraba de caer.
Cuando acababan las clases debía él convencerla, y urdía por ella las excusas para su madre. Había siempre otros, aunque era él su favorito, eran suyas las palabras que importaban, y nunca decía que no. Después lo domesticaba, apoyado contra la puerta del baño, y, desarmado, con la polla bailando entre sus manos, se atrevía en ocasiones a besarle en la mejilla.
Solo una vez conoció el sentido de todo aquello, cuando prolongó su turno mas allá de lo habitual y casi cayó al suelo de rodillas. Paró la dolorosa cadencia de su mano y le inundó una tristeza insondable (sentíase tan débil que ni manotear pudo para ahuyentar sus últimos besos ), y ella allí se quedó, recibiendo al siguiente, mientras aprendía él a andar, absurdo bajo la lluvia, hasta que se desplomó en el asiento de la parada del autobús.
Un invierno llegó la noche mágica, todo fue espontáneo. Crees en el destino, preguntaría luego ella. Se habían intuido en la oscuridad de un cine, el tacto caliente y la polla palpitante; sus padres no estaban, sólo una nota, y mecía la hoja con la prueba. Bueno qué, te enseño mi cuarto, y vio las fotos y vio los posters, muy pocos libros y mágicos colores. Mi pijama, te gusta, y como al vuelo le enseñaba la blanca vagina que el tanto amaba.
Se sentó en la cama, gesto infantil, mudos testigos los peluches. Qué hacemos, y movía a la vez la cabeza juguetonamente, de izquierda a derecha, después de derecha a izquierda. Él dejó que lo preguntase una segunda vez antes de estamparle un tembloroso beso en la mejilla, ella detuvo su vaivén: con el himen roto, una virgen enamorada.
La besó en el cuello, la tumbó en la cama; ella dejaba hacer, callada como una niña obediente. Le amasó los senos, arrancó la falda; ella sonreía divertida, ajena a la inminente polla.
Besos huérfanos de calor, el vientre convulso y ardiente, un denso vapor le salía del coño. No, las bragas no, suplicaba, y las mantenía en su sitio sujetándolas con obstinación. Despojó él todo de la nada.
Acarició la zona donde debía estar el clítoris; ella jadeaba bajito, tensando los músculos de su cuerpo. Rasgo con los dientes el envoltorio de su único condón y no se equivocó de extremo al desenrollarlo sobre su polla, después se acercó, sosteniéndola con una mano, pero metiendo antes un dedo en el orificio, y fue al constatar que ya se la habían follado cuando mejoró su presencia de ánimo y se atrevió a murmurar para sus adentros: puta, puta, puta, para empezar, a la vez que recitaba su oración, a penetrarla lentamente.
Se detuvo unos segundos, sus conexiones nerviosas desquiciadas presagiaban un humillante final; ella respetó su lucha interna, oso apenas respirar; el se lo agradeció, se recompuso y empezó a embestirla con energía, encogiendo el culo con cada empujón, corriéndose sin remedio en el número quince. Se limpió avergonzado. Ella le miró a los ojos, puso una mano en su muslo y mintió: no pasa nada; el se revolvió herido, incorporó con furia y comenzó a masturbar de pie frente a la cama. Entonces ella insinuó sus blancos dientes; le pidió que se acercara. El así lo hizo. Pero antes miró de reojo a su alrededor, entrando esta vez limpio en su coño.
La folló con ritmo, contó hasta cien, doscientas, mil, mil quinientos, dos mil, y seguía, y quién sabe hasta donde hubiera llegado la cuenta si no hubiese ella, habiéndose corrido en silencio, apartado dulcemente al hombre que la follaba. El se quedó arrodillado frente a ella (hirviendo en ira, con la polla de hierro), ella lo amansó y tumbó a su lado, luego se abrazó a él ahíta de amor.
En un par de años perdió pie para caer definitivamente en el abismo. La conoció una noche en un bar. Era estudiante de arte, gordita, de lengua inglesa.
Don´t you think that there must be, I don´t know, "something". Algo había sin duda, y bastante diabólico, en su manera de pronunciar las ies y las eses, en el paulatino aniquilamiento de la voluntad del hombre con su imbécil pensar y su pose continua. Pero el no se daba cuenta. Él la adoraba en silencio.
Se le iban los días y las horas contemplando su ir y venir, espiando su coño dormido, besando sus rechonchos mofletes, a veces, maniobraba entre legañas y se la metía a pelo, don´t come inside musitaba, y abría un poco la boca mientras le estaba entrando. El entonces fantaseaba, a vueltas por el abismo, sobre una comunión eterna; un refugio hecho de sábanas; mil Domingos de sol a sol. Ella le miraba dulcemente, descifrando el mensaje que fluía entre sus piernas, y parecía pedirle que lo hiciera, arrepintiéndose inmediatamente después. Y era ese poso de realidad el que le hacía redoblar sus atenciones, pretender más de si mismo, sentirse ocasionalmente insatisfecho. Escuchaba embelesado su cháchara, las historias sobre sus amantes, y siempre podía imaginarla como si repasase sus propios recuerdos. En el teléfono hablaban de un perro, el pantalón que debía comprarse; que simpático el vendedor de revistas, de la ropa, y como debía doblarse. De su coño y de su regla, o cuanto supuso en la tienda aquél último kilo y medio de carne. Y quería saberlo todo. I don´t do it, I can´t concentrate, and you ?. El sí podía. Se repasaba él la polla a ratos compulsivamente, la salvaba de mil peligros, culminaban la escena follando. Pero no iban por ahí las cosas. Ella empezó a administrarle los polvos, a acortar poco a poco sus visitas, a construirse otro mundo vacío de él en paralelo. Él lo sentía en el pecho, en la inquietud que le asaltaba a diario, en los silencios prolongados que nunca antes había ella mantenido. La miraba entonces desbordado, los ojos y pulmones maltrechos, pero se estrellaba siempre con su odio. Ella no entendía la pena, tampoco había conocido la piedad, o solo la que hacia sí misma pudiera alguna vez haber sentido. Sin palabras por los bares, los cines y los estancos, esperando a que su cobardía le permitiera por fin decirlo. Atravesaron montañas de tiempo, levó anclas, quiso ser temerario, pero no conseguía salir de puerto. Ella flotaba sobre las mareas; en su base morían minúsculas olas de piedra, nos vemos entonces mañana, y ella seguía sin decir que no.
Una noche fue él con varios de sus amigos al cine, se vació del todo, perdió por dos horas la conciencia. De vuelta pararon en los bares; bebió en uno de ellos dos melancólicas cervezas. De pronto oyó su/una risa, giró rápidamente la cabeza. No era ella. Sí su pelo, su risa, toda su presencia. Pero ella no vestía así. Ella no besaba públicamente. Y no apoyaba la cabeza sobre las extremidades de los hombres.
La miró, se miraron, tembló ligeramente. Entonces ella recordó que su existencia no se encontraba en peligro, bajó los ojos, amagó un extraño gesto con la cabeza; después se dio la vuelta y continuó disfrutando de la noche.
Desperté varias horas mas tarde: Karin dormía, los pájaros aún no piaban. Imágenes y recuerdos afloraban sin control por mi cerebro, simultáneamente primera ordenación de mi futuro. De momento, dejé a un lado la segunda.
Mi corazón no entendía, se adapta él lentamente a los cambios. No te preocupes le decía, y después le consolaba como a un niño pequeño. Él lloraba y lloraba; llenando de preguntas mi cerebro: por qué no deshaces lo de ayer, buscas un trabajo, te quedas con ella; viajáis a Suecia, vuestro rincón en el mundo, legitimáis ante Dios vuestra presencia en la tierra. No puedo, por mi gusto así sería, no sé por qué así he de hacerlo. Explícate malnacido, has elegido mi sufrimiento. He renunciado a la felicidad, tanto miedo me da perderla; dolerá un poco ahora, pero después tú y yo, y el arbitraje de la nada. Bien sabes que no es eso cierto, que bastaría con que te suplicara, que pretendes delegar la decisión en un ente que te haga irresponsable. No quiero más promesas, sólo una rutina pesada y diaria; he aprendido con él a prescindir de las ilusiones, a componer una instantánea en la que nada cambie con el tiempo. Sé cual es tu problema, porque odias los espejos, y si la foto no es de tu agrado porque se desintegra tu identidad; has de aceptar los cambios, el devenir a veces violento, decidir sobre las personas, el accidente de la humanidad; nada de lo que aquí ves es real, nada hay escrito o que sea cierto, únicamente tu voluntad. Pero la voluntad muchas veces fracasa, me quedo entonces encerrado en movimiento. Voluntad que se justifique en sí misma, sin planes y sin recuerdos. Tú me pides que me detenga pero que a la rutina añada otro objeto, de que voluntad me hablas si esta todo predeterminado, sueño con la normalidad mas se que nunca podré alcanzarla; los que somos de esta manera hemos nacido condenados, a trazar el mismo círculo, a llevar una absurda, ridícula existencia, a contemplar que existe vida, pero sin poder nunca entrar en ella; añoro ansiar el porvenir y confiar en las personas; cuando el día siguiente era siempre una promesa, el mañana a veces aventura; cuando podía sentir la tristeza, infinitas ansias de matar, y la sangre hervía en mi cabeza.
En aquel punto me di por satisfecho y busqué por mis bolsillos, inútilmente, un cigarro. Recordé que la víspera habían sucumbido los tres últimos. Me acerqué a la ventana y comprendí que sin tabaco aquel acto carecía de significado. Consecuentemente, habría matado por fumar. Decidí pasar a la acción registrando los cajones de Karin, pero vi los álbumes de fotos y mi instinto reculó ante un universo lleno de peligros. Además Karin no fumaba. Salí precipitadamente del cuarto y subí a mi habitación. Rebusqué entre los pantalones y por los bolsillos de las camisas; miré en los cajones, en la papelera y hasta debajo de la cama. Aunque claro esta yo ya sabía que en mi habitación no iba a encontrar tabaco. Entonces se me iluminaron los ojos y volé hacia la ventana; entre mis bellos árboles amanecidos se divisaba una esquina del "Tabac". Lo que se veía era, desde luego, persiana; aunque pudiera equivocarme; o pertenecer a la tienda de al lado, y al siguiente argumento ya había abandonado el cuarto. Que enorme ilusión sentí yo entonces; con qué energía descendí por la escalera. Abrí la puerta, la hierba húmeda, el cielo claro, vacío ya de estrellas. Me adentré en el diminuto bosque, cerré los ojos, pisé la acera: el tabac estaba cerrado. Lógico pensé, y a punto estuve de derrumbarme. Caminé unos pasos indeciso, me di después la vuelta y desande el camino hasta los árboles. Al llegar me paré junto al primero, respiré hondo tratando de mitigar el pánico. Hasta aquí pues, me decía, y a la vez no quería creerlo. Me senté en el suelo, cogí unas hojas; de pronto encontré la solución: como no se me había ocurrido. Qué sencilla, y a la vez cuanta osadía, y casi reía de gozo mientras me dirigía de vuelta al edificio. Primero ubiqué la ventana de Karin, después me puse debajo y peiné la zona hasta dar con los restos de mis tres últimos cigarros. Entre todas pensé, sumarán sus buenos tres cuartos. Después todo transcurrió muy rápido: subí a mi cuarto, sequé con fuego las colillas, extraje su contenido y lo lié con papel de fumar; bajé donde Karin, encendí el cigarro y retomé la conclusión de mis pensamientos. Ahora sí, me dije, y me elevé a continuación unos segundos poseído por el virus de la euforia. Después ya no recuerdo lo que pensé, sí mi desilusión por el desagradable sabor del tabaco.
Rompió de nuevo la escena un aviso del despertar de karin; el mundo había empezado a moverse. Miré su cuerpo semidesnudo, sus bragas negras, azules, rojas y blancas; el angustioso despertar de una bestia; de sueños claros, y pudor adolescente. Murmuró mi nombre. Tomó conciencia y abrió los ojos presa de una súbita ansiedad. Yo aún seguía allí. Me vió y sonrió aliviada; después recordó, se agarró a mi brazo y emitió un par de débiles sollozos. Yo ya no estaba allí; la habría seguido; ella jamás se atrevió a pedírmelo. Karin saltó de la cama, se puso un vestido y dijo que debíamos desayunar.
“EPÍLOGO”
La jornada empieza a las nueve. A las ocho me levanto, apago el despertador y me fumo el primer cigarro. Voy hasta la cocina, me bebo un café y lo acompaño de dos o tres caladas a un porro. Lo apago, lleno la taza de agua y la dejo sin lavar rebosante en el fregadero. Voy al cuarto de baño; me afeito y me lavo los dientes. (Lo de los dientes pase, pero no puedo soportar afeitarme). Me lavo las axilas, me seco y las restriego con un tubo desodorante. Me echo agua en el pelo, y si no queda bien, aplico unas notas de gomina. Me pongo una camisa blanca (según la temporada con o sin mangas ), los pantalones negros de vestir, cojo las llaves y voy caminando hasta la central. Esta cerca de mi casa; en un barrio que se dice obrero pese a que no hay industria en la ciudad.
Los árboles son jóvenes, la pintura parece fresca; comercios que abren, inmediatamente fracasan y tienen que cerrar sus puertas. Aquí no hay quien compita con el centro comercial. Provee las necesidades, el lujo y también el entretenimiento; reserva de valor, oasis y para los más jóvenes incuestionable punto de encuentro. Yo paso junto a él casi a diario. En la sucursal bancaria, a determinadas horas, se forman colas para cobrar transferencias; los jóvenes esputan entre risas; los carros de supermercado viajan henchidos de felicidad. Puedes evitar todo esto a costa de una demora que ronda los tres minutos, si bien entonces se incrementa el riesgo de ser interceptado por algún drogadicto. Hay uno muy diligente que se coloca de buena mañana, buenos días caballero, y te apabulla a continuación mostrándote sus dientes podridos. Mejor que se los vea un dentista. Mas adelante hay unos árboles que se distribuyen a modo de plaza, una fuente sin agua en el centro y dos mendigos ocupando el único banco. A fuerza de verlos hemos estrechado lazos. Cuando están los dos y si me sale de las narices ocasionalmente les doy unas monedas. A veces no hay mas que uno porque su compañero ha preferido el albergue. Entonces el de pura cepa se me acerca y me pide un cigarro, y mientras lo busco y se lo enciendo saca algún tema de conversación. Suele hablarme del tiempo o de la gente que esta loca, y a veces es tan certero que lo veo como un ser sobrenatural. Cuando regreso por las noches siempre me lo encuentro borracho, y me desvío de mi ruta unos metros porque una vez a punto estuvo de abrazarme. Dos calles mas abajo esta el local desde el que se organiza mi trabajo; acostumbro a llegar a las nueve en punto, consulto el orden del día, voy a la cochera y pongo en marcha la ambulancia.
Podía haber elegido otro vehículo, pero la sensación no hay duda seguiría siendo la misma. Cada mañana la veo como un objeto enorme y extraño, y me he de repetir incansable que soy ahora su conductor. No es que no me guste, tan solo... que no consigo encontrarle el sentido.
El primer servicio es a un pueblo a veinticinco kilómetros de distancia. Recojo a una anciana de setentaicinco años que se rompió la cadera en el salón de su propia casa. Su hija menor, de cuarenta y uno, la agarra torpemente mientras yo la subo a la ambulancia. Está usted cómoda Milagros, le pregunto cada día, y ella sonríe y cierra los ojos, pues tiene el deber de acatar mi omnipotencia. Hay mañanas en las que no asiente, pero entonces, su prolija hija la increpa: Madre, que si está usted bien, y ella, dice débilmente que sí.
Los viejos, dependiendo de la profesión, se suelen desmoronar a partir de los setenta. Aunque hay casos en que continúan mandando; y si no fuera por la muerte alguno lo haría, en principio, eternamente. No es el caso de esta buena señora. Tenía interés, claro, en que la menor quedase solterona; ahora bien, ella nunca lo impuso, era inútil buscar en ella un culpable. Resultona pero callada, era tímida e inhibida, hasta había tenido dos novios, pero la muy estúpida dijo que no.
La hija se quita el abrigo y se sienta junto a mí en la parte delantera de la ambulancia. Durante todo el trayecto, tengo que darle conversación. Tiene buenos senos, apretados bajo un jersey verde, una falda que le cubre las rodillas y el morbo de un celo volcánico y permanente. Casi no puedo pensar en otra cosa. Bueno Sara, y como van esas clases de inglés. Ella dice que avanza, pero con mucha dificultad; yo le digo que se lo ha de tomar con calma, también que si no estuviera en el pueblo yo con gusto le daría unas clases de gramática. Sara se queda callada. Me doy cuenta de que esto último le ha podido resultar violento. Cambio rápidamente de tema y me intereso por la salud de su madre. Aún tarda un poco en contestar. Dice que de la cadera va bien, pero que se ha vuelto muy caprichosa; come poco, a deshora y únicamente lo que le gusta; y tiene que mimarla como a un niño pequeño. Al fin y al cabo le queda poco para morirse. Después retoma lo de las clases de inglés. Yo me hago el distraído y me concentro en la carretera. Le sugiero poner la radio para escuchar los grupos anglosajones. Ella contesta que bueno.
Del pueblo a la ciudad, según el tráfico, hay entre quince y veinte minutos. Lo peor son los accesos. Si todo va bien, entre las diez y las menos cuarto, dejo al paciente en rehabilitación, después hago tiempo hasta que tengo que llevarlo de vuelta. A veces surgen servicios rápidos. Si no lo más frecuente es que aparque la ambulancia, desayune en algún bar y me fume después un cigarro. Si la tengo a mano hojearé la prensa deportiva. Si voy con monedas las echo en la tragaperras.
Recojo al paciente, madre e hija en este caso, aproximadamente, cuarenta minutos mas tarde. Hablamos del tiempo que esta revuelto, del problema de los atascos. Ciertos pacientes se aventuran mas lejos: gitanos que no quieren trabajar, precios que siguen subiendo; la gentuza que hace política, los jóvenes desempleados, y sin dejar de respetar la vida a ese tío yo personalmente lo fusilaba. Los hay que encauzan su odio de manera muy coherente; si bien la mayoría acaba tirando de terroristas y violadores, pederastas y demás sujetos alevosos. Lo más grave, parece, es aprovechar una indefensión. En privado odian a los inmigrantes, a las mujeres y a la humanidad en general. Las mujeres se odian asímismas, pero también, a cualquiera que pueda parecerles débil.
Yo me limito a llevarles siempre la razón, y los argumentos de unos me sirven para dar réplica al que habla. Las mujeres te hablan de su vida, la enfermedad o su aburrido quehacer diario, frente a lo cual me manejo bien a base de intercalar frases hechas. En ocasiones las invento yo mismo; el trabajo me reporta aún estos pequeños placeres. Si la entonación es correcta puede uno decir cualquier cosa que se le ocurra; además con el tráfico, la mitad de las veces ni te escuchan. Les gusta oir su propia voz, lanzar al vuelo sus obsesiones.
A las dos paro para comer, indistintamente en alguno de los bares cercanos, rechazo el postre y me bebo un café, entre sorbo y sorbo le pego una calada al cigarro. La siesta la hago entre las tres y las cuatro y media; duermo sin luz y tumbado bocarriba en la cama. Al despertar enciendo un porro y bebo medio litro de cerveza, después me lavo los dientes y me resigno a volver al trabajo. Empiezo de nuevo a las cinco.
Aquí es donde mi vida falla, donde el esfuerzo se torna excesivo; también en el fin de semana. Lo compenso con cerveza, semen, sueños y chocolate, y la tarde se hace así más llevadera.
Los lisiados de la tarde se encuentran con un conductor distinto. Lacónico y reservado, nunca sonríe, viaja encerrado en sí mismo.
Cada tarde me asolan los sueños. Cada día resurgen del fango. Remueven rescoldos de mi pasado. Retomo mi vida, muerta, por donde la deje.
Supongo que por allí ya habra algún otro. Mirando hacia el horizonte. En cualquier lugar del absurdo entramado.
Quizás el tenga hijos y mujer, amantes y otras preciadas posesiones. Me cambiaría o no por él, trocaría él, si o no, su posición conmigo. En ambos casos diría que sí, en otros mil que me invente acabaría contestando lo mismo. Cuestión de tiempo espero. Parpadeo un par de veces y me veo gordo y feliz, y asentado en los cuarenta.
La ambulancia es un punto blanco. Los vehículos se mueven siguiendo un orden preestablecido. La cuadrícula clara y diáfana, las estribaciones de los montes, las parcelas y la montaña. Las calles se tiznan de azules. Faros amarillos, rojo, verde, y negro en los semáforos. Cambia la luz y cambia el mundo, mientras se ajusta la lente contemplo maravillado el cambio. Ya es de noche.
Cada día apuesto que no llega. Cada día termina llegando. Si se abriera una sima y nos tragara; me atreviera yo a reprogramar la ambulancia.
A veces de pueblo en pueblo, en ocasiones de ciudad en ciudad, se me ocurre dejar la carretera y estrellar contra un árbol la ambulancia. Aunque tampoco es un deseo persistente. Me gustaría estar muerto. En su defecto no tener conciencia. A falta de ambos vivir sin utilizarla.
Conduzco hasta que llego a un lugar, remoto, perdido, imaginado. Donde los dioses conocen mi nombre. Paredes y calles están vivas. Los hombres amanecen pintados. De vuelta, frente al infinito, prosiguen una misma travesía. Que la vida se una con la muerte. Que la muerte de sentido a esta vida.
En el absoluto es la muerte. De la cual todo surge, en la que todo entra en retroceso. Y cada paso de mas es a la vez uno que damos de menos. Muere el cielo, muere el sol, muere el tiempo y el espacio. Las calles están muriendo. Los hombres no están llorando.
La mayoría vive aferrada a la eternidad. Desplegándose en una rapacidad sin límite, invirtiendo en su billete de vuelta para el infierno. Lástima que luego no exista. Tengo tantas ganas de que Padre llegue a tal situación, verle pedir ayuda con sus pútridas manos marchitas. Me suplica y yo le asisto, después le cierro los ojos y me adueño de su lugar en el mundo. Debe ser tan hermoso estar siempre legitimado: asumir con tristeza el digno deber de matar, encarnarse en tantos valores que en la práctica se reducen a ninguno. Desafie a Padre y salí perdiendo; creí destruirlo y acabé destrozando mi vida. El conoció la ansiedad de que algo escapara a su control, pero después se desprendió de mi
como de una tira de piel muerta. Sin vivir para, pero tampoco contra él, abandoné pronto mi sueño de convertirme en traductor, me saqué un par de carnets y empecé a conducir una ambulancia. Y ahora qué me pregunto, ya no tengo veinte años, apenas me quedan amigos, ninguna adición para aliviarme; lo he intentado con el sexo, la nada y el alcohol, pero no han conseguido atraparme. El cerebro, ese ser infantil, sigue registrando en busca de razones; alguna idea, que se yo, un concepto, algún valor que pueda llamar absoluto.
Sigo y sigo, pero muy a mi pesar, en mi lecho de muerte aún habrá una gota de esperanza. O será que me desato por momentos y la tarde borra el mediodía, y mañana ni me acuerdo de los pensamientos que tuve en la víspera. Esta inconsistencia, el no saber lo que soy, a quien apunto, lo que quiero. Un sueño que tacharon de utópico; aquel amor que dijeron imposible.
Algunos se blindaron del instinto dando forma a las ideas. Si mataban era justicia, al asesinato llaman eficiencia. Después ascendieron sus ideas a la categoría máxima de valores; ahora matan por inercia, amparados en la cruel mecánica de impenetrables leyes naturales.
Han alumbrado cual ratas, han llenado el mundo de basura. Legitimado la desigualdad, ley, religión y cultura. Que demente ha concebido este feto devora entrañas, que mal sueño lo ha traído. En un cosmos imparcial, en un ballet de estrellas, que sentido tiene el hombre; por qué no ha desaparecido ya. Para cuando la extinción de un ser, inferior, ventajista y deleznable. Que mate el jefe a los inferiores; o mejor, que lo hagan éstos respecto al primero; y que los sucesivos maten al siguiente. Que arda la sangre, que mueran las ideas. Un último alarido de dignidad; en un universo negro, que ni siente ni padece; e ignora nuestra existencia.
Cuando dejo la ambulancia, cuando reanudo mi libertad interrumpida, descubro la mayor parte de las veces que no se lo que hacer con lo que aún me resta del día. Vive uno tan alienado. Camino entonces sin rumbo por las calles de noche oscurecidas, me paro en algún bar de paso, bebo demasiadas cervezas. Me he convertido en el tipo que decora la barra en los bares; incluso eso es mentira. Voy a los bares, sí, pero no dejo de ser un extraño, un momento de breve interferencia. Históricamente nos han matado, nos han recluido y metido en cárceles; también hemos hablado con los dioses, y hemos dirigido pueblos directamente hacia su exterminio. Quizás todos nos vemos un poco así, sabios o incomprendidos, pequeños dictadores, o estadíos de frustración lacerante.
Entrando en uno de los bares me encuentro con un tipo desde hace poco conocido. Es viajante de comercio, o sea técnico comercial con dietas y vehículo propio. Portador de un maletín negro suele llevar camisas negras o blancas, estima mucho su trabajo. En comparación considero que respecto al mío su trabajo es claramente inferior, el por su parte opina otro tanto en relación al suyo. Cada cual tendrá sus razones. Siempre divaga sobre las putas, las mujeres y los burdeles de carretera, y mas de un corazón ha roto en tan breves citas con sus románticas rameras. En deportes, fútbol y motor es un muchacho clarividente, sin dejar la docencia ni aún cuando uno, no pueda, no sepa, o no quiera seguirle.
Es un típico hombre de acción, optimista, jovial y sincero. A veces humilla a los que venden rosas; de vez en cuando desaparece y deja su cuenta durante varios días sin pagar. Demasiadas noches he sido cruel y me ha animado patán tan despreciable, demasiadas veces le he dado coba para que me invite a una única cerveza. El a su vez se vale de mí para su soledad impenitente y sus burdos delirios de grandeza.
Ha perorado un rato, se ha levantado de repente y se ha ido a mear dejándome con la palabra en la boca. Me quedo a solas con el dueño. No acostumbra a hablarme si no es por vía de terceros, aunque hoy rompe la tradición y me dirige las siguientes palabras: este Paco es de lo que no hay. Me pregunto por dónde irán los tiros: menudo pájaro verdad. Jacinto, que así se llama el sujeto, me cuenta que Paco no es vendedor, que el maletín lo lleva vacío, y que vive de la pensión de su madre. No me sorprende, tampoco tenía porque hacerlo, aunque no deja de ser una información innecesaria. A su vuelta sin embargo siento hacia él aún más desprecio, y no puedo evitar una risa al verle pasar con tanta decisión a los cubatas. Después le digo que no es de él, que me rio de un mendigo rumano que acaba de entrar pidiendo dinero, y me tengo que apoyar en Jacinto para que le explique la anecdota completa. Jacinto farfulla que traía unos lienzos que el mismo podía haber dibujado con la polla, y como por cada uno pedía seis euros le ha indicado con amabilidad por donde podía metérselos. Y es que hay cada gilipollas, comenta el bueno de Jacinto. Paco asiente y se muestra indignado, y nuestras risas interpreta como despreocupada pero a la vez errónea condescendencia. No, si no voy a poder estar en un bar sin que venga un asqueroso a molestarme, y lanza a continuación un bello alegato sobre la esencia de los españoles, los inmigrantes y la ética del trabajo. Entro en un paroxismo de risa que me escora peligrosamente hacia la histeria, he de salvar la situación pretextando la necesidad urgente de ir al baño.
Alguien rie en el espejo. No se da cuenta, pero ha conseguido asustarme. Un implacable reptar de fuerzas ha iniciado su acomodo en mi cerebro. Intento dominarlas, salir del mar de aguas subterráneas. Que coño pasa, a donde me llevan. Por que me sudan las manos, que/quien empuja en mi cabeza. Tengo que salir del baño, atravesar el bar, improvisar rapidamente una excusa: estás bien, me preguntan, y todavía no he abandonado el lugar cuando ya murmuran: lo has visto, estaba pálido como un fantasma.
Otras veces me ha pasado, te asalta cuando menos te lo esperas. Puedes caminar durante horas, desarrollar una acción absurda o ser condenado y encontrar después a alguien que te absuelva. Y éstas son las soluciones rápidas. Si tienes seres que de tí dependen no hay mas que realizar un breve sacrificio, después te arrepientes o lloras un poco, o incluso ellos mismos te otorgarán el ansiado perdón. No tengo hijos ni mujer, ni siquiera tengo un perro al que pueda hacerle daño. Los amigos no sirven para esto, ni crean vínculos, ni ejercen sobre mi ninguna ascendencia. Vale mas echar a andar hasta que la deriva del cerebro decida por si sola aplacarse. No importa que estes totalmente solo, la sociedad es algo que todos llevamos a cuestas. Andar y andar. Y de tanto andar soñar que anduve.
Sueño que despierto a una luz inmisericorde, a figuras deformes que chillan y ordenan. Sueño que salto por la ventana para caer en la acera desnuda, que me busco a través de sombras que huyen, rien o golpean. Sueño que todo ha quedado atrás, sólo naturaleza saqueada en parcelas. Un perro negro me persigue a lo largo de cercas y cercas de madera.
Me veo adentrándome en un campo cuando alguien grita mi nombre, me giro joven y bello, ojos de inocente mirada, después el rectángulo funde en negro, terminan ahí mis esperanzas.
Despierto en cualquier punto de la ciudad, en el silencio de los coches, se ha vuelto a hacer el vacío. Las calles lucen tan limpias como sucias visten mis entrañas; he de emprender el camino de vuelta a casa. Puedo otra vez decidir, imperar sobre los cuervos que han anidado en mi ventana. Los ahuyento y revolotean, y vuelven siempre para posarse. A veces tengo suerte y se marchan, pero a cambio dejo entrar a quien me espera en la antesala. La observo mientras se instala, ella despliega sus encantos y dispone de toda la estancia. Es una diosa benigna, una bruja poco malvada; viste de azul o de rojo, esta desnuda, lleva en la mano unas sandalias. Me guían sus pies desnudos; por los valles y los ríos, por los acantilados verdes del alma.
Me pregunto que será de ella, si es feliz, si ha escrito aquél bello cuento de hadas. Por qué no escribe mi destino, cuando morí, por qué no me pidió que me quedara.
2003
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[1] Señoras y señores atención por favor, a consecuencia de un acto vandálico la línea D estará cerrada durante varios minutos.... muchas gracias.
[2] No es vandalismo, es Bob Marley. Con 62 millones de Bob Marleys no habría vandalismo.
[3] Señoras y señores, salgan por favor.
[4] Salga, por favor.
[5] Señor, salga.
[6] Vamos, sal.
[7] Pequeña puta.
[8] ¿Tienes un cigarro? No, no tengo.
[9] Sólo jodo a los franceses.
[10] ¿Qué pasa?
[11] Maricón, ¿Has oído lo que ha dicho el maricón?
[12] Buenas noches.
[13] ¿Todo bien?.
[14] Sí, todo bien.
[15] Hasta luego.
[16] Malo, déjale malo.
[17] Buen fin de semana, señor.
[18] Por fin, te estábamos esperando.
[19] Calle Lalande
[20] Buenas noches.
[21] Hay que educar el oído, ¿verdad?
[22] Mamá, Jack no quiere jugar conmigo, - Pero déjale tranquilo, ¿Le has dado las buenas noches al señor?, - Buenas noches señor, - Venga, vamos a la mesa, ayúdame Sylvie
[23] Que bueno está.
[24] Si no te importa tengo que hablar con Manoli y no conozco el español.
[25] De acuerdo.
[26] No te preocupes Jack, está aquí para aprender francés.
[27] Vale.
[28] Señor, ¿Quiere oírme tocar el piano?
[29] Sí.
[30] Mamá, mamá, ¿Puedo tocar?, di que sí, por favor.
[31] No, luego.
[32] Por favor mamá, casi he terminado.
[33] De acuerdo, pero no molestes demasiado al señor.
[34] venga, cálmate, siéntate que vamos a comer queso.
[35] Entonces, ¿Cuáles son las últimas noticias de Benoît?
[36] Como te decía, el Lunes le llamé al hospital y le dije simplemente: ¿Va bien?, y él me contestó: No estoy, no estoy
[37] Señor, ¿Cree en dios?
[38] Sí
[39] ¿Se burla de mí? Porque está la casa, después la ciudad, el país, el mundo y el universo, pero ¿qué hay después?
[40] Pues dios.
[41] ¿Y después?
[42] Él es infinito.
[43] ¿Y antes?
[44] Él siempre ha estado ahí.
[45] No lo entiendo
[46] Eres demasiado pequeña.
[47] Mamá, qué malo es el señor, y qué feo.
[48] Sylvie cállate por favor.
[49] Señor, ¿Quiere escucharme otra vez tocar el piano?, señor, señor.
[50] ¿Va todo bien? –Sí, sí, se ha enfadado un poco.
[51] Todo bien Jack, todo bien.